El año 1979, en Nicaragua, Centroamérica, la Revolución Popular Sandinista marcó la última revolución socialista de nuestra historia. Posteriormente, entrado ya el actual siglo, asistimos a procesos emancipatorios, nacionalistas, en varios países latinoamericanos (Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay). Los mismos, sin ser exactamente revoluciones sociales profundas, produjeron algunos cambios políticos con contenido popular (se repartió la renta nacional con un criterio algo más equitativo, pero sin tocar los resortes económicos de base). Los grandes capitales, siempre liderados por Estados Unidos, reaccionaron ante esas políticas y, años después, en el momento de escribir estas líneas, poco o nada queda de esos procesos. Los planes neoliberales (léase: capitalismo más salvaje, descarnado, explotación inmisericorde) continuaron. La actual pandemia de coronavirus no alteró ese panorama.

Luego de las primeras experiencias socialistas de la historia (Rusia, China, Cuba, Vietnam, Norcorea, Nicaragua), siguió habiendo luchas populares, numerosas y variadas, pero ninguna logró instaurar lo que conocemos como «socialismo». Lo más «avanzado» que se tuvo fueron estos procesos de capitalismo con contenido social iniciados por Hugo Chávez en Venezuela, replicado con distintas suertes en varios países de la región. De revolución socialista al «estilo clásico», al menos por ahora, ya nunca más. ¿Se esfumaron las ideas socialistas? El grito vencedor del capitalismo dice que sí. Pero no es cierto. Las causas que hicieron nacer las primeras protestas anticapitalistas en el siglo XIX se mantienen inalterables ahora, en el XXI. La explotación de clase no ha variado. Por eso, el ideario socialista sigue vigente.

Lo cierto es que, analizando con objetividad el mundo actual, vemos que las ideas de transformación social no parecen estar imponiéndose. Al contrario, la población planetaria parece más domesticada que nunca; las políticas neoliberales y los efectos de la actual pandemia de COVID-19 muestran un mundo volcado unilateralmente hacia el capital. La clase trabajadora global está acallada. Las explosiones que sigue habiendo (la rebelión de población afrodescendiente en Estados Unidos durante 2020, los estallidos sociales latinoamericanos del año 2019, chalecos amarillos en Francia, alzamientos populares en Medio Oriente, movimientos campesinos o lo Okupa por aquí y allá, marchas diversas y reivindicaciones varias que se siguen levantando) muestran que las injusticias no han terminado.

Entonces, ¿es posible cambiar revolucionariamente el sistema, más allá de los pequeños acomodos cosméticos que el capitalismo puede permitirse? Entendemos que deben plantearse, al menos, estas tres preguntas:

  1. ¿Está vigente el marxismo hoy como teoría revolucionaria para cambiar el mundo?
  2. ¿Cómo es hoy ese mundo? (entendiendo que el mundo del que habló Marx en su momento ha tenido grandes transformaciones)
  3. ¿Cómo dar ese cambio?

¿Está vigente el marxismo hoy como teoría revolucionaria?

Sí, sigue estando vigente. Sus conceptos fundamentales, en tanto construcciones científicas, siguen siendo herramientas válidas para entender y proponer alternativas en torno a la realidad. Las sociedades humanas se asientan en la producción material que asegura la vida. La forma de organización que adopta hoy esa sociedad planetaria es, básicamente, capitalista. Aunque persisten formas anteriores en diversos puntos del planeta, incluso con pequeños grupos preagrarios aún en el período neolítico, el mundo es enteramente capitalista. Entender eso es afirmar que las relaciones de producción que sostienen la sociedad global son capitalistas; y las mismas son relaciones de explotación de un elemento, el capital (en sus nuevas formas —capital financiero global, despersonalizado, sin patria, transnacionalizado—, pero capital al fin) y quien produce la riqueza: los trabajadores (también en sus nuevas formas —un proletariado industrial urbano en proceso de cambio/achicamiento/extinción, contrataciones tercerizadas en el Tercer Mundo, pérdida de conquistas laborales históricas, trabajadores de carne y hueso reemplazados cada vez más por procesos de automatización y robotización, etc.) Más allá de la nueva fisonomía, las relaciones capital-trabajo siguen vigentes. En eso se asienta el mundo. El esclavismo, que todavía persiste en ciertos enclaves, es un delito; todo tiene la forma de proceso capitalista, en su forma de producción y de consumo. La tan mentada «globalización» es la expansión de ese modelo por prácticamente todos los rincones del globo terráqueo.

¿Cómo es hoy ese mundo? (entendiendo que el mundo del que habló Marx en su momento ha tenido grandes transformaciones)

El mundo actual, capitalista en sus cimientos, ha cambiado mucho en este siglo y medio. Hoy día, el proceso de mundialización ha transformado el planeta en un mercado único, con capitales tan fabulosamente desarrollados que están más allá de los Estados nacionales modernos. El desarrollo portentoso de las tecnologías abre nuevos y complejos retos al campo popular y a las propuestas revolucionarias, al menos tal como se las concibió históricamente: el poder militar del capital es cada vez más grande, los métodos de control son cada vez más eficientes, el salvaje capitalismo neoliberal hizo retroceder conquistas sociales históricas, la desesperanza y la despolitización seguidas a la caída del campo socialista soviético aún siguen siendo grandes. Junto a ello, el proceso chino («socialismo de mercado») abre interrogantes: ¿ese es el camino emancipatorio? China puede recorrer exitosa ese camino, pero ello no parece posible en otros contextos. Una vez más entonces: ¿se esfumaron los ideales de transformación revolucionaria de otrora?

Hoy día, por ejemplo, a partir de un manejo bien conducido por parte de la clase dominante, los sindicatos ya no constituyen una herramienta importante para la organización y la lucha popular (comprados, cooptados, burocratizados). No hay dudas de que la posibilidad de una revolución socialista en la actualidad, si bien no desapareció, no se ve cercana. ¿Es posible desarrollar y mantener exitosa una revolución en un solo país? ¿Un pequeño país tercermundista podría, por ejemplo? Para las grandes mayorías pauperizadas parece más posible la salida en masa como migrantes irregulares hacia los supuestos «paraísos» de capitalismo desarrollado (hacia Estados Unidos desde Latinoamérica y el Caribe, hacia Europa Occidental desde África y Medio Oriente, hacia Japón desde el sudeste asiático).

A todo ello se suman, empeorando la situación, los efectos del manejo que ha tenido la pandemia del COVID-19, confinando poblaciones completas, desarticulando luchas, creando una nueva cultura del terror y la desconfianza (el otro es desconfiable… porque puede ser portador de enfermedades, en particular, de esta nueva «peste bubónica»).

¿Cómo dar ese cambio?

En esto puede ser importantísimo revisar las pasadas experiencias socialistas que triunfaron y se constituyeron como poder político (la rusa, la china, la cubana), y las que no lo lograron, como la guatemalteca o la salvadoreña, por ejemplo, o los socialismos africanos post Liberación Nacional de los años 60 del pasado siglo, o el socialismo árabe. ¿Falló algo ahí? ¿Qué pasó? ¿Por qué retrocedieron las revoluciones triunfantes en la Unión Soviética y en China? ¿Por qué no se pudo triunfar, por ejemplo, en Guatemala o en El Salvador, donde había fuertes movimientos revolucionarios armados con amplia base popular? Las protestas sociales (estallidos populares espontáneos) que barrieron casi toda Latinoamérica y otros puntos del mundo (Medio Oriente, chalecos amarillos en Francia, etc.) durante la segunda mitad del 2019 —silenciadas luego por los confinamientos derivados de la pandemia de coronavirus— ¿son fermentos revolucionarios? ¿Pueden ser la mecha de un cambio? ¿Cómo transformar ese descontento en un cambio real de sistema? Todo el esfuerzo ideológico-cultural del sistema a través de sus mecanismos de sujeción apunta a hacerlo imposible.

Hoy, visto el poder enorme de los actuales capitales, las formas de lucha quizá ya no pueden ser las utilizadas décadas atrás. ¿Qué hacer entonces?, ¿cuál es el instrumento de cambio hoy día? ¿Habrá que pensar tal vez en nuevas modalidades como los hackers, la guerra cibernética? Por supuesto que este texto no pretende —más aún: ¡no puede!, ¡no está absolutamente en condiciones de!— dar las recetas del caso; es, cuanto más, una invitación a seguir buscándolas. ¡Busquémoslas entonces!