Todos conocemos al menos una historia acerca de algún vendedor. Está la de aquel vendedor insistente que atraviesa el zapato entre la puerta para que no se la cierren. La del vendedor con una muy particular forma de vestir, hablar o de actuar. Y, por supuesto, la del vendedor o la vendedora con tremenda apariencia física que nos atrae mucho más que el producto que vende. Pero hay un vendedor y una vendedora al que y a la que, simplemente, no podemos resistirnos: el vendedor y la vendedora con carisma. El carisma es por definición esa «especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar».

Es por eso que ese vendedor y esa vendedora que, además de carisma tiene tremenda apariencia física y una particular forma de actuar y de hablar, no necesita atravesarle el zapato para venderle algo. Simple y sencillamente se lo vende. Y puede vender lo que sea. Hasta un sueño, hasta una ilusión, hasta algo completamente vano e irreal. Él o ella es capaz de venderle a usted algo completamente imposible de lograr y de alcanzar. Él o ella es capaz de venderle a usted un dogma, una creencia.

¿A qué me refiero con eso? A que, por ejemplo, en nuestra niñez, creíamos firmemente el Santa o los Reyes Magos: para los que somos tradición cristiana. Porque estábamos convencidos de que existía. A pesar de que sólo era una idea, un concepto: por no decir un cuento de nuestros padres.

También están los que, aun siendo adultos, creen firmemente los dogmas religiosos. Aun cuando, no hay forma de probarlos. Peor aún, desafían la ciencia, la física y la realidad. Pero, aún así, los defienden y hasta se atreven a cuestionar a quienes los desmienten.

Hay una justificación social y psicológica para ese comportamiento aparentemente ilógico e irracional. La principal de ellas es el condicionamiento social y cultural al que, como sociedad estamos sometidos desde niños(as). En otras palabras, al adoctrinamiento. Que no debemos confundir con enseñanza o educación.

No se enseña a creer en una religión, se adoctrina a creer en ella. No se educa en la fe, la fe se impone. Y como, «lo que bien se aprende, nunca se olvida», nos resulta muy difícil, aun siendo adultos, deshacernos de los dogmas y de todo el adoctrinamiento social y cultural que sufrimos desde niños(as).

Es más, algunos(as) nunca lo logran, para ellos(as) esos dogmas se convierten en parte intrínseca de su psique. Se convierten en sus memes. Y no me refiero a los memes de internet. Me refiero a ese «rasgo o de conducta que se transmite por imitación de persona a persona o de generación en generación».

Hubo un grupo musical español de música romántica en español llamado Mocedades. Luego de varios años el grupo se separó por conflictos interpersonales entre sus miembros originales. Después, varios de ellos(as), incluyendo su principal vocalista (María Maya) formaron un nuevo grupo con el nombre de El Consorcio. Una de sus canciones originales (muy recordada, por cierto) se titulaba El Vendedor y quizás, la más conocida de sus estrofas es esta:

¿Quién quiere vender conmigo la paz de un niño durmiendo,
la tarde sobre mi madre y el tiempo en que estoy queriendo?

También se hubo una película brasileña de 2016 dirigida por Jayme Monjardim, basada en la novela homónima de Augusto Cury, titulada O Vendedor de Sonhos (El vendedor de sueños, en español). Esta es su sinopsis:

Un mendigo salva la vida de Julio César, un reconocido psiquiatra que subió hasta un rascacielos convencido de quitarse la vida. El misterioso mendigo se presenta como el «Vendedor de sueños» y gracias a esta proeza se convierte en toda una celebridad, ayudando a las personas a solucionar sus problemas cotidianos. Sin embargo, a pesar de su nueva fama, en el fondo nadie sabe quién es el mendigo o de dónde proviene.

Y un libro: El vendedor más grande del mundo: un best seller de Og Mandino que se convirtió en todo un clásico de la filosofía de un vendedor.

Y, ¿por qué menciono esa canción romántica, esa película de trama psicológica y ese libro de trama social? Porque todos tratan de sueños y de vendedores. Dicen que los sueños son lo más cercano a los dogmas. Son reflejo de nuestro subconsciente; de lo que nos ha pasado; de lo que esperamos que nos pase; son nuestros memes. Pero en nada y para nada son reales. Podemos escoger creer en ellos; o ignorarlos. ¡Igual que los dogmas!

Y es que, a propósito de vendedores de sueños y dogmas, hay un tipo de vendedor que justo hace eso: vender sueños y dogmas. Es el «vendedor político». Muchos lo llaman populista. Pero, de hecho, es un vendedor y lo que vende es política. Tiene carisma, tiene personalidad, tiene presencia, sabe cómo hablar, sabe cómo manejarse y es capaz de venderle a usted cualquier cosa. Hasta «la paz de un niño durmiendo». Hasta «la tarde sobre mi madre y el tiempo en que estoy queriendo».

Decían de Richard Nixon que «es capaz de subirse sobre una secuoya después de haberla talado, y dar de pie un discurso conservacionista». Ese es el típico vendedor político. Richard Nixon tuvo que renunciar, pero tristemente, aún quedan muchos vendedores políticos, en todo el mundo, no sólo en Estados Unidos. Y todos deberían de renunciar.

Pero no lo hacen gracias a que, los fanáticos que creen en sus dogmas políticos y religiosos, los mantienen aferrados en el poder.