Seguramente es rutinario oír que «las crisis sirven para renacer o morir». Tan rutinario que muchos creen que ese fatalismo dilemático significa esperar lo que nos mande el destino o los milagrosos mensajes que la proclamen los aparecidos Mesías de siempre, desconociendo -quizás por comodidad- que salir del pantano exige el protagonismo de los que directamente sufren la crisis.

En la población venezolana y en otros pueblos atrapados por la opresión puede esconderse un ADN histórico ligado a la tradición despótica de caudillos o «salvadores de la Patria». Si existiera ese potencial ancestral puede asumirse la aparición de ese nefasto personaje que todo lo critica y descalifica…aunque no se dé cuenta que es un eficiente recluta de el oficialismo que dice combatir. Pero, aclaremos, esta conducta no siempre es genética sino creada siniestramente por los que administran el Poder mediante hábiles laboratorios mediáticos que modelan masivamente las acciones y visiones humanas.

Por ejemplo, teniendo actualmente Venezuela una crisis generalizada con indiscutibles sesgos de caos, el «deporte nacional» es bregar contra la Unión que representa el 90 por ciento de un país sumido en la crisis económica-social más pavorosa, miserable y sin precedentes.

Antes de seguir opinando y tratando ser lo más ecuánime posible, confieso que yo también viví el sectarismo partidista sin tomar conciencia que más allá de mi fanatismo grupal, había un país que tenía intereses superiores y que involucraba a las grandes mayorías indefensas. Mi experiencia de abandonar ese «enanismo de mal ciudadano» sucedió cuando en Chile, que vivía también un ambiente infernal como el de Venezuela, un visionario cuadro de dirigentes insertos en el meollo del real «panorama país», encabezados por el ilustre Patricio Aylwin Azócar, alumbró el túnel y nos convenció que el camino para salvar al país era la Unión y asumiendo estrategias que apuntaran, de verdad y con amor al país, a la democracia, a la libertad, a la paz, a la prosperidad. Primera lección: ¡La retórica patriotera y demagógica es el sedante letal para visualizar el camino!

Además, por otra parte, los inexorables años que los seres humanos venimos acumulando y profundizando historias de otros países, me confirmaron que la inteligencia humana es para usarla reflexivamente y no jugar con las limitadas obsesiones que regala el fanatismo o la idiotez. Analicemos, por ejemplo, cómo en 1945 líderes tan antagónicos como Stalin, Churchill y Roosevelt, en la Conferencia de Yalta, entendieron que la concertación de estrategias que apunten a un beneficio compartido, eran más efectivas que dejar el campo libre al adversario.

Y hay otros casos más espectaculares: Simón Bolívar , después de la cuestionada y brutal guerra a muerte, busca, siete años después, (1820) el acuerdo con su más encarnizado enemigo, el implacable Pablo Morillo y Morillo, conde de Cartagena y jefe del Ejército español, firmando, con bombos y platillos en Trujillo -el mismo lugar en que se decretó la cuestionable decisión anterior- el famoso armisticio que pretendió regularizar la cruel guerra independentista. Al respecto el controvertido pero fundamentado escritor español Salvador de Madariaga, cita, como anécdota ambiental del histórico momento, que en ese encuentro reconciliatorio «sobró la generosidad del Rey Baco, el baile, las risotadas y los no sobrios reiterados abrazos de ambos otrora enemigos».

La pregunta es obvia: ¿si enemigos de distintos países, rabiosamente enfrentados, son capaces de razonar, por qué no se puede lograr acciones concertadas entre hijos de un mismo país y con propósitos superiores comunes?. No digo diálogos con bandidos que sólo buscan aparatosas negociaciones para conservar el «negocio» del Poder, sino diálogo entre hermanos confundidos en la desesperación. Al respecto, el conocido humanista chileno Jaime Castillo Velasco nos decía durante su exilio en Caracas que «la unidad cuesta lograrla mientras existan ambiciones personales o grupales, fenómeno maligno que dura hasta que los problemas lleguen al cuello y la Unidad sea la salida indiscutible».

En ese escenario de extrema crisis -donde, sin exagerar, se asoma el fantasma de exterminio como nación- cualquier proposición de buena fe debe lanzarse, aunque exista el riesgo de ser siquitrillada por «los cómodos criticones escondidos endomésticas redes sociales». Armado de osadía, me atrevo a plantear la siguiente idea, producto más de la angustia que de la sabiduría:

Considerando que la suma de la oposición al régimen opresor es inmensamente mayoritaria pero sufre de fractruritis demencial, se nos ocurre comprometer a cinco venezolanos intachables para que, a su vez, convoquen a todas las organizaciones sociales opositoras del país (desde luego, partidos, gremios, sindicatos, deportistas, artistas, etc.) donde se acuerde una agenda de interés país, ajena a exquisiteces ideológicas. Esa agenda debe convertirse en Biblia respetada por todos los participantes.

Sé que una observación a esta «extraña» proposición será la de «quiénes serán esos intachables». Nuevamente caeríamos en desconocer al país. Venezuela tiene valores humanos que son ejemplos de honorabilidad muy apreciados y respetables pero, claro, como «nadie es profeta en su tierra», a más de alguien se le ocurrirá -en caso que medio mastique la idea- buscarlos en otros países. Como para desbaratar este primer «pero», y adelantar el trabajo con nombres de prestigio, puedo señalar algunos venezolanos como garantes para una convocatoria sin sospechas: Baltazar Porras, Román Duque Corredor, Ramón Guillermo Aveledo, Cecilia García Arocha, Diego Arias, Mario Moronta, Pedro Pablo Aguilar, Manuel Felipe Sierra, Américo Martín, Paulina Gamus….y pare de contar porque hay miles.

Una aclaración: no hay pretensiones de imponer posiciones excluyentes ni menos ingenuidad. ¡Sí existe mucha angustia al ver tanta terquedad y ego mezquino... desesperación viendo el precipicio que hasta la esperanza espanta!