Antes de la aparición de la COVID-19 el escenario a nivel mundial era testigo del despertar de la consciencia de una población mundial oprimida, condicionada, controlada y manipulada por los quintrales del poder mundial. Estos quintrales, también conocidos como élite mundial, por siglos han vivido y han crecido parasitando a expensas de la explotación del pueblo.

Karl Marx escribió sobre la explotación del hombre por el hombre; este es un pensamiento certero de la realidad social en la cual los dueños de los medios de producción crean sus riquezas mediante el abuso del trabajo del proletariado.

Las protestas a nivel mundial durante el 2019 se habían convertido en una amenaza para los dueños del poder mundial y para sus privilegios. Esta élite de privilegiados posee más riqueza que el 99% restante de la población mundial.

Surgieron protestas en Chile el 18-O, en Oriente Medio y los chalecos amarillos en Francia. En países como Argelia, Egipto, Irak y el Líbano se levantaron protestas en contra de la corrupción del poder. En Asia también se vivieron protestas; en Hong Kong fueron en defensa de sus libertades personales. En Indonesia, Yakarta, hubo manifestaciones en contra de la corrupción, al igual que en India, Rusia, etcétera. Todas estas marcaron un nuevo rumbo a nivel mundial en las demandas por justicia, equidad y reconocimiento de los derechos económicos, sociales y culturales.

Manifestaciones a nivel mundial en contra del calentamiento global y el cambio climático causado por un capitalismo depredador e inmoral, incomodaron a los dueños de las finanzas mundiales. La sobrepoblación mundial es cercana a los 8,000 millones, alrededor del 61% vive en Asia. China posee 1,440 millones de habitantes (representa el 19 % de la población mundial) y la India posee 1,390 millones (representa el 18% de la población mundial). En este contexto, en el 2014, el ultraderechista francés Jean-Marie Le Pen señaló: «el señor ébola podría resolver el problema de sobrepoblación en el mundo en tres meses».

Mientras tanto, EE. UU. y China se enfrentan a una guerra comercial, en la cual China intenta arrebatarle a EE. UU. el primer puesto como potencia económica mundial. Esto llevaría a EE. UU. a perder no solo su liderazgo económico, sino también, progresivamente, su poderío militar e influencia diplomática mundial.

Sin duda el 2019 fue el año de los movimientos sociales, también conocidos como la ola de protestas globales. Ante las protestas y manifestaciones que crecían cada día más a nivel mundial y local, con fuertes, sólidos e irrefutables fundamentos, se debía entonces imponer una solución radical que permitiera a la élite de quintrales controlar y conservar el poder y sus privilegios, después de todo, para ellos, la vida humana es un bien consumible.

En diciembre de 2019 se identificó por primera vez en Wuhan —ciudad China de 11 millones de habitantes— la COVID-19, causada por el virus SARS-CoV-2. El 11 de marzo de 2020, la OMS reconoció la existencia de una pandemia. El virus es de muy fácil propagación entre las personas.

Para la tranquilidad mundial, los grandes líderes han afirmado que el virus que causa la COVID-19 no es un producto de la bioingeniería, no es una creación de laboratorio; su origen es natural, tan natural como la naturaleza humana que no aspira a otra cosa que no sea el poder en sus diversas manifestaciones: opresión, control, manipulación, fama, riqueza, honor, reconocimiento intelectual, gloria, fuerza física, etcétera.

Otras mentes más lúcidas y valientes, como la viróloga Li-Meng Yan, afirman que China ocultó la información relacionada con la COVID-19 y que el virus fue fabricado de manera artificial en un laboratorio. Las características inusuales del genoma del SARS-CoV-2 sugieren una sofisticada modificación en laboratorio, en lugar de una evolución natural.

El resultado es que se ha declarado una pandemia mundial. En el caso chileno en particular, el 18 de marzo de 2020, se decreta estado de excepción constitucional por 90 días, alargándose actualmente hasta mediados de diciembre de 2020.

Mediante el estado de excepción, se ha militarizado Chile, país que vive desde el 11 de septiembre de 1973 hasta la fecha, en una pseudo democracia neoliberal, delegando facultades presidenciales a los designados Jefes de la Defensa Nacional y restringiendo derechos fundamentales de las personas.

Chile, con su legislación obsoleta creada durante la dictadura cívico-militar encabezada por el títere del capitalismo, el genocida Pinochet, intenta hacer frente mediante el control y sometimiento de la población a manos de las fuerzas armadas a una enfermedad viral. En Chile se combate un virus mortal con Fuerzas Armadas, siendo de esta manera reemplazados los intelectuales chilenos por uniformes de combate. Obviamente todos hombres de armas son doctorados en medicina y otras ciencias, a lo menos, en Oxford en la Cambridge University; así se resolverán los problemas sociales y de salud pública causados por la COVID-19.

Actualmente, lo que ha comenzado a vivir el mundo, la región y nuestro país en particular ya no es un neoliberalismo autoritario, sino un autoritarismo neoliberal, subproducto de la crisis de acumulación capitalista; capitalismo que busca su supervivencia a través de la necropolítica, esto es, la gestión de la muerte y el miedo dentro del sistema capitalista global.

El control y la vigilancia de la población se asemejan al control social de Mao Zedong, fundador de la República Popular China. He aquí una paradoja entre comunismo y capitalismo. En definitiva y, como señala René Ramírez Gallegos, Dr. en Sociología Economía, la COVID-19 profundizará, en el plano político, las dictaduras electorales-democráticas; en el plano económico, el autoritarismo neoliberal; en el campo popular, las movilizaciones sociales. Entre morir por coronavirus o morir de hambre el pueblo parece preferir morir luchando.

Ya había otros tantos fenómenos sociales que estaban despertando a nivel mundial durante el 2019, causados por los abusos de una élite mundial de quintrales que gozan de privilegios a costa de la vida y la dignidad de los más desprotegidos de cada país. La COVID-19 ha dado lugar a la élite de quintrales chilenos para imponer nuevas formas de autoritarismos, pues para nadie es desconocido que, desde septiembre de 1973, estamos viviendo en una «dictadura democrática».