Una importante tradición de pensamiento e investigación, sintetizada por el profesor José Rubio Carracedo en su libro Paradigmas de la política: del Estado justo al Estado legítimo, analiza los indicadores que permiten establecer si en una sociedad concreta existe o no un cambio paradigmático en el orden político, y si ese cambio es ascendente en términos evolutivos o representa un retroceso. Esos indicadores son: naturaleza del poder, legitimación del poder, objetivo del poder, referencia ética del poder, división de poderes, valores principales, régimen político peculiar, bien común, bienes privados, y tipo de sociedad civil. Según sean los énfasis de estos indicadores se derivan diversos paradigmas políticos, sobresaliendo tres: Estado justo y sabio, Estado mínimo, y Estado legítimo ¿Qué contenidos poseen estos paradigmas en relación a los indicadores señalados? Veamos.

I. Indicadores y paradigmas

En lo que sigue, para cada indicador menciono sus contenidos posibles, y en función de esos contenidos establezco el paradigma político correspondiente:

1. Naturaleza del poder: No es lo mismo concebir el poder político como un ejercicio que conjuga el régimen de libertades civiles con la libertad individual y la autoridad estatal (Estado legítimo); que entenderlo como una agencia jurídica dedicada en exclusiva a la protección de la propiedad y a la promoción de la seguridad (Estado mínimo), o como una práctica política que restringe los espacios de autonomía ciudadana hasta desembocar en una dictadura (Estado justo y sabio).

2. Legitimación del poder: En el paradigma del Estado legítimo la legitimidad deriva de la pluralidad expresada en el marco del régimen de libertades; mientras en el paradigma del Estado justo y sabio la legitimidad expresa la cosmo visión que algunos políticos e ideólogos pretenden verdadera y así la presentan a la sociedad; y en el paradigma del Estado mínimo la legitimidad es también derivada de la pluralidad, pero subordinándola a la eficacia económica, con lo cual el apego a la pluralidad se convierte en un elemento retórico pero sin sustancia real.

3. Referencia ética del poder: En el paradigma del Estado legítimo el referente ético y normativo es la Constitución Política y el orden jurídico en general, en su condición de instancias relativamente autónomas respecto a otros poderes formales o fácticos; caso contrario a lo que ocurre en el paradigma del Estado justo y sabio donde tal referente es la voluntad del grupo político hegemónico, sea un partido político, un Estado, un gobierno, una Iglesia o cualquier otra instancia del entramado social que se auto defina como expresión del interés general. En el paradigma del Estado mínimo el referente ético es el mercado económico concebido como la instancia articuladora de la sociedad.

4. Valores: En el Estado Legítimo se postula como valor supremo la autonomía de la persona manifestada en el entramado social de experiencias e intereses diversos; mientras en el paradigma del Estado justo y sabio el valor supremo es la voluntad sectaria del gobernante dictador; y en el Estado mínimo se señalan los valores asociados a los mecanismos económicos de mercado como aquellos a los cuales deben subordinarse los intereses individuales.

5. Régimen político: El paradigma de Estado justo y sabio se expresa en un régimen político despótico, dictatorial, totalitario o teocrático concebido como encarnación de la voluntad política superior, de Dios, de la Historia o de alguna otra instancia supra-personal que es conocida e interpretada por la instancia hegemónica correspondiente, cualquiera esta sea: el Estado legítimo y el Estado mínimo son compatibles con regímenes políticos diversos siempre que estos concilien la autonomía de la persona con la autoridad legítima del Estado y del gobierno, no obstante esto es claro que el reduccionismo economicista que subyace al paradigma del Estado mínimo conduce, en virtud de su propia lógica interna, hacia un orden político autoritario.

6. Bien común, bienes individuales: En el paradigma del Estado justo y sabio el bien común es superior y contrario a los bienes e intereses individuales, y por eso los bienes privados deben ser eliminados para que prevalezca lo colectivo y comunal. En las expresiones más extremas del Estado mínimo el bien común es una ficción, y lo único real es el bien privado. En el Estado legítimo se busca complementar bienes privados y bien común, asumiendo que unos no pueden existir sin los otros.

Cuando se analizan los indicadores descritos, y se aplican sus contenidos a los sistemas sociales, resultan diáfanos los paradigmas políticos a que obedecen las distintas sociedades. Por supuesto que estos paradigmas no se realizan de modo completo en su concreción histórica, pero en general las sociedades humanas actuales se pueden ubicar, tendencialmente, en el marco de uno u otro de los paradigmas señalados, y en ese contexto identificar y definir lo que puede denominarse la contradicción principal de nuestro tiempo, misma que atraviesa al conjunto de los movimientos sociales y políticos contemporáneos.

II. ¿Cuál es la contradicción principal?

Conviene, antes de postular una caracterización aproximada de la contradicción principal de nuestra época, intentar una visión de conjunto sobre algunas de las tendencias históricas subyacentes al momento presente.

Un aspecto importante está formado por los encuentros y desencuentros entre las civilizaciones humanas existentes, así como las configuraciones religiosas de esas civilizaciones. Al momento de escribir esta reflexión puede decirse, en general, que en el mundo actual se observan las siguientes civilizaciones: Occidental, América Latina, Japón, China, India, mundo Islámico, países ortodoxos, África, países budistas. En este marco se identifican, según algunos expertos, países solitarios como Etiopía y Haití, o países que por sí mismos constituyen una civilización diferenciada, tal el caso de Israel. Las civilizaciones encarnan singularidades históricas y hojas de ruta político-ideológicas y militares distintas y muchas veces contrapuestas, lo que fundamenta muchos de los conflictos actuales y determinará conflictos futuros.

Lo dicho se relaciona con ciertas tendencias demográficas y religiosas. A grandes rasgos la población mundial es de casi ocho mil millones de personas (7.794.947.883), de ellas 2.200 millones son cristianas (31,15 por ciento de la población mundial), siendo el grupo más numeroso el de los católicos, con casi 1.200 millones de personas (17 por ciento de la población mundial). Seguidores de la Reforma Protestante, en sus distintas iglesias y confesiones – más de trescientas – son 740 millones de personas, y ortodoxos, 260 millones.

El número de fieles pertenecientes a la Comunión Anglicana asciende a 82 millones. Los musulmanes son 1.550 millones de fieles, divididos en chiitas y sunitas. Los hindúes ascienden a 850 millones, los budistas son 420 millones, y los judíos, 16-17 millones. Ateos hay 155 millones de personas y sin pertenecer a ninguna religión, otros 800 millones. Todas estas cifras son aproximadas, y sus realidades cambiantes. Cuando se analizan estos datos y sus tendencias se observa un descenso relativo del número de cristianos, un aumento de confesiones religiosas situadas en Asia y África, un aumento del número de adherentes al islam y un aumento del número de agnósticos, ateos e independientes en términos religiosos, fenómeno este último sobresaliente en la civilización occidental. Los países más poblados son China e India donde predominan el Taoísmo, el Confucianismo, el Budismo y las corrientes religiosas y filosóficas vinculadas a la historia de la India donde los principales dioses son Rama, Shivá, Visnú, Krisna y la diosa Kali. Tómese en cuenta que en la actualidad el 61 por ciento de la población mundial vive en Asia, un 17 por ciento en África, un 10 por ciento en Europa, un 8 por ciento en Latinoamérica y el Caribe, y el 5 por ciento restante en América del Norte y Oceanía; y que hacia el año 2050 el 51 por ciento de la población mundial vivirá en África. Los datos demográficos ofrecen elementos para interpretar el comportamiento actual de los imperios, así como el contenido ideológico de los poderes fácticos existentes en el mundo. Así, por ejemplo, y siguiendo en este punto al historiador británico Arnold J. Toynbee, puede decirse que una civilización no puede sobrevivir sin religión, de modo que cuando una religión entra en crisis la civilización a que pertenece queda obligada a sustituirla por otra, o a modificar la existente en puntos medulares.

Otro elemento para comprender la situación actual se refiere al comportamiento de los imperios. Menciono cinco hechos relevantes:

  • Primero: China ha dejado la política de auto contención que la caracterizó durante varios siglos, e inició un acelerado proceso de despliegue y expansión que comprende aspectos económicos, comerciales, científicos, tecnológicos, ideológicos y militares, tal como lo evidencia el programa estratégico de la Ruta de la Seda.

  • Segundo: Rusia intenta recuperar las esferas de influencia que perdió luego de que la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia desaparecieran. Como bien explican los expertos en estos temas geopolíticos, el Imperio ruso siempre ha tenido interés en controlar el Mar Negro, el Mar Báltico, el Mar Caspio, el Cáucaso y Asia Central, y en la actualidad lo hace siguiendo la orientación de Catalina La Grande: «La mejor manera de defender las fronteras de Rusia es expandiéndolas».

  • Tercero: La Unión Europea experimenta extremas dificultades para consolidarse y desarrollarse, y en esto influyen tres variables: primero, el ascenso de los nacionalismos y populismos de todo signo ideológico en distintos países; segundo, las elites políticas tradicionales (socialdemócratas, liberales y democristianos) atraviesan un período de descrédito social lo que se vincula al ascenso del euroescepticismo; y tercero, las diversidades nacionales no sintonizan fácilmente con los intentos de crear sistemas de defensa, jurídicos y sociales que sean aplicables en todos los países. Cada uno de estos rasgos presenta diferencias, algunas considerables, de un país europeo a otro.

  • Cuarto: Los Estados Unidos han entrado en una senda que combina el proteccionismo comercial, con la bilateralidad económica y militar, la beligerancia político-ideológica internacional y el despliegue del poderío militar global. Esta línea de acción se mueve hacia el rediseño de la presencia estadounidense en el mundo. Contrario a lo que ha sido divulgado en los medios de comunicación -que muchas veces son medios de incomunicación y desinformación- el Imperio estadounidense se mueve hacia un rediseño de su presencia global en combinación con la presencia internacional de los otros imperios: China y Rusia.

  • Cinco: EEUU y China coinciden en sus objetivos estratégicos: fortalecer el sistema social interno con mayor presencia militar internacional. Lo hacen, sin embargo, con énfasis distintos, uno se presenta como líder mundial de la globalización (China) y el otro subraya el proteccionismo (EEUU). Con el paso de los años esta correlación puede modificarse en sentido inverso. Es claro que el fortalecimiento interno de las respectivas sociedades estará relacionado con los despliegues militares, el desarrollo tecnológico y científico, los cambios en el mundo laboral y la mayor o menor cohesión social que puedan generar.

Las tendencias de desarrollo descritas se mantienen incólumes en el marco de la pandemia, y a lo sumo han acelerado su dinamismo y velocidad de realización. Entrelazadas con estas tendencias, reforzándolas o debilitándolas, se mueven las corrientes históricas subyacentes, unas favorecen alternativas de gestión estatal, gubernamental, económica, social y cultural que subrayan la importancia del control y la seguridad, acercándose a lo que en esta reflexión he denominado paradigma del Estado justo y sabio; mientras otras favorecen niveles mucho más altos de autonomía personal y grupal, propiciando un progresivo debilitamiento de las prerrogativas de intervención, control y seguridad por parte de políticos, ideólogos, tecnólogos y tecno-burocracias, todo lo cual las acerca a la realización del paradigma del Estado legítimo. Este enfrentamiento de paradigmas puede definirse como una colisión histórica entre las inclinaciones autoritarias y las liberales, entendiendo «liberales» no como reduccionismos economicistas de mercado, sino como desarrollo del principio de la diversidad y pluralidad en tanto hogar común del acontecer histórico.

Mientras el principio autoritario postula la presencia de instancias sabias, iluminadas y minoritarias (Estado, Gobierno, Iglesia, partidos políticos, mercados económicos) que construyen sociedades controladas policial, militar y burocráticamente; el principio de la diversidad tiende a construir sociedades por coloquio, esto es, edificadas sobre la base de la creación común, experimental y plural de la voluntad. En el autoritarismo la fuente cognitiva u emocional legítima es siempre el poder formal y fáctico; mientras que subrayar el principio de la diversidad y pluralidad conduce a la conclusión de que cada persona, desde sus experiencias, es fuente válida de conocimiento, información y creación social. En un caso se enfatiza el control, el dirigismo, la seguridad y el régimen de normas y procedimientos de la tecno-burocracia; en el otro la autonomía, la autogestión, el régimen de libertades y la creatividad. En el autoritarismo la dignidad de una persona reside en la obediencia ciega y esclava al poder establecido; en la diversidad la dignidad equivale al ejercicio de la autonomía y la autogestión creativa.

De esta colisión de corrientes históricas, en un marco de inusitadas posibilidades científicas y tecnológicas, trata la actual coyuntura. La contradicción – y disyuntiva - que define nuestra época es entre «espíritu» autoritario o diversidad, dirigismo o pluralidad, centralismo o autogestión, autonomía o subordinación. En el marco de la pandemia y de la post- pandemia el enfrentamiento histórico referido seguirá creciendo en intensidad y profundidad, hasta el punto de que en determinadas circunstancias puede conducir a enfrentamientos militares directos entre potencias, pero es lo cierto que, con enfrentamientos militares o sin ellos, está en desarrollo una guerra planetaria de cuyo desenlace depende la historia de lo que queda del siglo XXI.

Recuerdo a dos pensadores: «Apartemos el caos de superficie que nos impide ver...» (Teilhard de Chardin) y perdamos «el miedo a la libertad» (Eric Fromm).