La crisis ecológica se agudizará aún más en los meses y años próximos, para mantenerse como la cuestión social y política más importante del siglo XXI. Lo triste de ello es que grandes empresas, muchas de ellas culpables del caos climático, como las de agronegocios, energía, automotoras, plataformas digitales, quieren convertir la crisis en una nueva ola de oportunidades de negocio, con nuevas formas de apropiarse de la tierra, los océanos y los ecosistemas y el desarrollo de tecnologías de geoingeniería.

La emergencia climática como negocio

Un informe de la organización ETC señala que justo antes de que los superricos del planeta se reunieran en el Foro Económico Mundial en Davos en enero pasado, la trasnacional Microsoft anunció sus planes de volverse una empresa negativa en emisiones de carbono para 2030. Poco antes, BlackRock, la billonaria y mayor gestora de inversiones especulativas del globo, aseguró que cambiaría parte de sus inversiones para atender el cambio climático. No hay nada de altruismo en todo esto.

Cuidado: no significa que las trasnacionales, principales causantes del cambio climático, finalmente se volvieron ecologistas y asumirán la gravedad de la situación y cambiarán sus causas, sino que lo que están haciendo es asentar una nueva ola de oportunidades de negocio, nuevas formas de apropiarse de la tierra y los ecosistemas –con graves impactos sobre las comunidades y el ambiente– y el desarrollo de tecnologías de geoingeniería.

Silvia Ribeiro, de ETC, indica que todas estas propuestas son apenas trampas del lenguaje, ya que engloban expresiones engañosas, como soluciones basadas en la naturaleza, reducción neta de emisiones, carbono neutral, cero emisiones netas o el aún más absurdo emisiones negativas. Alegan compensar esas emisiones para justificar el seguir contaminando, lo que es absurdo ya que no existe ningún gas que una vez emitido sea menos que cero.

Microsoft apela a la futurología y afirma que para 2030 tendrá emisiones de carbono negativas y para 2050 habrá removido toda la huella histórica de carbono de la empresa, incluso la de los usuarios de sus productos. Para ello, por una parte, continuará con compensaciones de carbono (por ejemplo, invertir en monocultivos de árboles u otras actividades que compensen sus emisiones supuestamente absorbiendo carbono).

Microsoft, Amazon, Apple y Alphabet (dueña de Google), las plataformas digitales trasnacionales que consumen una enorme cantidad de energía, anunciaron una serie de medidas engañosas, que deben analizarse a la luz de a qué fuente de energía se refieren y cómo se obtiene. Por ejemplo, la bioenergía y los biocombustibles, si se analiza su ciclo de vida completo, usan más petróleo y emiten más gases de lo que dicen sustituir.

Todas estas empresas que ahora hablan de soluciones climáticas basadas en la naturaleza se proponen abrir nuevos frentes de disputa por el control de campos agrícolas y territorios, que esperan les sirvan para obtener nuevos créditos comerciables en los mercados de carbono, pese a que está demostrado que esos mercados no han funcionado para combatir el cambio climático.

Todo indica que comenzarán con bioenergía, con captura y almacenamiento de carbono y captura directa de aire, que son megainstalaciones que filtran aire y separan el dióxido de carbono con sustancias químicas. Claro, se abstienen de informar dónde lo almacenarían para que no retorne a la atmósfera.

Como todas las tecnologías de geoingeniería, requieren grandes cantidades de energía, son de alto costo y no está técnica ni ambientalmente probado que puedan funcionar a la escala necesaria para afectar el cambio climático, agrega ETC. Por sus altos riesgos e incertidumbres, el despliegue de geoingeniería está bajo moratoria en Naciones Unidas.

Lo que vendrá

Los cálculos de algunos científicos en relación con los escenarios para el lejano 2100 no son muy útiles, pero sus consecuencias serán inevitables: la multiplicación de megaincendios como el de Australia; la desaparición de los ríos y la desertificación de los suelos; el deshielo y la dislocación de los glaciares polares y la elevación del nivel del mar, que puede alcanzar hasta decenas de metros.

Huelga habla de decenas de metros, cuando con solo dos metros amplias regiones de Bengala, de India y de Tailandia, así como principales ciudades como Hong-Kong, Calcuta, Miami, Ámsterdam, Shanghái, Londres, Nueva York y Río de Janeiro, desaparecerán bajo el mar. ¿Hasta dónde podrá subir la temperatura? ¿A partir de qué temperatura estará amenazada la vida humana sobre este planeta? Nadie tiene respuesta a estas preguntas…

El brasileño Michael Lowy indica que la responsabilidad del sistema capitalista en la catástrofe inminente está ampliamente reconocida. El papa Francisco, en la Encíclica Laudatio Si, sin pronunciar la palabra capitalismo, denunciaba un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso, exclusivamente basado en «el principio de maximización del beneficio» como responsable a la vez de la injusticia social y de la destrucción de la Naturaleza.

La actitud de los principales representantes de este sistema, partidarios del business as usual – millonarios, banqueros, expertos, oligarcas, políticos- puede ser resumida en la frase atribuida a Luis XIV: «Después de mí, el diluvio». El carácter sistémico del problema se ilustra cruelmente con el comportamiento de gobiernos como los de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Scott Morrison (Australia), abiertamente ecocidas y negacionistas climáticos.

Mientras, el capitalismo verde, los mercados de derechos de emisión, los mecanismos de compensación y otras manipulaciones de la pretendida economía de mercado sostenible se han revelado completamente ineficaces. No hay solución a la crisis ecológica en el marco del capitalismo, un sistema enteramente volcado al productivismo, al consumismo, a la lucha feroz por las partes de mercado, a la acumulación del capital y a la maximización de los beneficios, agrega Lowy.

No se trata de esperar a que las condiciones estén maduras: hay que promover la convergencia entre luchas sociales y luchas ecológicas y batirse contra las iniciativas más destructoras de los poderes al servicio del capital. Es lo que Naomi Klein llama Blockadia. La primera condición es, en cada movimiento, asociar los objetivos ecológicos (cierre de la minas de carbón o de los pozos de petróleo, o de centrales térmicas) con la garantía del empleo de los y las trabajadores y trabajadoras afectados.

La energía y la guerra comercial

El cambio en la matriz energética juega un papel fundamental en el desarrollo de la guerra comercial. Las celdas fotovoltaicas y paneles solares han sido objeto de diversas sanciones estadounidenses como herramienta en contra de la expansión china en este sector y en general para la búsqueda de energías alternativas.

EEUU ha atacado a los paneles solares a partir de su estrategia de seguridad nacional y nación dominante energéticamente, particularmente con acusaciones de prácticas desleales de comercio internacional (dumping) hacia las celdas y paneles chinos. De esa forma se ha desligado de casi cualquier forma de energía alternativa, donde los chinos parecen llevar la delantera.

Es clara la apuesta de la administración Trump a favor de las energías fósiles y en contra las limpias, particularmente en contra de China. La demanda por dumping hacia los paneles solares chinos fue compartida por la Unión Europea, pero fue retirada al considerar la relación comercial con China como «muy grande para caer», evitando una guerra comercial.

Cada vez más países integran energías renovables como medida para mitigar los efectos del cambio climático, pero aún existen ciertos desajustes en los picos de demanda energética. La electricidad que se genera a partir de paneles solares y turbinas eólicas depende de la disponibilidad de sol y viento, y en su ausencia se suple con otra fuente diferente, impulsada en general por combustibles fósiles. Pero de eso no se habla.

Ese desequilibrio entre la demanda y la disponibilidad se verá agravado por los frecuentes eventos climáticos extremos que se pronostican para los próximos años. Esta es una de las principales conclusiones de un trabajo publicado en Nature Energy y que ha desarrollado un método que mide el impacto potencial de los eventos extremos en el sector energético.

Debido a las fluctuaciones climáticas sobre el potencial de la energía renovable y la demanda energética, los científicos identificaron además un descenso de hasta el 34% en el nivel de autonomía del sistema y otro del 20% en los niveles de implementación de energía renovable.

Cuando se produzcan olas de calor, por ejemplo, como las que ya están sucediendo en Europa, la demanda de energía aumentará significativamente, por el uso de aire acondicionado. En este caso, el desajuste entre la demanda y la generación de energía renovables será mucho mayor que en condiciones de funcionamiento normal.

Para 2050, se espera que más de la mitad de la población mundial habite en las urbes, por lo que se multiplicarán los costos e impactos. Según el estudio, el sector urbano debe desempeñar un papel importante tanto en la adaptación como en la mitigación del cambio climático gracias a la conservación de la energía y el uso de tecnologías de energía renovable. Los residentes deberían estar listos para sacrificar un poco el confort térmico para ahorrar energía.

El asalto del capitalismo a los océanos

Puede que los continentes e islas del mundo estén habitados por seres humanos, pero sigue siendo el caso que el 71% del planeta apenas se ha explorado o explotado. Un nuevo estudio realizado por científicos asociados con el Stockholm Resilience Centre demuestra que el capitalismo ahora se dispone a atacar una nueva frontera: el agua, en su superficie y sus profundidades. Casi toda la lluvia que hace posible la vida vegetal se origina en los océanos, que contienen el 97% del agua del planeta.

Los informes a lo largo y ancho del mundo certifican que la actividad comercial en los océanos está expandiéndose rápidamente, e importantes niveles de inversión están impulsando tanto el crecimiento en las industrias existentes como la aparición de otras nuevas, las cuales abarcan un espectro cada vez más amplio de actividades.

«La aceleración azul: la trayectoria de la expansión humana hacia el océano», que se publicó en enero en la revista One Earth, describe el creciente impulso del capital para industrializar los océanos y los fondos marinos. Esto marca el comienzo de «una nueva fase en la relación de la humanidad con la biosfera, en la que el océano sufre profundos cambios al tiempo que asume un papel fundamental en el mantenimiento de las trayectorias de desarrollo global», señala la revista.

Agrega que la combinación de la creciente demanda global, el progreso tecnológico y la disminución de las fuentes terrestres ha hecho que la extracción de una cantidad cada vez mayor de recursos oceánicos sea no solo factible sino económicamente viable.

«Trabajos de alto costo, como la minería comercial en aguas profundas, ahora se consideran no solo factibles sino inminentes. Del mismo modo, la búsqueda de nuevos compuestos bioactivos para abordar la resistencia a los antimicrobianos se centra cada vez más en los microorganismos remotos de las aguas profundas, mientras que las limitaciones de espacio en la tierra han contribuido a la construcción de parques eólicos marinos a gran escala y la inversión en instalaciones de aguas profundas», indica.

Las compañías mineras de aguas profundas tienen previsto usar máquinas controladas por control remoto para raspar el fondo marino, capturar minerales y tirar todos los sobrantes. El proceso matará a innumerables organismos dentro y fuera de las zonas mineras. La canadiense Deep Green Metals afirma que el área del fondo marino del Océano Pacífico cubierta por su licencia es «uno de los recursos de cobalto, níquel y manganeso sin desarrollar más grandes del planeta».

No cabe duda de que las sociedades humanas han utilizado los recursos oceánicos durante miles de años, pero la aceleración azul parece marcar el inicio de una nueva era.

Tres de las grandes tendencias de aceleración identificadas en 2004 estaban relacionadas con el océano: la acuicultura, la acidificación oceánica y la pesca. Los dos primeros continúan creciendo exponencialmente, mientras que la pesca ha comenzado a disminuir solo porque la sobrepesca ha acabado con las principales poblaciones de peces.

El reconocido biólogo conservacionista Callum Roberts señala que nos enfrentamos a «la posibilidad de que los mares estén tan comprometidos que ya no mantengan los procesos ecológicos con los que contamos y de los que depende nuestra comodidad, placer e incluso nuestra propia existencia».

El peligro de que se produzcan daños imprevisibles e inevitables es aún mayor porque se sabe muy poco sobre la vida y la ecología en las profundidades del mar. La cara oculta de la Luna se ha mapeado mejor que el 95% del fondo marino, y apenas se ha identificado una pequeña parte de los organismos que viven en el mar, y mucho menos se los ha estudiado.

La opinión de la mayoría de los expertos es que la minería a escala industrial provocará diversos daños que alterarán los océanos de forma irreversible, pero aún no se sabe con exactitud qué podría suceder. La revista Nature lo dice con más contundencia: «Los escasos datos que existen hacen pensar que la minería en aguas profundas tendrá impactos devastadores y potencialmente irreversibles en la vida marina».

El peligro de permitir que las corporaciones, ávidas de ganancias, extraigan minerales y petróleo en las profundidades del océano se demostró dramáticamente en 2010, cuando explotó el pozo petrolero más profundo del mundo, matando a 11 trabajadores y vertiendo 4.900 millones de galones de petróleo en el Golfo de México.

Según las conclusiones de la comisión designada por Obama para estudiar el desastre de Deepwater Horizon, las acciones de BP, Halliburton y Transocean, «revelan fallas tan sistemáticas en la gestión de riesgos, que ponen en duda la cultura de seguridad de toda la industria».

La crisis ecológica se agudizará aún más y más, confirmando que es el problema social y político más importante para la humanidad toda en este siglo XXI. Pero las grandes trasnacionales no ven la debacle, sino la oportunidad de hacer negocios con el desastre que viene, bajo la premisa de convertir la crisis en una nueva ola de oportunidades para lucrar, apropiarse la tierra, los océanos, los ecosistemas. Y, de paso, invertir en grandes campañas comunicacionales para negar la crisis ecológica y el cambio climático.