Héctor se sentía frustrado. A sus 28 años había sido partícipe de una cruda realidad. Durante su residencia de Traumatología había visto como varios pacientes fallecían o eran dados de alta sin el tratamiento adecuado por diferentes motivos. Durante una protesta pacífica en la que intervino, fue golpeado por colectivos a la orden del régimen. La gota que colmó el vaso fue el día en que fue amenazado a punta de pistola para que atendiera y le salvara la vida «sí o sí» a un paciente herido de bala, sin que el personal de seguridad pudiera hacer nada. Héctor decidió emigrar, hizo sus trámites en secreto para evitar represalias y hoy se encuentra en un país europeo, donde se desempeñó como mesero mientras revalidaba su título. Ahora trabaja para una empresa de seguros atendiendo emergencias telefónicas y reuniendo dinero para retomar su posgrado.

El caso de Héctor resume algunas de las penurias que aquejan a los médicos que aún permanecen en Venezuela, muchos de ellos sostenidos solo con la vocación de servicio que los caracteriza.

La falta de recursos

Carmen está cansada de enviar a los familiares de sus pacientes a comprar medicamentos y material básico para atenderlos, sabiendo que, seguramente, no los encontrarán o no tendrán dinero para adquirirlos. Varios pacientes han fallecido mientras esperan. Arturo se niega a preparar su propio suero fisiológico para poder realizar intervenciones quirúrgicas; el riesgo es muy alto, aduce. El hospital donde trabaja Emilio tiene varios meses sin realizar intervenciones quirúrgicas por la contaminación de los quirófanos y su trabajo consiste en remitir a los pacientes a otros centros, donde probablemente serán «ruleteados»; esto es, trasladados de un sitio a otro hasta que puedan ser atendidos o fallezcan. Los médicos de un hospital de provincia ven con angustia como los pacientes son trasladados en vehículos pickup o camiones, sin ninguna medida de salubridad, debido a la falta de ambulancias. Durante su posgrado de Psiquiatría, Alfonso lamentó la muerte de dos pacientes por inanición, ya que la comida del hospital era insuficiente y no tenían familiares que les llevaran alimentos.

La brutal crisis económica que afecta a Venezuela ha golpeado a todos los sectores, incluido el de salud. Durante los últimos 21 años, el costo del dólar se ha multiplicado por 77,000,000,000 y la inflación alcanza cifras inéditas.

Esta situación, unida a la corrupción galopante, ha sumido al desarrollo de la medicina venezolana en un letargo. La mayoría de los centros de salud, atendidos por médicos venezolanos, no cuentan con insumos básicos ni medicamentos, por lo cual los pacientes deben proveerlos por su cuenta.

Me reporta indignado un médico activista de una ONG que pasa lo contrario en algunos centros atendidos por cubanos, quienes incluso entregan los medicamentos gratis a los pacientes. En muchas ocasiones, los médicos venezolanos son acusados de negligencia siendo que no cuentan con los recursos mínimos indispensables para atender a sus pacientes.

Desde hace varios años, no se consiguen reactivos y la mayoría de los equipos de imagenología están dañados, incluso en centros privados que no pueden costear las reparaciones. Un médico entrevistado nos dice que el ejercicio de la medicina en Venezuela ha retrocedido hasta el siglo XIX.

Médicos cubanos y comunitarios

En diciembre de 1999 el Ávila, cerro emblemático que separa a Caracas del litoral, colapsó y varios sectores sufrieron la furia de las aguas y el lodo. Miles de personas perdieron la vida y otras tantas necesitaron asistencia médica inmediata. Desde Maracay, a unos 100 km de Caracas, Ramón se reunió con la directiva de la clínica y asignaron un número de habitaciones para atender, sin costo, al mismo número de pacientes que pudieran trasladar. Se dirigió a una base aérea cercana, habló con el militar a cargo y al poco tiempo se dirigió a Maiquetía en un avión Hércules para trasladar a los pacientes. Rubén, cardiólogo de fama internacional y director de una importante clínica en Caracas, hizo lo propio y también se dirigió al Aeropuerto de Maiquetía, desde donde se dirigían las operaciones de ayuda y salvamento, con una oferta similar. Ambos galenos se encontraron y solicitaron reunirse con el General a cargo de las operaciones de asistencia. Le hicieron la oferta de trasladar un número de pacientes a sus clínicas, sin ningún tipo de condiciones, y la respuesta fue tajante; «si desean colaborar, lo único que pueden hacer es ponerse a la orden de los médicos cubanos». No sirvieron las razones y ambos se retiraron, frustrados, al verse privados de la oportunidad de ayudar.

La presencia de médicos cubanos en el país fue uno de los primeros síntomas de la aversión del régimen hacia los médicos venezolanos. Desde esa fecha se comenzó a notar su llegada, en medio de una total opacidad. Algunas investigaciones aseguran que ellos perciben entre el 10%-25% de lo que el régimen cubano cobra a Venezuela. Algunos médicos desertores han situado sus salarios entre $150 y $350. Un médico venezolano hoy cobra el equivalente a $3. Según una fuente cercana a la Federación Médica Venezolana (FMV), solo el 10% de los médicos cubanos que han ingresado al país tienen una formación que pudiera equipararse a la de los médicos venezolanos. El resto puede ser calificado de asistentes sanitarios de diferentes niveles y algunos de ellos son operadores políticos.

Con su llegada, se iniciaron una serie de «Misiones» para dotar de servicios de salud a las poblaciones más necesitadas. Esto se hizo a costa de retirar los recursos a las Medicaturas Rurales atendidas por médicos venezolanos y estudiantes que hacían su pasantía rural, requisito indispensable para obtener el título. Mientras esto sucedía, los centros atendidos por cubanos fueron convenientemente dotados de insumos, medicamentos y equipos.

Es importante notar que estos médicos ejercen sin cumplir los requisitos de ley para hacerlo. Las protestas de los gremios son ignoradas o reprimidas, como ha sido documentado por diferentes organizaciones nacionales e internacionales.

En paralelo, el régimen creó una nueva carrera de «Médicos comunitarios», quienes reciben una formación teórica durante 3 años, la mayoría mediante el uso de videos, sin ningún tipo de práctica y con una alta dosis de adoctrinamiento político. Son innumerables los testimonios de médicos y pacientes que atestiguan esta realidad, la cual contrasta fuertemente cuando son asignados a hospitales y conviven con médicos que han tenido una sólida formación teórico-práctica de 6 años, más las pasantías rurales.

La violencia

Dolores, jefe del Servicio de Emergencia, relata como ella tiene que actuar cada vez que familiares o compañeros de pacientes amenazan verbal y físicamente a sus residentes para que los atiendan. Cuando esto sucede, retira a sus médicos y da la cara, explicando que esta presión impide una atención adecuada. Me cuenta que, generalmente, logra calmar a los violentos.

La violencia, generalizada en el país, es, según testimonio de muchos médicos, «el pan de cada día» en los hospitales. Un discurso permanente de odio, unido a una completa impunidad y la promoción y financiamiento a grupos irregulares afectos al régimen, ha convertido a Venezuela en uno de los países más violentos del mundo. El sector salud no ha sido inmune a esta espiral de violencia y también se manifiesta en la persecución de las autoridades a aquellos médicos que emitan diagnósticos que reflejen la ineficiencia del régimen, o a los que protestan por falta de insumos o condiciones. En algunos casos la represión viene de parte de colectivos aupados y financiados por el régimen. Hasta la fecha, se reportan hasta doce médicos detenidos por protestar, siempre de forma pacífica. Otros son amenazados y no se atreven a hacerlo.

Solicitar la jubilación puede ser un calvario para un médico y a veces tarda hasta tres años en llegar. Esperanza fue jubilada prematuramente de forma expresa por reunirse con una comisión de la ONU que visitó al país recientemente.

Este caso no es aislado. Muchos médicos han sido objeto del mismo procedimiento por denunciar la situación de sus centros de salud.

Las clínicas privadas también han sufrido los embates de la violencia del régimen, traducida en fiscalizaciones continuas de instituciones del estado con sanciones económicas injustificables, amenazas de cierre o de intervención, uso de sus instalaciones y servicios sin retribución económica y todo tipo de medidas coercitivas que las mantienen en vilo.

La diáspora

Rodolfo ejerció la medicina durante 42 años. La persecución política que sufrió por actividades gremiales lo obligó a emigrar a EE. UU., donde hoy trabaja como empaquetador en un supermercado y tiene como compañera de trabajo a una anestesióloga que también huyó del país. Susana, recién graduada, decidió emigrar por la falta de oportunidades y hoy cuida niños en Málaga mientras lograr revalidar su título. Pedro reparte pizzas en Medellín, Rubén es mesero en Quito, Jacinto, taxista en Santiago, Carlos, fotógrafo en Marsella, Esteban, vendedor de seguros en Madrid, Amanda, cuida ancianos en Brasilia. Andrea fue más afortunada: después de una exitosa carrera como neurocirujana, hoy recorre Barcelona en su coche, atendiendo a domicilio a pacientes con patologías leves referidos por una empresa de seguros.

Son conocidas las cifras relativas a la diáspora venezolana. El gremio médico no es ajeno a esta realidad y, aunque no hay cifras oficiales, algunas organizaciones estiman que, de 55,000 médicos que había en el país hace un lustro, unos 30,000 (55%) ha emigrado y otros 6,000 (11%) se han jubilado. Algunos se han retirado voluntariamente por diversos motivos. Más de la mitad de los médicos entrevistados fuera del país están ganándose la vida en oficios ajenos a su profesión.

Esta realidad deja a la mayoría de la población venezolana en manos de personal de poca formación.

La COVID-19

Lorenzo se debate entre dos frentes. Por uno, se resiste a dejar el hospital para atender a los pacientes de la pandemia, aunque todos los días tenga que caminar 3 kilómetros para llegar al trabajo, debido a la falta de gasolina. Por otra parte, sus familiares, amigos y algunos colegas, le recomiendan que renuncie, ya que está arriesgando su vida con la sola protección de tapabocas que él mismo compra y que usa por más tiempo del indicado. Su sueldo, equivalente a menos de $3, complica su situación, apenas atenuada por los $200 que su hermana emigrante envía cada mes. Hasta ahora Lorenzo no se ha contagiado, pero todos saben que algún día lo hará y pasará a formar parte de una lista no oficial de pacientes que han sobrevivido o de otra que no lo hicieron.

Da dolor escribir sobre este tema. Todo lo referido anteriormente sucede desde 1998, al principio, en cámara lenta y, luego, de forma avasallante. Las epidemias de dengue en sus diferentes versiones fueron un primer aviso de lo que estaba por venir. La falta de reactivos, la ausencia de boletines epidemiológicos que fueron suprimidos por el régimen, la dirección de la salud en manos de operadores políticos, la opacidad en las estadísticas oficiales, las amenazas a los médicos por diferentes motivos han tenido consecuencias trágicas que no aparecen en las estadísticas.

Los médicos venezolanos son los que están en la primera línea de batalla, sin recursos para atender la crisis y sin equipos de bioseguridad adecuados. En caso de contagiarse, pasan a ser unos pacientes más, sin recursos ni medicamentos para ser atendidos adecuadamente. La carga viral que han recibido es muy superior a la de cualquier otro contagiado y eso aumenta el índice de mortalidad. Estadísticas de organizaciones independientes sitúan en aproximadamente 30% el porcentaje de fallecidos del sector salud, 22% médicos.

¿Qué se está haciendo?

Se hizo viral la imagen de un funcionario de alto rango que visita la sala de emergencias de un hospital, «forrado en un traje de astronauta». En ella, conversa con un grupo de médicos apenas protegidos por unos humildes tapabocas. Esa imagen dibuja a la perfección la situación de los médicos venezolanos y su relación con el régimen.

Todo lo descrito nos habla de una situación dramática. Los médicos venezolanos, herederos de una tradición de vocación de servicio y entrega, no escapan a ella. La prensa diariamente reporta el éxito y la contribución de numerosos médicos venezolanos en diferentes países que los han acogido.

La FMV ha sufrido los embates del régimen y se ha visto impedida para ejercer las funciones que le atribuyen las leyes. Las elecciones de sus autoridades han sido prohibidas y algunos de sus dirigentes han sido encarcelados, amenazados o han tenido que emigrar. Por lo pronto, no cuenta con recursos suficientes para colocarlos al servicio de sus afiliados.

Se han creado algunas ONG con la finalidad de denunciar una realidad que pretende ocultarse. Sus miembros son amenazados, jubilados de forma expresa y prematura o encarcelados.

En situaciones de extrema necesidad, como es el caso de la dotación de equipos de bioseguridad para el personal de salud o la asistencia médica y económica a afectados por la COVID-19, estas ONG solo cuentan con los recursos que puedan ofrecerles otras instituciones o gremios empresariales solidarios. En otros casos, deben hacer colectas, eventos benéficos o solicitudes a través de las redes sociales y páginas web dedicadas a la recaudación de fondos. Estas ayudas no siempre llegan a tiempo.

Una última reflexión

Generalmente escribo sobre temas de desarrollo personal. Una serie de circunstancias desviaron mi enfoque hacia el tema que ocupa este artículo y decidí escribirlo después de obtener el testimonio de un importante grupo de médicos dentro y fuera de Venezuela, algunos de ellos ligados a la FMV o a las ONG ya mencionadas. Decidí no nombrar a ningún médico ni institución, aunque algunos me solicitaron expresamente que lo hiciera.

El mundo no ha tomado conciencia plena de la situación de Venezuela, aun a pesar de los informes de la Oficina de la Alta Comisionada para los DDHH de la ONU y la misión de esa entidad que, en fecha reciente, emitió un informe demoledor acerca de la situación de los DDHH en el país y la comisión de crímenes de lesa humanidad.

El gremio médico es parte de esta situación. Desde 1998, el régimen ha intentado desprestigiarlo y destruirlo. Los casos que he citado, todos reales, son apenas un pequeño ejemplo de las persecuciones que han sufrido y las consecuencias son lamentables, no solo para los médicos sino para el pueblo venezolano, carente de los servicios y derechos básicos elementales.

El médico en Venezuela es una especie amenazada. Los pocos que quedan no poseen los recursos necesarios, ganan sueldos de miseria, no pueden trasladarse a sus sitios de trabajo debido a la falta de gasolina y muchos de ellos están a punto de rendirse y aumentar las cifras de la diáspora o simplemente abstenerse de ejercer su profesión, su vocación.

¿Cuál es la solución? No está en mis manos recomendar alguna, pero de algo estoy seguro: en la medida en que el régimen se mantenga en el poder, el gremio médico venezolano tenderá a desaparecer, cediendo su lugar a personal de poca formación y con objetivos muy distintos a preservar la salud de la población.