La vida pública y política de México es una vorágine diaria de malas decisiones, cambios reales, cambios simbólicos y gatopardismo. El presidente López es o un estadista reformando el Estado mexicano o un bobo improvisador que no puede pasar del discurso a los hechos. Muchos hemos intentado entender qué está pasando en México, desde distintos puntos de vista. Una de las preguntas que han resultado más difíciles de entender es la ideología, si existe tal, desde la cual piensa el presidente López.

¿Qué es una ideología? Es quizás una de las preguntas más complicadas que existe. El término fue formulado por Destutt de Tracy (Mémoire sur la faculté de penser, 1796), como «la ciencia que estudia las ideas, su carácter, origen y las leyes que las rigen, así como las relaciones con los signos que las expresan». En pocas palabras, podemos definir una ideología como un sistema de ideas sobre el hombre y la sociedad, ordenado y coherente que influye comportamiento. Toda ideología tiene un grado de flexibilidad o ajuste pues no existe alguna que describa la realidad humana y social a la perfección.

Entender la ideología del actual presidente de México puede dar luces para entender sus políticas, frases y decisiones.

El siguiente análisis es resultado de seguir desde el 2012 a uno de los sectores más fieles, de base e ideológicos, del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena, partido político del presidente), a saber, las reuniones y conferencias de intelectuales como Taibo 2 (actual director del Fondo de Cultura Económica, la editorial pública más importante de habla hispana), Rafael Barajas «el Fisgón» (actual director del Instituto de Formación Política de Morena) y Pedro Salmerón (primer director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, durante la actual Administración), entre otros.

Son tres grandes fuentes ideológicas desde la cual entiende el presidente López el mundo. Ni una se presenta en estado puro y se complementan mutuamente.

AMLO conservador

En primer lugar, López es un conservador con tintes de One nation. En temas morales y sociales López es tan conservador que atrajo hacía sí mismo al Partido Encuentro Social formado por políticos evangélicos. Se niega a dar su opinión abiertamente sobre temas como la legalización del aborto, matrimonios igualitarios o la legalización de las drogas; pero sí sabemos que son temas que niega a introducir en su agenda política y legislativa.

Por el contrario, dedica gran parte de sus actos públicos para hablar de moral, buenas costumbres y viejos valores. Pareciera que quiere ser el sumo sacerdote de una nación laica, pero confesional en torno a su figura. Se entiende a sí mismo no solo como jefe de Gobierno y jefe de Estado; sino como jefe de la Nación, lumbrera de bondad, guía de la Patria, el nuevo Tata que nos debe indicar el camino de la concordia, los abrazos y el bienestar del alma.

Por su parte, el conservadurismo One-nation es una forma de conservadurismo político británico que considera a la sociedad como orgánica y valora el paternalismo. Se origina con Benjamin Disraeli (1804-1881), quien fue el líder de los conservadores a finales del siglo XIX. Como filosofía política, el conservadurismo One-nation refleja la creencia de que los miembros de la sociedad poseen obligaciones para con los otros. Posee un énfasis especial en la obligación paternalista del Estado para con las clases bajas. El Estado debe ser reparador de las injusticias de la desigualdad.

AMLO nacionalista revolucionario

En segundo lugar, el presidente López es el último de los nacionalistas revolucionarios. El nacionalismo revolucionario es una ideología netamente mexicana que se originó tras el triunfo de Obregón, Calles y Lázaro Cárdenas en la Revolución mexicana y fue la ideología que marcó la política mexicana y al Partido de Estado, PRI, hasta inicio de los años 80. Es una política antiliberal, pues va contra los principios básicos del mismo, individualismo, libertad de expresión y libertad económica.

Como todo nacionalismo, gira entorno a una visión monolítica y sin matices de una nación. Está cerrado al mundo y a las ideas o expresiones extranjeras. El principio de la soberanía nacional: que mantendría que la nación es la única base legítima para el Estado, por lo tanto debe ser defendida por el mismo.

En el nacionalismo revolucionario, el Estado es omniabarcante. Lo mismo cuida la felicidad del pueblo que promueve el deporte, mientras determina precios de garantía. Cuida los símbolos patrios y la moralidad pública. El Estado es todo y está en todos lados. Afuera de él, el caos de la libertad individual.

La democracia liberal y representativa no es su medio para conocer la voluntad popular, sino la democracia corporativa. El individuo es irrelevante en sí mismo. Toma sentido cuando se integra a una corporación o grupo gremial o sector, que a su vez es parte del Partido Revolucionario Único. Dentro del Partido y sus sectores existe la libertad y la democracia, afuera solo instituciones con intereses antipopulares.

El Estado es el Partido y el Partido es el Estado. Viva la Revolución.

El control del Estado llega hasta al mercado y la economía. Dos son sus reglas generales. En primer lugar, el Estado es el único responsable del manejo de las industrias estratégicas, sobre todo el petróleo e industria eléctrica, pero puede incluir a la agricultura. Con ello pretende defender la soberanía y servir a los sectores más vulnerables de la sociedad. En segundo lugar la economía no está basada en libre mercado y competencia entre empresas, sino en el llamado «capitalismo de compadres», donde las empresas más cercanas al poder del partido - presidente son las que reciben mayores beneficios, los contratos más jugosos, incluso pueden evadir la ley.

La economía del nacionalismo revolucionario es muy parecida a la del Virreinato de la Nueva España; vertical y donde la cercanía al poder político garantiza el poder económico.

AMLO marxista tropical

La tercera y última fuente ideológica del presidente López es un marxismo muy tropical. No en su búsqueda por nacionalizar los medios de producción, sino en el historicismo del marxismo. El filósofo austriaco Karl Popper fue quien describió (y denunció) el historicismo de filosofías políticas como la República, de Platón, Hegel y Marx. Las filosofías historicistas suponen haber encontrado las reglas generales y universales de las sociedades humanas y su historia; por lo tanto basta con aplicarlas para lograr una comunidad virtuosa, justa y próspera.

El historicismo del presidente López está basado en la lucha de clases. Ya no entre proletarios y patrones, categorías que quedan cortas para la realidad mexicana, sino entre el pueblo bueno y la oligarquía; ambas con una fuerte carga moral. En ambos grupos pretende categorizar a todos los ciudadanos, fuerzas políticas y grupos sociales; los buenos contra los malos. Y López se entiende a sí mismo y a su movimiento como la Voz y expresión legítima del pueblo bueno, auténtico y profundo de México.

Estar del lado del pueblo siempre es virtuoso y de lado de la oligarquía siempre perverso. Por eso, un mismo acto se juzga distinto dependiendo si se hace en favor del pueblo o de la oligarquía. El mejor ejemplo es Manuel Bartlett, uno de los políticos más corruptos de México y responsable del mayor fraude electoral en la historia de México (1988); ahora que trabaja para el presidente López es un héroe que lucha por la soberanía nacional.

El Fisgón lo explica de mejor modo: la historia de las sociedades humanas es la lucha pendular entre el pueblo que logra organizarse y ganar derechos contra la oligarquía que busca mantener y extender sus privilegios. Hay momentos históricos para el pueblo y otros para la oligarquía. Solo así se entiende la extraña y errónea interpretación histórica que hace el presidente López, sus ideólogos y su Gobierno, donde del mismo lado quedan Benito Juárez y Emiliano Zapata, dos figuras de la historia y política mexicana absolutamente contradictorias.

López se llama liberal no porque defienda la libertad de expresión, la libertad económica y la separación de poderes, sino porque identifica al liberalismo decimonónico como uno de esos movimientos pendulares donde el pueblo se organizó. No le importa que Juárez haya sido el primer gran privatizador de México empeñado en formar una nación de pequeños burgueses; López, opositor a las privatizaciones y liberación de la economía mexicana, se entiende como discípulo del primero.

El historicismo explica por qué para López y los suyos no se entiende que pierdan elecciones libres. Si las elecciones son libres, ellos entienden, siempre deberían ganar, pues el pueblo los elegiría, pues ellos son la voz del Pueblo. Cuando la oligarquía gana es porque han engañado al pueblo o han hecho fraude electoral.

El historicismo tropical mexicano es erróneo históricamente , pues peca de simplista.

El presidente López y su movimiento entiende la democracia como lucha, no como confrontación civilizada de ideas.

En resumen, el presidente López y su movimiento tienen una visión holística de la sociedad, donde el todo es más importante que el individuo, donde cada quien tiene un lugar en la sociedad y romper el orden preestablecido genera caos. México y su pueblo son un gran organismo que necesitan de un gran hombre, sincero y populachero, que interpreta y expresa la auténtica voluntad popular, y forma un partido para aglutinar y ordenar su propio poder.

Solo falta mencionar que tanto el historicismos como el nacionalismo revolucionario han demostrado fracasar en sus intentos por formar sociedades justas, prósperas y libres.

PD. Ante el fortalecimiento de posiciones políticas y sociales antiliberales en México, EE UU, América Latina y Europa, un grupo de académicos hemos redactado un compendio de ensayos donde defendemos la importancia del liberalismo. Lo hemos llamado: Entendiendo el liberalismo y lo pueden encontrar en la web.