Kobe Bryant ha muerto en un accidente de helicóptero, todo el mundo a estas alturas lo sabe, ya ha pasado la impresión inicial, ya ha pasado la sorpresa y se van calmando las aguas emocionales en muchas personas que lo admiraban, como yo le llegué a admirar un día, uno de los mejores jugadores de baloncesto de la historia, pero ¿pueden los logros personales, convertidos en admiración ajena e incondicional, ocultar el daño que esa persona haya hecho a la sociedad o es que se juzga a un delincuente según estatus social y no por el crimen en sí mismo?

El señor Bryant se hospedaba en el Hotel Lodge& Spa, en Colorado, cerca de la clínica donde se trataba la lesión de rodilla. Allí conoció a una conserje de 19 años que lo acompañó hasta su habitación. Después él le pidió que le diera un tour por las instalaciones del hotel, más tarde, y ella aceptó. Cuando terminaron el tour, Kobe, la invitó a pasar a su habitación, donde se besaron, pero cuando la chica quiso volver a su puesto, el deportista no quería que aquello se quedara sólo en unos besitos. Entonces, la agarró por el cuello y la violó.

La víctima declaró: «Le pedí que me dejara en paz y sé que me escuchaba porque cada vez que le decía que parase, me apretaba más fuerte». Y no fue una declaración de «tu palabra contra la mía», sino que los forenses confirmaron que la víctima tenía lesiones en las piernas que concordaban con una violación, así como marcas de estrangulamiento en el cuello y el semen del violador en su interior. Las cámaras de seguridad del hotel grabaron cómo la chica salió de la habitación con la ropa rota y desorientada, las bragas ensangrentadas en la mano, con la misma sangre encontrada en la ropa de él.

Tuvo que hacer una media declaración admitiendo que hubo relaciones y, sorpresa, dijo que las relaciones fueron consentidas, aunque también admitió haber escuchado los gritos de la chica diciéndole que parara. Varias compañías muy importantes dejaron de patrocinarle y rompieron los contratos publicitarios que tenían con él.

Llegaron a un acuerdo, retiraría la denuncia a cambio de una compensación económica y una admisión pública de lo sucedido. No hubo tal admisión pública, pero sí hubo compensación económica, no se sabe de cuánto dinero porque era confidencial, pero para que tuviera esa cláusula la cantidad tenía que superar los dos millones de euros. Parece mucho, ¿verdad? No, no es verdad, parece mucho para nosotros, que somos pobres, pero para un multimillonario es barata una violación. Una semana después, las empresas volvieron a contratarle, y Nike le hizo el anuncio más espectacular de su carrera. Aquel lavado de imagen le permitió vivir otros diez exitosos años en el pódium del deporte internacional ganando millones de olvidos y de dólares.

¿Por qué nos es tan fácil olvidar los crímenes de un famoso? No importa si eres deportista, si eres actor (en España habría que añadir lo de torero), porque puedes hacer lo que quieras y seguir siendo admirado. Violar, robar, asesinar, todo sale gratis. Que se lo pregunten a Cristiano Ronaldo y Messi, que han robado al Estado español más de 25 millones de euros entre los dos a base de evadir impuestos, y de paso pregunten a las cientos de personas que estaban a las puertas del juzgado esperando a que apareciera Cristiano, no para abuchearle o increparle, sino para vitorearle, para apoyarle y pedir un autógrafo a la persona que le ha robado directamente de la cesta común de la sanidad, la educación.

Que se lo pregunten a De Gea, acusado de violar a una menor, con el castigo posterior de… ¿qué le pasaría? Pues que pagó su inocencia también, y a su pareja también le pagaría, con contactos, porque a la semana siguiente estaban paseando de la mano, la cantante Edurne, que fue contratada por varias temporadas más como jueza en el concurso de talentos de la televisión en que trabajaba, esa misma semana.

O se lo pueden preguntar a Ortega Cano, que mató borracho a otra persona, y ahí está, en su mansión, tan a gustito. O nos podemos ir atrás en el tiempo, y preguntar por el asesino O.J. Simpson, que mató a su exmujer y a la pareja de esta con sus propias manos, y salió del juicio como persona libre. O a Derrick Rose, también jugador de la NBA, acusado de violar a su exnovia, pero casualidades de la vida, la detective que investigaba el caso apareció en su apartamento con un tiro en la cabeza, seguramente se caería encima de una bala. O a James Franco, acusado por cinco mujeres de acoso sexual, admitió que era verdad y como castigo le impusieron, pues nada, solo la promesa de que restituiría el daño ocasionado, quizás por eso esté haciendo una serie sobre los orígenes de la pornografía.

O el caso más famoso, el de Harvey Weinstein, magnate productor de Hollywood, que violó, acosó, agredió, coaccionó y chantajeó a decenas de mujeres, el número total es 98, y estoy deseando ver el desenlace, cómo declara alguna enfermedad mental y se libra de la cárcel a base de talonario para volver a hacer películas, y diremos «¡joder, qué buenas películas produce este tío! ¿De qué se le acusó?».

O quizás nos interesa más el caso de Woody Allen, ¿verdad? Que nos causa a algunas personas más dolor de estómago que otros casos, porque lo veíamos como un artista intelectual cuando resulta que era un pederasta acusado de abuso a menores en los 90, violador, acosador, y no sólo de desconocidas o compañeras de trabajo, sino que violó a una hijastra, y se casó con otra, un sinsentido. Son los ejemplos que se me vienen a la mente, aunque ejemplos hay miles, como el caso de Roman Polansky, director de cine, acusado de violar a cuatro menores de edad, y tan inocente es que no pisa EEUU por miedo a ganar el juicio, me imagino.

Quizás podemos volver un poco a España y recordar a Farruquito, que atropelló y mató a una persona, se dio a la fuga, acusó al hermano, y ahí está llenando teatros; y si hablamos del que más me dolió personalmente, tendríamos que mencionar a Pablo Neruda, el poeta, «amante de las palabras», «descifrador del amor», que había admitido en su propia biografía haber violado a la sirvienta en Sri Lanka que se encargaba de vaciar el cubo donde el poeta cagaba por las noches. Cuando descubrió que ella era una paria, de los llamados «intocables», de la raza tamil, acostumbrada a ser sometida de todas las maneras y obligada a las labores de servicio, él aprovechó un día y frustrado porque la sirvienta no se dejaba seducir, la violó, y lo describe con palabras bonitas, tan así, que en una sociedad machista y propensa a la idolatría, la violación había pasado desapercibida en sus memorias durante 30 años.

Dijo así en su libro:

Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme.

Es ridículo al punto que llegamos para no tirar desde las alturas a nuestros ídolos, para no consagrar la vergüenza de tener que escupir la cara que hasta ayer habíamos considerado parte de nosotros mismos, de nuestra infancia, de nuestro crecimiento intelectual, como si admitir que no merecen admiración nos convirtiera en proscritos a nuestros propios ojos, como si conllevara no poder volver a admirar a nadie nunca más, por si acaso...

Hay una impresión inicial sobre la inocencia de un famoso o alguien rico porque se entiende que no tiene la necesidad. Esas mismas palabras se usaron cuando Neymar, futbolista brasileño, violó a una chica en su habitación de hotel, que no tenía necesidad se dijo: ¿Por qué va a violar a una mujer un famoso rico si puede tener a cualquier otra mujer cualquier día? Ese es el razonamiento machista que implica cierta plutocracia subyacente; los ricos controlan el planeta, las leyes y las emociones colectivas, y más cuando esos ricos son un símbolo para otras gentes en otros ámbitos.

No puedo, simplemente no puedo obviar el tipo de persona que fue Kobe Bryant fuera de la cancha de baloncesto, no me importa que violara una vez y no lo hiciera de nuevo, ¿cuántas violaciones tiene que cometer un famoso para que nos afecte como si lo hubiera hecho cualquier paria social? En todo caso, para la mujer es el mismo resultado, si la viola un pobre es que iba vestida de manera provocativa, y si la viola un famoso es porque busca el dinero que le pueda sacar en una demanda, lo importante es culpar a la víctima, siempre que esta sea mujer.

Sabiendo y conociendo, ¿cómo aplaudir cuando metía una canastita o llorar ahora que ha muerto? ¿Cómo puede alguien ver una película de Woody Allen y no pensar en que abusaba de niñas ajenas y propias? ¿Cómo no ver una película producida por Harvey Weinstein y no pensar en qué, como mínimo, abusó de alguna actriz del reparto? Y más se les perdonará una vez hayan muerto. Yo que sé, seré muy drástico quizás a la hora de reducir a un artista o un deportista al delito cometido, pero ¿quién soy yo para decirle a nadie que no vea la siguiente película de Woody Allen, que tratará seguro, sorpresa sorpresa, algún conflicto sexual en alguna ciudad europea?

Como reflexión final diré que en ese helicóptero de Kobe iban ocho personas más, y no ocho personas cualquiera, sino ocho personas que no importaban una mierda para nadie por el hecho de morir al lado de un famoso, porque sus muertes se convierten en una nota a pie de página dentro de un extenso artículo donde se alaba al punto de endiosar a cualquier delincuente, cuando quizás esas personas merecían más cariño que él, aunque no encestaran un triple en sus vidas, ni dirigieran una peli, ni mataran toros, ni metieran una pelota entre tres palos, ni violaran a nadie…