Les escribo desde el confinamiento dentro de mi casa en España, en la soleada y mediterránea Alicante. Vivo sola y sola paso esta época de incertidumbre y mucho tiempo para pensar. Casi un mes después de que se decretara el estado de alarma en el país a causa de la crisis sanitaria provocada por el Covid-19, trabajando desde mi despacho en frente de la cocina, y sacando la cabeza por la ventana para respirar. Si hace cuatro meses alguien me hubiera -nos hubiera- dicho que estaríamos viviendo esta situación de caos y aislamiento a día de hoy, hubiera tomado a esa persona por agorera, exagerada y pitonisa de tres al cuarto.

Pero la pandemia mundial del Covid-19 nos ha enseñado que la burbuja de bienestar en la que vivimos puede romperse en cualquier momento. Nada es seguro y nadie está preparado para una sacudida así. Pero también, esta situación nos ha mostrado que es precisamente esa capa de protección que la sociedad en su conjunto nos brinda, la que al final nos saca de todas las malas rachas.

Muchos aventuraron que las medidas extremas de aislamiento social que se estaban tomando en China no podrían funcionar en países como España, donde el contacto social es como respirar. Indispensable. Lo llevamos en el ADN. Y lo cierto es que el civismo, la solidaridad, la creatividad y el optimismo con el que hemos afrontado esta situación, es de admirar.

En una de las muchas videollamadas en grupo que he mantenido estas semanas con mi círculo más íntimo, una de mis mejores amigas nos soltó una cita demoledora: «Yo vivo con la esperanza y el optimismo de que esto nos va a convertir en una mejor sociedad». Sus palabras me hicieron reflexionar, porque no se nos escapa que, es ante la adversidad, cuando sacamos lo mejor de nosotros mismos.

Un cartel pegado en el cristal del ascensor ofreciendo ayuda a los mayores del edificio para hacer la compra. Una llamada diaria a nuestros padres, a los que no vemos desde hace casi un mes, y que antes no hacíamos por falta de tiempo o peor: de ganas. Los ratos cocinando con la abuela para matar el tiempo, como hacíamos cuando éramos pequeños, y que no repetíamos desde hace años. Un mensaje a amigos que viven en otros países para preguntar cómo están. Son muchas cosas, muchas, las que han surgido en medio de este horror que nos hacen reconciliarnos con el ser humano.

Los debates económicos y políticos quedan al margen, porque algunas cosas seguirían igual aunque al mundo le quedara una hora de vida. Es en la sociedad civil donde podemos poner nuestra confianza. En cada crisis que he vivido a mis casi 40 años -y ya van unas cuantas entre sanitarias y económicas-, la sociedad nunca me ha fallado. Y si, como dice mi amiga, de esta salimos siendo mejores y más fuertes y más exigentes con nosotros mismos y con los que nos gobiernan, el virus no nos habrá vencido.