El resultado de las elecciones en Estados Unidos no ha acabado formalmente, no se ha terminado de cerrar el proceso en toda su dimensión. Aún no ha terminado el conteo de votos y su verificación correspondiente en algunos estados de los 50 que forman la Unión Americana, junto con el Distrito Capital. Todavía en enero se eligen dos senadores, que pueden ser la diferencia para tener la mayoría de ese órgano político.

Aunque se conozcan los resultados generales de la votación del pasado 3 de noviembre, no ha habido aún una declaratoria definitiva del ganador. Por ello, los medios de comunicación, la prensa en general, son los que terminan señalando, y dando por ganador, a aquel candidato que se sabe por los resultados provisionales que ganó la mayoría de los miembros del Colegio Electoral, que es el grupo de ciudadanos —538 en total— encargado y designado para emitir, finalmente, los votos en nombre del resto de los ciudadanos, y proclamar al presidente y al vicepresidente de los Estados Unidos.

Los votantes o miembros del Colegio Electoral resultan electos del mismo proceso de votación general y de carácter popular de cada estado. Así se da el voto popular general y el voto de los miembros del Colegio Electoral.

No necesariamente la mayoría de los votos populares asegura la mayoría de los votos del Colegio Electoral, porque ello depende de cada estado en el número de sus votantes. Así puede darse, a favor de un candidato, una mayoría de votos populares y una minoría de votos en el Colegio Electoral, como le resultó a Hillary Clinton en el 2016 contra Donald Trump. Del mismo modo, en las actuales elecciones Joe Biden ha ganado abrumadoramente el voto popular y, de igual manera, el voto mayoritario de los miembros del Colegio Electoral, situación que no acepta, en este caso, Donald Trump, quien ha perdido las elecciones.

48 de los 50 estados tienen un sistema eliminatorio de voto, por el cual el candidato que obtiene la mayoría de los votos populares se lleva todos los votos electorales, los del Colegio Electoral, a su favor.

Los miembros del Colegio Electoral, una vez que se certifiquen los resultados de votación por cada estado, se reúnen en la capital de cada uno de los estados para emitir sus votos, en la primera quincena de diciembre. Realizada esta votación, estos votos se envían a Washington para que, en sesión conjunta del Congreso y el Senado, se cuenten y se haga la proclamación oficial del ganador a la presidencia de los Estados Unidos, en los primeros días de enero, quien asume unos días más tarde ya oficialmente. Así, es el Colegio Electoral y no los votos populares los que eligen al presidente y vicepresidente de los Estados Unidos.

En las elecciones que acaban de pasar, Joe Biden y Kamala Harris han ganado ambos procesos, votos populares y votos electorales. Queda en los próximos días por confirmar estos resultados de acuerdo con los procedimientos de cada estado, lo que debe hacerse antes del 14 de diciembre.

De todos los procesos los procesos electorales que ha habido en Estados Unidos para elegir presidente y vicepresidente, en 18 ocasiones, incluida la de Trump, el ganador no ha obtenido la mayoría de los votos populares. La primera vez que ocurrió fue en 1824 con John Quincy Adams y, en las dos últimas, fue con George W. Bush en el 2000 y Donald Trump en el 2016.

Como en todo proceso electoral, se pueden impugnar sus resultados. En el caso de los Estados Unidos eso procede hacerlo en cada estado, y al interior de cada estado. Por esta razón es que se aprecia a Donald Trump impugnando casi 50 procesos electorales en los distintos estados, con ánimo de recortar o eliminar votos del candidato ganador, para cambiar, de serle posible, los votos electorales a su favor, situación que ya no es posible hacer. Los resultados son contundentes a favor de Joe Biden y Kamala Harris.

El sistema electoral de los Estados Unidos es propio de ese gran país, del mismo modo como hay sistemas electorales en otros países de manera particular.

De acuerdo con la Constitución de los Estados Unidos, los estados son los que tienen ciertas facultades de manera propia y exclusiva, entre ellas aspectos de educación, de salud y de carácter electoral, mientras que el gobierno nacional o federal atiende la política exterior y los asuntos de defensa y seguridad nacional, por ejemplo. Por ello, se han producido, junto con el Distrito Capital, 51 elecciones estatales para elegir al presidente y vicepresidente, con el doble de resultados de votos populares y votos electorales.

El sufragio en los Estados Unidos, como derecho, se desarrolló históricamente, como en la mayoría de los países, para alcanzar a la totalidad de la población mayor de 18 años. La primera vez que hubo una elección, en 1789, de la que resultó electo George Washington, solo participó el 6% de la población mayor de 21 años de 13 Estados, en esa época, que podían votar. Hoy pueden hacerlo todos los mayores de 18 años.

Otras instancias de votación son el Congreso, de 435 miembros, y el Senado con 100 miembros.

Las elecciones para cargos federales se deben realizar en años pares, las de los diputados cada dos años, para períodos de 4 años. Los senadores duran en sus puestos seis años, cambiándose por tercios, 33 senadores, cada dos años.

Al presidente solo se le permite, por reforma constitucional realizada en 1951, solo una reelección consecutiva o alterna. Los demás puestos de elección popular pueden reelegirse. Joe Biden tiene 47 años de ser Senador.

El Senado se compone de 100 miembros, a razón de dos por cada estado, mientras que en el Congreso se elige un miembro por cada estado y el resto por resultado proporcional de votos según la población votante.

Desde 1852, todos los presidentes de Estados Unidos han pertenecido a los partidos Republicano o Demócrata. Del mismo modo, ejercen un control similar de las gobernaciones estatales.

El sistema electoral de los Estados Unidos está hecho para que los partidos pequeños tengan muy poca capacidad de elegir representantes populares al Congreso o al Senado, por la forma del sistema mayoritario uninominal, por distrito, que existe de candidaturas.

Junto a esto, el sistema del Colegio Electoral afirma y consolida y refuerza, el poder bipartidista de los Estados Unidos.

Las encuestas electorales en Estados Unidos juegan un papel muy importante. En esta campaña electoral y en la anterior del 2016, respecto a los votos populares, fueron muy acertadas, no así en los votos electorales. Del 2016 al 2020, se hicieron correcciones para la medición de los datos de encuestas, que aún no satisficieron en sus resultados, lo que llevará a nuevos procesos de ajuste y de formulación regional de las encuestas, en todas las dimensiones que lo hacen en Estados Unidos, para logar mayor precisión y certeza en sus resultados, para futuras evaluaciones.

Las elecciones en Estados Unidos, las nacionales o federales, se realizan desde las bases de las comunidades. No existen normas generales para todos los estados, que pueden tener sus particularidades de organización y conteo de votos. Hoy se obliga a que haya papeletas de votación en varios idiomas para asegurar los votantes que no tienen el inglés como primer idioma, por lo que puede haber distintos tipos de papeletas y de votación.

En la mayoría de los países hay un órgano institucional, director, organizador con capacidad de declarar el resultado electoral de manera definitiva. No es así en Estados Unidos.

El resultado de las recientes elecciones ha desnudado a la sociedad norteamericana, exhibiéndola altamente dividida en el campo político, entre las dos fuerzas que se expresan en los partidos Republicano y Demócrata, representando cada uno de ellos tendencias conservadoras y liberales, donde los conservadores son extremistas y, a los liberales, que calzan más con postulados socialdemócratas, los acusan de socialistas y casi comunistas.

Las elecciones han hecho surgir caudillismos políticos, que no eran evidentes en la sociedad norteamericana, de tipo populista, siendo Trump su mejor representante, que se ha impuesto como líder de masas con su propia fuerza, de carácter conservador, derechista, de cierto estilo fascista. No casualmente le apoyan los movimientos nacionalistas, anticomunistas y antisocialistas en general, profascistas, religiosos conservadores, supremacistas, armamentistas, antimigracionistas.

Trump perdió las elecciones ganando en lo personal. También se impuso como líder, hasta hoy, en el poderoso Partido Republicano. Ha generado un terror y un miedo a los propios dirigentes nacionales de este partido, que no lo han podido frenar, ni imponérsele para que reconozca el resultado de las elecciones, ni el partido como tal lo ha hecho. Logró aumentar el número de congresistas; sin haber obtenido la mayoría, mantiene la mayoría del Senado, salvo que la elección de los últimos dos senadores el 5 de enero, los pierda. Si los mantiene, ejercerá un control poderoso sobre el próximo gobierno de Biden y Harris.

Ha anunciado que seguirá en política, en caso de aceptar su derrota, para volverse a postular en el 2024, con lo cual está desplazando a cualquier candidato que quiera hacerlo dentro del Partido Republicano. Ha fortalecido su presencia en dos medios televisivos con ese propósito. Desarrolló un estilo de comunicación por Twitter que no va a dejar de lado con sus fanáticos seguidores. Ha enseñado a sus seguidores a movilizarse como milicias ciudadanas, incluso armadas. Ha sostenido, discurso que mantendrá, que las elecciones le fueron robadas, que el triunfo de Biden es resultado de un fraude, lo que tiene que reivindicarse. Ha fomentado un discurso divisor de contenido antisocialista, casi al nivel del macartismo de los años cincuenta.

Trump está forzando el sistema institucional, peligrosamente, a no reconocer el triunfo de Biden, y a forzar que al Senado y la Corte Suprema de Justicia, con mayoría de jueces conservadores, nombrados por el Partido Republicano y por el mismo Trump, para que se desconozca ese resultado electoral y se afirme su continuidad en el poder del gobierno federal. Esto parece ser una fórmula jurídica en posibilidad de llegarse a aplicar, sin considerar el peligro que eso entraña para la propia democracia norteamericana, su sistema político y para el escenario de una guerra civil de incalculables consecuencias, con un gobierno autoritario que, surgido de esa manera, no sería más que una dictadura y una tiranía.

La salida de Trump y la llegada de Biden es también otro reto para el Partido Demócrata, de desarrollarse más como un partido de masas, con clara y fuerte presencia nacional del presidente Biden y su vicepresidenta Harris, de desarrollar una acción de gobierno fuerte, vigorosa, trascendente a toda la sociedad norteamericana, con posibilidad real de unir a la nación y de derrotar las tendencias populistas de Trump.

Al menos hasta ahora, la llegada de Biden a la presidencia de los Estados Unidos se ha visto a escala universal como un nuevo amanecer, como un fortalecimiento de las relaciones internacionales que se habían alcanzado alrededor de metas comunes en muchos campos, a la no desglobalización y debilitamiento de los organismos internacionales que hoy de muchas maneras influyen, con sus limitaciones, en la paz mundial, en el comercio internacional y en el desarrollo y fortalecimiento de los derechos humanos en todas sus expresiones.