En la narrativa sobre las mafias siempre encontramos que una de las claves que contribuye al éxito de los negocios ilegales es que no hay que consumir la mercancía. Es así como, por ejemplo, un traficante de drogas es más próspero si no las usa. Donald Trump, un hombre que ha actuado tanto en los negocios, como en la política como un gánster, parece no seguir esta vieja conseja. Luego de que su nefasta administración promoviera la autoproclamación como forma de «rescatar las democracias», hoy parece experimentar los síntomas del síndrome Guaidó.

En psicología los síndromes se refieren a un conjunto de síntomas que dan cuenta de una patología específica. Estableciendo una analogía en el campo de la política, decimos entonces que un síndrome es un conjunto de rasgos que dan cuenta de una anomalía en un sistema político. Los síndromes son nombrados a propósito de ciertos eventos, que no tienen que ser ciertos o célebres, pero que reflejan lo típico de la patología, o la anomalía en cuestión.

El síndrome del que hablamos se caracteriza por una negación sistemática de la realidad política en la cual se vive, por lo tanto, se asume una posición ilusoria, desde la cual se buscar forzar a los demás actores políticos y a la institucionalidad del sistema político. Para ello, se recurre a una infinidad de mecanismos que van desde las amenazas, hasta los discursos delirantes. Le he nombrado a propósito de Juan Guaidó, un personaje venezolano para nada célebre que, gracias a una elaborada operación de «inteligencia» estadounidense, fue inducido a autoproclamarse presidente de Venezuela.

Las consecuencias para la oposición al chavismo han sido nefastas, pero, aun así, este síndrome fue inoculado en el sistema político boliviano, donde ha tenido un éxito de corto plazo, que tristemente permitió el desmantelamiento de parte de los avances sociales, económicos y culturales encontrados bajo la presidencia de Evo Morales. Gracias a la fuerza política demostrada por el pueblo boliviano, hoy, Luis Arce regresa a recuperar poco más de un año de retrocesos y la autoproclamada espera su turno para enfrentar a la justicia.

Hoy, en medio del restringido, anacrónico y poco democrático sistema electoral estadounidense —solo por citar un referente: es una elección de segundo grado—, Trump; no acepta los resultados presentados hasta ahora y ralentiza la transición para su sucesor. Está agotando los recursos legales que tiene disponible en los estados y ahora se dirige a la Corte Suprema de Justicia. Este comportamiento de Trump, puede ser una estrategia predefinida, lo debe llevarnos a preguntar ¿a que contribuye?, ¿Busca cambiar la correlación en los Colegios Electorales?

Por lo pronto, más de quince días después, no hay resultados oficiales, se da por cierto que Biden es presidente y, utilizando la jerga de los autoproclamados, está siendo reconocido por diversos gobiernos en el orbe, menos por Rusia —y hasta por Twitter que estima hacer la entrega de las cuentas oficiales el próximo enero. Lo más probable es que las instituciones del Estado gringo aseguren la transición y Trump quede como Guaidó, delirando que él ganó las elecciones y que, gracias a un software preparado antes de morir por el difunto Hugo Chávez, hoy Biden usurpa la presidencia estadounidense.