Finalmente, en un desborde de realismo, Donald Trump, sin reconocer explícitamente su derrota y la victoria en las recientes elecciones de Joe Biden como 46o presidente, aceptó la transición y es hora obligada de balances. Naturalmente que dentro de los Estados Unidos hace tiempo que comenzó una verdadera catarata de opiniones, análisis, sentencias y previsiones, así como en todo el mundo.

Si hay un rasgo distintivo de la presidencia Trump fue su dura confrontación con China y, por lo tanto, con su líder Xi Jinping, tanto en el plano económico, comercial, militar como de imagen ante el mundo y ante su propio pueblo.

En cuanto al saldo de ese choque dentro de los Estados Unidos, no le sirvió para su objetivo principal: recrear un clima de guerra fría con China como su irreconciliable enemigo, porque su política contra el libre comercio y el multilateralismo necesitaba un «diablo», un enemigo concreto y visible para su campaña permanente. Y ese fue otro rasgo central de toda su presidencia, estuvo siempre en campaña política. Al final de esa larga carrera, la perdió y no ante un deslumbrante líder demócrata, sino ante un miembro discreto de su aparato histórico y poco más.

Sí podemos decir que, a pesar de la derrota, que no fue aplastante, Trump hizo todo lo posible —ante el mundo entero— de desprestigiar el sistema electoral y, por lo tanto, la democracia norteamericana, contribuyendo al final a una salida ridícula y sin ninguna clase. Trump consolidó una buena parte de la sociedad norteamericana para el trumpismo, una deformación primaria de la política que además prendió en otras latitudes: Brasil, Hungría, Polonia, Filipinas y en el resurgimiento de sectores políticos ultraconservadores.

Trump perdió en definitiva la principal batalla con su enemigo elegido y cultivado durante cuatro años, perdió las elecciones y nunca más volverá a ser presidente de los Estados Unidos.

Trump asumió como presidente de los Estados Unidos en enero del 2017, mientras que Xi Jinping es el presidente de China desde el año 2013.

En otros terrenos la derrota de Trump es todavía más aplastante.

Otro frente de choque fue, sin duda, el económico y, en especial, el comercial. Resoluciones presidenciales, rimbombantes declaraciones, sanciones a diversas empresas chinas y muchos tuits fueron las armas de las huestes trumpistas.

Resulta que el pasado 15 de noviembre, cuando Trump estaba tratando de tapar el universo electoral con su meñique y a través de una videoconferencia, 15 jefes de estado de Australia, China, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda, y los diez países de la ASEAN —Birmania (Myanmar), Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam— firmaron el mayor acuerdo de libre comercio y multilateralismo del mundo, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés).

Este acuerdo se estaba negociando desde el año 2012, hace 8 años, ¿Cuáles fueron los factores desencadenantes? Lo dicen claramente las declaraciones de los líderes que suscribieron el acuerdo; es, en primer lugar, adoptar todas las medidas para la más pronta recuperación económica y social en que se encuentra la región y el mundo entero fruto de la pandemia. Incluso, con la diferencia de que esta región del mundo y en particular China ya han comenzado nuevamente a crecer de forma importante, 3.9% en el último trimestre y también Japón comenzó a crecer. Es, sin duda, un aporte al crecimiento de los países de la región, con sus diferentes regímenes políticos.

El segundo factor que destrabó años de negociaciones fue el invalorable aporte del presidente saliente de los EE. UU., Donald Trump, que, luego de asumir su cargo en el 2017, retiró a su país del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), el acuerdo de libre comercio propuesto por Barack Obama e integrado por 12 países, que no incluía a China. Era un acuerdo liderado por los Estados Unidos y Japón e incluía a Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. La firma del actual CERP es una derrota total de la política contra el libre comercio y el multilateralismo de Trump. Una más.

Es decir que Donald Trump dañó profundamente la economía y, por lo tanto, la sociedad norteamericana, porque el comercio internacional es parte insustituible del crecimiento y el desarrollo. Joe Biden deberá, además de atender con urgencia la pandemia descontrolada en su país, preocuparse por las relaciones internacionales seriamente dañadas por su antecesor. Xi Jinping ganó también en este sentido una confrontación que no promovió.

A ello hay que agregar otro aspecto fundamental. La One Belt, One Road Initiative o BRI (Belt and Road Initiative), conocida en castellano como Nueva Ruta de la Seda, es parte central de esta inserción estratégica global de China que consiste no solo en reivindicar la historia de esta ruta que se remonta al siglo I a. C., que ahora fuera lanzada por China en el 2013, sino que incluye el establecimiento de rutas comerciales globales, la construcción de infraestructuras, el intercambio tecnológico, las patentes (hoy China ha superado a los EE. UU. en el registro de patentes)1 y todo con un enorme respaldo financiero.

Desde que, en el año 2013, el presidente de China, Xi Jinping, lanzó la iniciativa global la Ruta de la Seda, además de las grandes obras de infraestructura que se han emprendido en los cinco continentes con financiación china, se desató una importante polémica mundial, principalmente impulsada por el gobierno de Donald Trump.

Por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando EE. UU. asumió el liderazgo comercial y financiero a nivel global, sustituyendo a Gran Bretaña e impulsando el Plan Marshall, nadie se había atrevido a desafiar sus posiciones de esta manera, ni siquiera la Unión Soviética en su momento de mayor apogeo.

La principal acusación norteamericana es que se trata de una iniciativa colonialista e incluso imperialista. Mike Pompeo, Secretario de Estado de los EE. UU., es quien tiene a su cargo esta dura tarea, respaldada por el cañón-Twitter del propio presidente Donald Trump y sus imprevisibles apariciones en la prensa.

Las reiteradas declaraciones sobre este tema han pasado sin mayor pena ni mucha gloria y marcan la diferencia abismal que existe actualmente en las relaciones entre los países de la región, incluso con gobiernos de diferente signo y el viejo amo imperial, que cuando se resfriaban en Washington D. C. en América Latina se producía una grave y aguda epidemia de gripe.

Es que frente al «América primero», los chinos nunca levantaron ni van a levantar la miope consigna de «China primero». Es más, ellos han asumido que en ningún sentido se trata de exportar su modelo, su visión ideológica, sus posiciones políticas de largo aliento. No pueden, son intransferibles y, a diferencia de la Guerra Fría, donde la URSS mantenía un duro choque por el avance de sus ideas en todo el mundo, China avanza en el terreno comercial y económico, sin exigir ni utilizar ninguna forma de «catequización». Es una gran ventaja, para los chinos y para el mundo.

La insistente, casi obsesiva, campaña de Trump respecto a que la responsabilidad de la pandemia era de China no fue respaldada prácticamente por nadie. Por razones diferentes, incluso gobiernos de derecha ni siquiera abrieron la boca sobre este tema; por intereses, por lo absurdo y ridículo de la acusación, como lo demuestran los últimos estudios científicos, y porque los resultados están a la vista. Estados Unidos ocupa, por lejos, el primer lugar en el número de infectados, de muertos y en la velocidad de propagación de la enfermedad. También en el terreno de la pandemia, Trump fue batido en toda la línea. Y el alto precio lo está pagando el pueblo norteamericano.

Estados Unidos tiene actualmente 12,500,000 contagiados y 258 mil muertes por COVID-19, China, a la misma fecha, tiene un total de 86,464 casos y 4,634 muertes. Si se hace la comparación referida a la población, los datos son mucho más aterradores.

Hay tres aspectos diferentes que deberíamos analizar en particular, la sostenibilidad medio ambiental, los factores democráticos y la correlación militar de fuerzas. Será para más adelante.

China, aun reivindicando el nuevo curso reformista impulsado por Deng Xiaoping a finales de los años 70, ya se encuentra en otra etapa. La línea fundamental del presidente actual, Xi Jinping, a partir de analizar con perspectiva la historia china —y, en ese país es particularmente necesario considerar el conjunto de los procesos históricos, su continuidad y su ruptura—, ahora ha lanzado la consigna «permanecer fieles a la misión fundacional» en marcha hacia el 2022, donde se producirá un recambio muy importante en la dirección del PCCh con la salida de la llamada sexta generación, que vivió la reforma de Deng Xiaoping, pero también la dura experiencia de la reforma cultural de Mao Zedong.

Las diferencias entre estos procesos son enormes; sin embargo, uno de los objetivos es darle una continuidad histórica al «espíritu» del PCCh, entre otras cosas, como factor de unidad de China, una nación que todavía mantiene pendiente la fractura de Taiwán y donde conviven 56 nacionalidades diferentes en su población.

De aquí surge el concepto del «nacionalismo rojo», cuyo propósito es, sin duda, la revitalización nacional, por un lado; por otro, la prosperidad común, pero dentro de una visión global donde el libre comercio y el multilateralismo son, de hecho, factores de reforzamiento por parte de Xi Jinping.

La combinación de factores que está moldeando la China actual se puede considerar en cuatro corrientes: la histórica, la fundacional, la cultural y la global. China, desde hace tiempo, reivindica la influencia cultural e histórica, de allí el surgimiento dentro y fuera de China del Instituto Confucio, a pesar de las campañas que en el pasado se desataron en contra del filósofo chino. Incluso, actualmente, se reivindica la planificación económica de fuerte inspiración confuciana, totalmente alejada de la experiencia soviética.

Nota

1 Las empresas chinas presentaron 473 de las 608 patentes de inteligencia artificial ante la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI).