El virus obliga al Gobierno a prorrogar el estado de emergencia hasta fines de año.

Lunes 6 de julio

El maestro Ennio Morricone, el compositor de las bandas sonoras más famosas del cine se fue, de puntillas, pidiendo «un funeral privado para no molestar a nadie». Incluso había preparado un saludo póstumo a sus familiares y amigos, sobre todo a su esposa, Maria Travia, a quien le renovó «el amor extraordinario que nos mantuvo juntos y que siento mucho abandonar«. Al final un conmovedor «a ella, el adiós más doloroso».

Hace 12 años, en ocasión de un par de conciertos de Morricone en Chile, el diario El Mercurio me pidió una entrevista previa: llegué con el fotógrafo hasta su casa, en la céntrica vía de Aracoeli, en el corazón de Roma, detrás de la plaza Venezia, donde vivía en ese momento (en realidad decir «casa» es más bien reductivo, ya que la elegante habitación en la que nos recibió — que según nos explicaría era donde trabajaba — era muy grande y elegante, alta, con cómodos sillones, libros de arte, cuadros y una refinada decoración, incluso con un gran piano de cola que se mezclaba sin estridencias con el resto del ambiente; todo bastante impresionante).

Hablamos de su vida privada y de sus éxitos artísticos. Me contó que la señora Maria (a mi juicio prácticamente su vestal), exigía de sus cuatro hijos silencio sepulcral mientras él trabajaba, y para reafirmar la frase me cuenta un hecho que tiene que ver con su hijo Andrea, también músico:

Él estudió composición, aunque yo le había aconsejado lo contrario. Imagínese que años después, mi esposa me confesó que cuando yo no estaba en la casa, Andrea se ponía a tocar, a inventar música, a escribir, y dejaba de hacerlo cuando llegaba yo.

Me molesta mucho sentir sonidos. Yo estoy siempre absorto en los sonidos, los tengo en la cabeza y, por lo tanto, sentir a alguien que toca me molesta mucho. Por ejemplo, escuchar a alguien que llama «¡mamma!» (alza la voz, imitando), me molesta. La melodía oratoria de quien habla está bien, pero no soporto oír sonidos determinados, precisos. Por eso Andrea, instruido por su madre, evitaba tocar cuando yo estaba en la casa. Y me sorprendí mucho cuando me dijo que quería convertirse en compositor, porque no sabía siquiera que tocaba el piano.

Tenía un sentido del humor bastante especial, el Maestro, aunque siempre cordial. En el curso de la conversación, que duró un par de horas, me tomó el pelo en más de una ocasión: «Parece que usted sabe de mi vida casi más que yo, para qué le voy a contestar», me dijo sonriendo en una ocasión. Al final, cuando le pregunté acerca de sus proyectos futuros la primera respuesta entre risas fue: «Pero usted se mete demasiado en mi vida. Métete, métete...». Pero siempre contestó todo.

Con su modo peculiar, también las redes sociales quisieron rendirle homenaje. Uno de los memes que quisiera recordar sobre todo por su ternura es el de un Morricone que recién ha llegado al cielo y ya está dirigiendo una orquesta junto con otro gran músico, Ezio Bosso, fallecido hace un par de meses, que lo recibió con un «¡Hola Ennio!».

Con la muerte de Morricone Italia perdió a una gran persona, desde el punto de vista artístico y humano. Y no es retórico. ¡Que la tierra le sea leve, Maestro!

Martes 7 de julio

Siguiendo con nuestros premios al cine de producción italiana, llego hasta la Casa del Cine, en la Villa Borghese, este enorme parque con su palacio construido en el siglo XVII por orden del cardenal Escipión Borghese, sobrino predilecto del papa Pablo V. El encuentro es con el director de cine Paolo Sorrentino.

Y aquí me permitirán una breve disquisición: si el recuerdo que llevaré siempre de Morricone es de un gran artista y de una persona afable que no mira desde lo alto de su talento, el encuentro con Sorrentino llevará siempre la impronta de un maleducado que se cree superior al resto del mundo, a quien probablemente en su nativa Nápoles le dirían si’nu fetente, que se traduce aproximadamente como «eres un desgraciado, un cretino, un imbécil», con muchos etcéteras.

A propósito de este poco grato encuentro me acordé de una frase de mi profesor de Redacción en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, el dramaturgo Ariel Dorfman, relacionadas con un escritor muy famoso cuyas ideas sociopolíticas eran, por lo menos, discutibles: «Desde un punto de vista artístico le sacamos el sombrero, desde un punto de vista humano, la cabeza». Entre las obras de Dorfman, la más conocida a nivel internacional es La muerte y la doncella, llevada al cine por Roman Polanski, con Sigourney Weaver y Ben Kingsley: una mujer víctima de torturas, tras haber sido detenida por motivos políticos, después de muchos años cree reconocer a su torturador.

Una docena de jóvenes vestidas de novia desfilan por el centro de Roma en dirección a la Fontana de Trevi: no es un matrimonio colectivo, sino una singular protesta organizada por la Asociación de Vendedores de Objetos para Matrimonio que reclaman el derrumbe económico del sector ante la prohibición, a causa de la pandemia, de realizar fiestas con numerosos invitados hasta el próximo año. El cartel que exhibían las jóvenes era decidor: Devuélvannos la posibilidad de festejar, que no es la fiesta por la fiesta, sino todo lo que conlleva económicamente. Es la razón por la que el sector pide ayuda inmediata al Gobierno.

Miércoles 8 de julio

Como un deber cívico descargué la Immuni, la aplicación para teléfonos móviles del Ministerio de Salud con el fin de ayudar al monitoreo y en consecuencia a la contención del covid-19 gracias al trazado de los contactos, es decir el proceso de identificación de las personas que podrían haber tenido algún tipo de relación con personas contagiadas, y la sucesiva búsqueda de informaciones relacionadas con tales contactos. Se recomienda revisar la aplicación cada dos días: confieso que cada vez que la abra sentiré un poquito de aprensión…pero todo sea por la salud y la seguridad.

A pesar de que en Italia el virus disminuye, esta vez llegó a Roma desde la lejana Bangladesh. Para evitar la difusión del contagio, el Gobierno decidió rápidamente anular los vuelos desde ese país, pero hoy se encontraron con la sorpresa de que, en otro vuelo, esta vez desde Dakar, también llegó otro grupo contagiado que, como se descubriría después, provenía igualmente del país asiático y solamente había hecho escala en la capital de Senegal.

La preocupación era que se desatara una escalada persecutoria contra la comunidad bangladesí, bastante numerosa en Italia, lo que por lo menos hasta ahora no ha sucedido y esperemos no ocurra.

Jueves 9 de julio

Para evitar el contagio «extranjero», un comunicado del Ministro de Salud prohíbe desde hoy el ingreso a Italia a las personas que en las últimas dos semanas hayan estado o transitado por 14 países. También «con el fin de garantizar un adecuado nivel de protección sanitaria», se han suspendido los vuelos de ida y vuelta a estos países. En lo que concierne a América Latina la prohibición se refiere a Panamá, República Dominicana, Brasil, Perú y Chile.

Según las autoridades sanitarias italianas, «a nivel mundial la pandemia está en su fase más aguda, y precisamente para no frustrar los sacrificios hechos por los italianos en estos meses hemos optado por la línea de la máxima prudencia», una actitud a mi juicio sensata y responsable.

En algún momento se dijo que la Fuerzas Armadas (de cualquier país) eran integérrimas, honradas, garantía de constitución, etc. etc. Y lo peor fue que más de alguien se creyó el cuento. Me acordé de esa fábula hoy con una noticia italiana: en conjunto con un grupo de empresarios, oficiales del Ejército italiano tramaban no solamente para alzar los costos, sino también para trasladar a sus favoritos de un lugar a otro, donde hubiese más posibilidad de ganancias ilícitas. ¡Traficaban incluso con las condecoraciones!

Viernes 10 de julio

Una noticia esperanzadora en medio de las informaciones trágicas que llegan desde todo el mundo donde el virus sigue su escalada mortal: Ervina y Prefina, siamesas de dos años provenientes de la República Centroafricana, desde hoy podrán mirarse a los ojos, hecho hasta hoy imposible ya que habían nacido unidas por la nuca.

La operación se realizó en el hospital pediátrico más importante de Roma, el Bambin Gesù: la delicada intervención duró 18 horas y se trata de la primera de este tipo en Italia, preparada tras un año de estudios y tres operaciones previas.

Este hospital me permite retroceder 36 años: dos meses después del nacimiento de Enrique, mi hijo, nos fuimos a pasar una temporada a un pueblito cerca de Roma para huir del calor, que en verano siempre ha sido muy intenso en esta ciudad, ¡y eso que aún no sabíamos lo que nos esperaba con el recalentamiento global!. Por eso no es por casualidad que los emperadores y posteriormente los papas construyeran sus mansiones de veraneo fuera de la capital.

A mediados de agosto, a los 3 meses, mi hijo tuvo mucha fiebre y el único médico que logramos encontrar fue bastante honesto: no hizo diagnósticos aproximativos y nos dijo que mejor lo lleváramos al día siguiente al Bambin Gesú, cosa que hicimos. Era el 13 de agosto, dos días antes de lo que en Italia se denomina Ferragosto, palabra que deriva de la locución latina Feriae Augusti (es decir el reposo de Augusto) festividad que el emperador Augusto había instituido en el año 18 a.C. y que se agregaba a otras fiestas en este mismo mes dedicadas a diferentes deidades romanas. Lo curioso es que más de dos mil años después, los italianos siguen celebrando el 15 de agosto como fiesta importante que señala la mitad del verano y, en consecuencia, de las vacaciones. Hasta hace un par de décadas todo estaba cerrado en la capital italiana en este período.

Con mucha angustia (y calor) llegamos a Roma y como en ese tiempo no existían los «navegadores» teníamos que seguir las páginas amarillas de la Guía de Teléfonos, que no siempre (más bien casi nunca) indicaban la dirección de marcha. Nuestra salvación fue una pareja de Carabineros en moto que controlaban el tránsito a la entrada de Roma, la temible stradale, conocida por su rigor, ya que no dejaba (y no deja) pasar ni la más mínima infracción.

Tímidamente les preguntamos dónde quedaba el hospital, explicándole que teníamos al bebé con fiebre y lo llevábamos al hospital. «No se preocupe, señora», dijeron y uno delante y otro atrás de nuestro auto, nos escoltaron a 100 kilómetros por hora hasta el hospital. Al llegar, uno de ellos tomó el moisés (el canastito en el que lo llevábamos), entró, saludó a una enfermera, le explicó que el niño tenía fiebre, se lo dejó y al irse nos saludó de mano, deseándonos suerte. Una excelente experiencia sobre todo para mí que venía de un país donde los uniformados no demostraban precisamente solidaridad.

La fiebre era debida a una infección a las vías urinarias y después de un par de días, ya estaba sonriente como siempre. En esa ocasión fue la primera vez que vi a una mujer con burka, ese velo islámico que les cubre totalmente el cuerpo y la cara, permitiéndoles ver solamente a través de una especie de rejilla a la altura de los ojos: la hijita de una familia que hizo escala en Roma rumbo a Irán tuvo fiebre alta y la hospitalizaron de urgencia.

Todas las mamás que estábamos ahí, vestíamos bastantes ligeras de ropas por el calor, en vez la señora musulmana, impertérrita sentada al lado de la camita, desgranaba el rosario islámico. Es una imagen bastante impresionante que se me quedó grabada y que da para muchas disquisiciones.

Sábado 11 de julio

A pesar de los nuevos contagios y las noticias para nada reconfortantes sobre nuestro futuro inmediato (ayer la ministra del Interior Luciana Lamorgese pronosticaba un «otoño caliente porque hay demasiada pobreza» y el primer ministro Giuseppe Conte informó acerca de su intención, de prorrogar el «estado de emergencia» hasta el 31 de enero) las autoridades comunales siguen en su afán de lograr que Roma reviva.

En este contexto, ayer la alcaldesa de Roma inauguró la nueva iluminación de uno de los edificios símbolos de Roma, el Panteón, «el templo de todos los dioses». Construido entre los años 118 y 125 de nuestra era, hoy es una iglesia católica con numerosas tumbas célebres, entre ellas la del pintor Rafael. Es uno de los edificios patrimoniales mejor conservados, porque lo increíble es que desde su construcción, es decir hace prácticamente dos mil años, nunca ha dejado de estar en uso.

La ceremonia se abrió con un emotivo homenaje al Maestro Morricone por parte de la prestigiosa orquesta de la Academia de Santa Cecilia.

Regresando a casa atravieso el puente Sixto, sobre el Tíber y al mirar hacia abajo me sumerjo en la dramática realidad que estamos viviendo: desde hace unos 30 años desde principios de junio a mediados de septiembre las dos riberas del río eran un abanico de luces, sabores, aromas, colores en la manifestación «Roma en el Tíber» (Roma sul Tevere) con restaurantes de todo el mundo, cine, teatro, conciertos al aire libre, tiendas de artesanía. La oscuridad que veo en ambas riberas es como una estocada en el alma.

Domingo 12 de julio

Probablemente mis lectoras y lectores menos jóvenes recordarán los cines al aire libre, los famosos drive in, que nacieron en la década del 20 en los Estados Unidos, aunque su máxima expansión fue en los años 50, y que después se esparcieron por el mundo, como muchas de las modas (buenas y menos buenas, todo hay que decirlo) que llegaron desde ese país: en el litoral romano, cerca de Ostia (el puerto principal del Imperio en la Roma antigua) abrió de nuevo sus puertas el drive in más grande de Europa, con capacidad para 460 espectadores, en auto o en moto.

La película que abre la estación es Tolo Tolo, una simpática comedia que narra las vicisitudes de un italiano medio que, huyendo de este país por sus problemas fiscales se ve obligado a «emigrar» a un país africano donde vive las pellejerías de todo emigrante. En la primera proyección no todos los lugares estaban ocupados. Sin embargo, el período que estamos viviendo con la obligación de mantener la distancia social, podrá ser un aliciente para este tipo de cine, que en realidad siempre tuvo más de romántico que de cinematográfico, Pero los tiempos cambian, y como escribía Neruda:

...nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.