Algunas personas, no sin razón, están absolutamente preocupadas respecto a las acciones violentas, destructivas y aparentemente sin sentido, que paralelamente a las justas protestas de millones de personas en Chile se manifiestan de un modo paralelo. Si bien la violencia destructiva es preocupante centrarse sólo en esta nos lleva a la confusión. El contexto de este estallido social es importante. En dos artículos consecutivos, queremos aportar un análisis lo más sosegado posible tanto de las causas que motivaron este estallido, como de las opciones que se abren para el futuro de Chile. Empezamos analizando las causas y motivos de lo acontecido.

Introducción y contexto

El problema actual es más de fondo a mi humilde entender. Parte del hecho de que estamos viviendo, junto al resto del planeta, en un paradigma muy antiguo que he denominado del par de opuestos, donde la racionalidad es muy elemental y lo ideológico dogmático es muy esencial: el pensamiento vigente parte de un concepto de la propiedad como fin en sí misma, la que no sólo hace referencia al «tener» sino también al «manipular» y al acumular poder. A eso se le denomina ambición de poder. Ese poder a su vez se confunde con los intereses de cada cual, independientemente de que finalmente esos seudo intereses lleven al dolor, a la desgracia, a la destrucción y a la violencia…. El paradigma del par de opuestos que nos rige está vinculado a «lo mío versus lo tuyo», al amigo versus el enemigo, lo que es verdad de lo que es mentira (la verdad siempre es lo que yo digo, opino o creo, la que trato de imponer y así sucesivamente. Parece importante tener de referencia el artículo publicado el 15 de octubre de 2019, Propiedad privada y gestión social. La relación de esas reflexiones frente al estallido social en Chile es evidente.

El efecto práctico de ese paradigma, por lo demás existente a nivel planetario, se ha traducido en Chile en un modelo de sociedad, cruel, indiferente, egoísta al máximo, que hemos denominado «neoliberal a ultranza». En ese sentido el modelo existente en Chile es una fiel ilustración de cómo es el efecto de este paradigma sobre la nación cuando se aplica «a ultranza».

Este modelo social ha regido desde la dictadura cívico-militar hasta la actualidad. En su esencia se ha mantenido durante estos 47 años sobre la base de no controlar adecuadamente al sector privado, privilegiando la propiedad privada y sus formas más egoístas y ambiciosas de acumular poder aun causando dolor, sufrimiento y angustia a una gran cantidad de sus ciudadanos, en base a mantener un estado muy débil con instituciones totalmente desacreditadas ante la ciudadanía favoreciendo privilegios de grupos, de personas y /o corporativos.

Este paradigma, se traduce en un sistema ideológico básico absolutamente alejado del bien común, donde la desconfianza y la competencia despiadada a veces sin mayores límites es la traducción del pensar en yo y «el otro» o el «nosotros y ellos», el «amigo versus el enemigo», como elementos opuestos irreductibles.

Se requiere comenzar a apuntar a un cambio de este paradigma de los opuestos, apuntando hacia el nosotros como un conjunto de personas, almas o seres humanos que tenemos mucho en común y que lo diferente es bienvenido como objeto de aprendizaje. Un paradigma que privilegie la colaboración, el sentido de servicio, el respeto, la solidaridad, el privilegiar el ser en lugar del tener como lo aboga tan brillantemente el filósofo Erich Fromm en su obra Ser o tener.

Ese es el cambio de paradigma urgentemente necesario donde se da el respeto a la diversidad, el convencernos que nadie es dueño de la verdad y que lo fundamental es buscar una sociedad donde los valores humanistas que respaldan lo democrático en su esencia prevalezcan al paradigma actual que de diversos modos termina priorizando la ambición de poder, la manipulación, las ideologías dogmáticas y rígidas de todo tipo: religiosas, políticas, socio económicas.

Si bien las protestas son algo absolutamente legítimo, necesario y urgente en su traducción esencial y profunda, es necesario al mismo tiempo generar una acción educativa que alimente los aspectos fundamentales de la democracia que conducen a lograr una cultura de la sociedad centrada en el Bien Común: lo que beneficia a los ciudadanos de la Nación chilena como conjunto. En otros artículos me he referido a la necesidad de la necesidad de generar una «Escuela para la Expansión de la Conciencia» (Ver Educación Pública y Gobernanza Planetaria, 12 septiembre 2019), cuyas bases deberían formar parte de un sistema público planetario, descentralizado según las necesidades de los diversos lugares, zonas y culturas. En Chile una educación que apunte a un profundo cambio cultural desde un trabajo individual comprometido, orientado hacia el nuevo paradigma es fundamental y estamos ante una gran oportunidad para que comience un proceso de este tipo.

Acerquémonos a un diagnóstico tratando de entender este estallido social

La gente que protesta masivamente lo ha hecho motivado por la indignación debida a todo tipo de carencias: económicas, deficiencias graves en la educación pública, en la atención de salud, en las pésimas pensiones para una enorme mayoría de ciudadanos, en faltas de vivienda digna. Expectativas de una vida mejor frente a una publicidad al interior y exterior del país respecto a una bonanza que tendríamos en teoría, una verdadera «isla de bienestar», aludiendo siempre al crecimiento sin mencionar lo que ha ocurrido con el fruto del mismo; una ilusión ampliamente publicitada a través de los medios, generando con ello conciencia de la enorme desigualdad socioeconómica vigente, una crisis de proporciones y una frustración sin precedentes en grandes capas de la población.

Por último y no menos importante, los graves y reiterados casos de corrupción de manera transversal en la política, en los negocios de conocidos grupos empresariales, en las fuerzas armadas que venían defraudando recursos públicos desde tiempos indeterminados y en cantidades aún desconocidas, en una justicia absolutamente dispareja en sus penas dependiendo de la familia, del cargo o de los contactos sociales de los imputados, algunas veces con penas risibles como fue el caso de tener que asistir a un seminario de ética con que un juez determinó como «castigo» para un conjunto de ejecutivos corruptos que estafaron millonariamente a la ciudadanía, trasmitido por la TV donde estos se reían y abrazaban gozosos por dicho castigo, para no seguir abundando, lo que generó una indignación que sin duda es componente fundamental del estallido social aún vigente.

Las instituciones chilenas, casi sin excepción, están absolutamente desacreditadas por la ciudadanía: Gobierno, Parlamento, políticos en general (denominada clase política), partidos políticos, ideologías, Fuerzas Armadas, Carabineros, sistema Judicial, Iglesias, empresas, empresarios y ejecutivos, sistema de pensiones con sus enormes privilegios para unos pocos (altos mandos de Fuerzas Armadas) y pensiones miserables para una enorme cantidad de ciudadanos, sistema de salud, papel del estado y el concepto de privilegiar lo privado a ultranza entre otros aspectos. De allí que el estallido social no tiene color político determinado sino un enorme anhelo de una nación que priorice el Bien Común. No hay “enfrentamiento” en este estallido, salvo entre los que detentan el poder y se resisten a los cambios que la ciudadanía exige. Por supuesto que los órganos de represión policial forman parte de esta resistencia.

Esta situación está muy lejos de lo sucedido al momento del golpe cívico militar de 1973 donde existían enfrentamientos ideológicos, entre muchos otros aspectos. Actualmente el tema es entre las pocas familias chilenas que detentan el poder socio económico frente a la inmensa mayoría de la ciudadanía que se aburrió de las consecuencias del actual modelo que ampara la crueldad, la injusticia y la burla. ¡Es importante tener muy en claro que el estallido social no tiene color! No es de izquierdas. Ni de centros ni de derechas: es un enorme anhelo de otra Nación: más justa, más respetuosa, menos cruel, menos egoísta.

La violencia que se ha desatado de manera paralela a las justas protestas por la indignación acumulada al tener un país que en lugar de privilegiar el Bien Común ha privilegiado los aparentes intereses corporativos de las familias dueñas del país, de los grupos que controlan las más importantes empresas y Corporaciones, ligados todos a la clase política y al resto de la institucionalidad, donde la propiedad privada es un medio utilizado muchas veces para engañar y estafar a la gente. Quienes ejercen la violencia destructiva no tienen nada, no se sienten parte de la sociedad chilena, no tienen acceso a una educación aceptable, ni a trabajos dignos con remuneraciones mínimas adecuadas: nada tienen que perder. No estoy justificando la violencia. Estoy señalando como parte del diagnóstico de nuestra sociedad que quienes tienen el poder, de manera transversal no han escuchado, no han percibido, no han tenido la mínima inteligencia emocional respecto a la enorme mayoría ciudadana, que no se podía seguir estirando una situación así. Que en algún momento todo este statu quo tenía que explotar.

La delincuencia común, la violencia de la misma cada vez mayor, las poblaciones acosadas por el narcotráfico y la acción de estos en los actos de violencia, es producto de una sociedad basada en un modelo que alienta la acumulación de poder y la corrupción, sin valores humanistas esenciales, donde todo se relativiza, basada en anti valores de tipo material, financiero, comercial, amparados por un ultra egoísmo personal, por una educación que no enseña otros elementos conceptuales que no sean los que están destinados a convertir a los ciudadanos en consumidores y/o en personas aptas para sobrevivir sin mayor sentido de solidaridad y absolutamente alejados del concepto de Bien Común. Tenemos que entender que la violencia paralelamente desatada a los actos de protesta es también parte de lo que genera nuestro modelo de sociedad. La mera represión por s sola de esa violencia no es solución alguna.

La violación a los derechos humanos de quienes protestan pacíficamente por parte de Carabineros, que al mismo tiempo han sido superados absolutamente por quienes han efectuado actos de violencia destructiva, han demostrado que Carabineros es una Institución no fiable, no preparada para orientar y controlar este tipo de protestas que frente a personas desarmadas que sólo se manifiestan, al no ver peligro alguno de parte de ellos, aprovechan desahogar sus más bajos instintos recurriendo ataques con potentes chorros de agua, bombas lacrimógenas potentes, balines de todo tipo, violaciones y otros tipos de acosos sexuales faltando de manera impresionante a los derechos humanos de las personas: Carabineros es una de las Instituciones más desprestigiadas del país. Si ya lo estaba debido a los sistemáticos robos de dineros públicos en cantidades aún no determinadas por parte de sus altos mandos, el dejar producto del estallido social muertos y lesionados, (más de 200 personas con un ojo menos o totalmente ciegas), entre personas que participaban de manera pacífica en las protestas, ha llevado su prestigio al más bajo nivel de su historia. El Gobierno, al amparar de hecho y de manera pública este tipo de actuación de Carabineros también se ha desprestigiado al máximo nivel llegando a una «aceptación» según encuestas de 9 a 10% de parte de la ciudadanía.

Si todo eso se combina con una absoluta falta de empatía con los sectores más vulnerables de parte de quienes tienen el poder socio económico y político del país, una institucionalidad sorda y ciega a los requerimientos mínimos de dignidad ciudadana, agravado por un Gobierno cuyo presidente, el señor Piñera, no escucha, no entiende y está ausente, como si fuese un autista, como si esa fuese su característica durante su vida, dado que se ha dedicado fundamentalmente a acumular una enorme fortuna personal, de las mayores del país, a través de manejos financieros y especulativos, aprovechando este modelo social que le ha rendido en ese sentido "buenos frutos", tenemos la visión que nos permite entender en gran medida lo que está pasando en la sociedad chilena.

No entendamos mal este diagnóstico: si bien el actual Gobierno ha sido por su actitud esencial hacia la ciudadanía quien ha debido enfrentar este estallido social, estamos hablando de una situación acumulada en 47 años que comienza en dictadura, a partir de los 90 sigue en «democracia», transformándose en un modelo que ya no da para más, donde todo el conjunto de la Institucionalidad chilena no tiene el más mínimo respaldo de la enorme mayoría de los ciudadanos.