Literalmente, el maquiavelismo representa la doctrina política y filosofía moral de Nicolás Maquiavelo: escritor italiano del siglo XVI que generó gran polémica en su época por desligar la política del dominio de la moral y la religión. Pero, más que todo, el maquiavelismo se distingue por la idea de superponer la «razón de Estado» sobre cualquier otra consideración ética o moral para mantener el poder. Concepto que el propio Maquiavelo define en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio (lib. III, cap. 41) donde textualmente cita «la patria se debe defender siempre con ignominia o con gloria, y de cualquier manera estará defendida» y luego comenta:

Esto es algo que merece ser notado e imitado por todo ciudadano que quiera aconsejar a su patria, pues en las deliberaciones en que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo laudable o lo vergonzoso, sino que, dejando de lado cualquier otro respeto, se ha de seguir aquel camino que salve la vida de la patria y mantenga su libertad.

¿Cuál es el problema con esto? Que, por defender la patria con ignominia, el Estado pierde toda su legitimidad. Que, por no considerar lo justo, lo piadoso y lo laudable, matamos la vida de la patria y abandonamos su libertad. En otras palabras, algo que todo ciudadano nunca deberá concebir y por el contrario debería ignorar, si quiere aconsejar bien a su patria. A menos, claro está, que lo que ese ciudadano quiera y busque sea legalizar la dictadura. En el caso de Maquiavelo, la monarquía es una de las tres formas de gobierno que él consideraba como «buenas», junto con la aristocracia y la democracia. En contraparte a la tiranía, la oligarquía y el «gobierno licencioso» que él consideraba malos.

¿Por qué?, se preguntarán ustedes. Porque defender la «razón de Estado» convierte las buenas formas de gobierno en malas formas de gobierno. Convierte a la monarquía en tiranía, a la aristocracia en oligarquía y a la democracia en gobierno licencioso (con licencia para gobernar para sí mismo, no para el pueblo). Es por eso que el maquiavelismo también se asocia con un «modo de proceder que se caracteriza por la astucia, hipocresía y perfidia para conseguir lo que se desea». ¿Quiénes proceden así? Los astutos y engañosos (los maquiavélicos); los seguidores de las máximas de Maquiavelo (los maquiavelistas).

A propósito de las máximas de Maquiavelo; una que nunca escribió fue «el fin justifica los medios». La frase la escribió Napoleón Bonaparte en la última página de su ejemplar del libro El Príncipe de Nicolás Maquiavelo. Así que, la célebre frase al final resultó ser una máxima napoleónica. Pero, más allá de eso, el maquiavelismo es la forma más corrupta y degenerada de la política. El maquiavelista engaña al pueblo con todos los medios disponibles a su alcance para lograr el poder absoluto para sí mismo. Una vez que ha logrado su fin, el maquiavélico utiliza todo su poder para corromper al pueblo, mantenerlo en el engaño y de esa forma mantenerse a sí mismo en el poder.

¿Por qué les menciono todo esto? Porque con la irrefutable pérdida de las elecciones presidenciales (reelección) de Donald Trump en noviembre del 2020, enero del 2021 culminará con el vencimiento del maquiavelismo de Donald Trump. Al menos por cuatro años; esperemos que sean ocho. Será el debilitamiento de las fuerzas y el poder maquiavélico de los maquiavelistas que lo seguían y apoyaban para mantener y sostener la «razón de Estado»; su tergiversada razón de Estado; o Estado republicano. Que es algo muy diferente al concepto de gobierno republicano o republicanismo que como todos conocemos: «propugna la república como forma de gobierno de un Estado». Ya que, cuando la máxima autoridad del Estado ignora que no fue elegida por la mayoría de los ciudadanos que conforman la nación —por oposición a los principios que rigen un gobierno democrático—, su gobierno es injusto, con claros rasgos de despotismo y tiranía. Es obvio que, bajo tales circunstancias, la forma de gobierno deja de estar regida por el interés común, la justicia y la igualdad; pasa a regirse por la «razón de Estado».

Afortunadamente, el cambio de gobierno y el cambio en la forma de ver y pensar las cosas hacia una forma más democrática, más inclusiva, más solidaria, menos discriminatoria, menos economista, menos «el fin justifica los medios» abre un camino de esperanza. No solo para los ciudadanos de los Estados Unidos, también para los que están fuera de los Estados Unidos; ellos también ven con esperanza el cambio de rumbo de esa gran nación.