Nunca un tema se hace tan complejo como cuando de mencionar dogmas religiosos y su interpretación se trata. Pero es gracias a esas diferencias doctrinales que se permite ver todas las aristas de la complejidad humana, y que además ha ayudado a inspirarme en desarrollar estas líneas donde he de expresar lo delicado y desgarrador de una cuestión como esta.

De antemano es importante agregar que este artículo es solamente un pequeño inicio para un tema que es por sí un universo de ideas, ya que en cuanto a la sexualidad y religión no se puede reducir a un tocamiento indebido por parte de una autoridad religiosa aprovechando su posición de liderazgo o mucho menos un «arrimón» inadecuado en un sitio público.

Cuando se mezcla religión y sexualidad se está en medio, como en otras muchas actividades humanas, de una complejísima relación de poder, en ocasiones una de las más complicadas de lograr zafarse porque el sexo genera vínculos, apegos, adicciones, mientras que la religión genera sentimientos de culpa, necesidad de expiación y, por lo tanto, se buscará cubrir los problemas que ocasiona uno y el otro al mismo tiempo.

El teórico Michel Foucault, en una de sus largas exposiciones sobre sexualidad y poder, dejaría en manifiesto que la represión sexual tiene efecto a partir del nivel de fuerza que se le aplique a ese dominio sobre el cuerpo. Es una clara manifestación del biopoder en este caso sobre el control del cuerpo de las personas que les permitirá el acceso a sus sentimientos y condicionará su comportamiento en ocasiones.

Ahora bien, claramente que es importante mencionar es en qué consiste la doctrina de la «yihad sexual». Yihad, mal traducida como «guerra santa», en verdad hace alusión a todos los esfuerzos religiosos por mejorarse como individuos, es así como se plantea en el Corán hasta 41 veces distintas e infinidad de oportunidades por exegetas musulmanes desde otras perspectivas de interpretación y la violencia es una de las interpretaciones menos «sublimes» de dicho término, aunque es al que más énfasis le hacen los radicales de la religión y los detractores de esta.

La denominada yihad sexual se hizo más común durante la ocupación de Daesh en el territorio iraquí donde mujeres eran enviadas a satisfacer las necesidades sexuales de los «guerreros santos» a través de algunos tipos de «contratos matrimoniales temporales»; similar a la mutah chiita pero con diferencias sustanciales, en particular porque se trata de una posición para tapar que se trate de actos extramaritales, aunque tras la anulación se puede dar un tipo de proceso de «desprecio» hacia la mujer y esta puede pasar a convertirse en la mujer de otro y seguir con el proceso de satisfacción de los soldados.

Es por esto señalar que cuando se une al concepto de sexualidad se trata de una práctica desarrollada por islamistas radicales y su interpretación de corte salafista (wahabista), donde las mujeres musulmanas son obligadas técnicamente a convivir con guerreros radicales para levantarles su moral en el campo de batalla como si se tratará de las últimas noches de vida que experimentarán.

Para esto han girado pronunciamientos legales islámicos (fatawa) que obligan a algunos fieles de esa religión a cumplir con los deseos misóginos de estos «guerreros santos» y en muchos casos las mujeres son vendidas por sus propias familias para que cumplan con este papel o, como en el caso de la comunidad yazidí, al negarse a convertirse al islam, son sometidas a transformarse en esclavas sexuales, como fue el sonado caso de Nadia Murad, quien en su libro autobiográfico explicó cómo fue llevada de un sitio hacia otro durante la ocupación del Daesh a cumplir con los perversos deseos de sus captores.

La esclavitud en el islam fue permitida solo en casos de guerras, pero si las condiciones del entorno cambian, se puede pedir una compensación de liberación sobre los esclavos. Sin embargo, para los islamistas radicales que pretenden regresar a la premodernidad donde transformaban a las personas en botines de guerra y principalmente a las mujeres en trofeos, este tipo de edictos religiosos les cae indudablemente al dedillo para sus aberrantes convicciones.

La posición de los premodernos wahabistas de Daesh sigue mostrando todos los detalles de retroceso interpretativo de la religión islámica, que ya de todos modos es criticada por diversas escuelas de pensamiento o que se contradicen con la posición de importantes eruditos de la religión, aunque esto es poco importante en verdad contemplando que no hay en el islam sunita un liderazgo centralizado de interpretación y queda en ocasiones a la suerte de quién detente el poder de hacer declaraciones de esta naturaleza.

En cuanto a la esclavitud y las interpretaciones exegéticas que muestran los eruditos islámicos más renombrados y respetados, así como las escuelas de mayor importancia, la posición de Daesh (Al Qaeda, Boko Haram y otros grupos takfiríes) dista por ejemplo de lo expresado por Abul Ala Maududi, uno de los ideólogos islamistas más influyentes del siglo XX expresaría con respecto a la esclavitud lo siguiente:

El Profeta mismo liberó al menos a 63 esclavos. El número de esclavos liberado por Aishah fue de 67, Abás liberó a 70, Abdal-lah ibn Omar liberó a mil, y Abdur Rahmán compró treinta mil esclavos y los liberó.

De esto se interpreta que la disposición adecuada es la de no tomar personas por esclavas durante una larga jornada, sin embargo, el problema de la descentralización del discurso y de los criterios hace que quienes aprovechen posiciones de poder puedan ejecutar actos fuertemente criticados. Por ejemplo, se aprovechan de un tipo de portillo legal que permite mantener bajo esclavitud a no musulmanes, como una forma coercitiva de que se conviertan al islam y puedan ser liberados inmediatamente por la promesa de que quien libera un esclavo musulmán se libra de todos los fuegos del infierno:

1139, Abû Huraira dijo: ‘El Mensajero de Allah (saws) dijo: «Todo musulmán que libere a un esclavo musulmán tendrá todos sus miembros librados del Fuego por Allah, así como él liberó todos los miembros del esclavo».

Que en pleno siglo XXI se continúe hablando sobre esclavitud no debe sorprender, ya que hay mecanismos políticamente correctos con los que se justifica la explotación del hombre por el hombre, pero no es algo que se deba preservar en el marco de la «normalización», sino que por el contrario, se debe erradicar el discurso viciado de las interpretaciones antojadizas de los textos religiosos que le causan daños a la sociedad y devolver a las cavernas a quienes enseñen que es un deber casi divino causar daño a otros seres humanos o tomar cual posesión a las mujeres para hacer con ellas conforme a sus más bajos instintos.