El sentido común tiende a buscar la causa de los hechos del presente en causalidades del pasado, lo que explicaría una suerte de determinismo en las proyecciones del futuro. Esta mirada en el curso del tiempo erróneamente desarrolla una simetría entre el presente y el pasado. En la realidad contemporánea surgen factores dinámicos de cambio a saber, iniciativas ciudadanas, la mujer en sus nuevos roles en los mundos del trabajo y la política, los pueblos originarios reclamando un lugar en la sociedad moderna, los movimientos de consumidores, de pobladores, ecológicos, etcétera. Este conjunto social heterogéneo ha cambiado roles, si no borrado definitivamente, la representatividad de los viejos partidos en la política, así como del sindicalismo reivindicativo en el seno de la empresa, para ser ocupados por la ciudadanía desde plataformas inéditas como la ocupación permanente de las calles de la ciudad, la deliberación en las comunas del territorio, los actores sociales de la inmigración masiva, el contingente de desempleados; en fin, el factor trabajo desde la telemática con alternativas inéditas de ocupación.

El cambio en la transición carece de garantías, es más, las instituciones del pasado se acomodan para servir las funciones del presente. Nada está consolidado, el caos surge como parte de una ecuación social que no se ha afianzado.

Latinoamérica, sin duda acompañada en otras partes del planeta, se encuentra en una etapa transicional donde la vieja guardia política sostiene instituciones del pasado mientras el pueblo reclama representatividad y goce de bienes públicos básicos.

La clase media aspiracional explora nuevas oportunidades de empleo cuando el cierre de las empresas por el covid restringe drásticamente el mercado del trabajo, no dejando otra alternativa que el retiro de los fondos de pensiones aun al margen de las leyes que los rigen.

La vieja política elabora sobre las consecuencias que acarrea el progreso tecnológico en las condiciones sociales de producción; proceso en el que los sectores de vanguardia de la tecnología negociaron incrementos salariales, acordes con el incremento de la productividad. Sin embargo, una parte mayor de la fuerza de trabajo quedó al margen de la negociación. Es más, surgió el crédito como palanca de promoción tanto para los afortunados con empleos de excelencia y para aquellos con empleos normales o desempleados. De esta manera, la deuda transmutada al ingreso cubrió a ambos, desafortunados sin empleo y afortunados con ambiciosas metas de consumo cuyas remuneraciones no lograron colmar.

El antiguo sistema cubrió los desajustes con inyecciones monetarias sin entender que se estaba operando un cambio social irreversible. Una nueva estructura se diseñaba en el horizonte porque los bienes públicos exigidos no llegaban a aquellos que quedaban fuera de la vanguardia de la productividad. ¿Cómo entonces lograr educación, salud, vivienda, agua potable, salarios y pensiones dignas, empleo, en fin, calidad de vida en circunstancias que ni siquiera la deuda lograba colmar las brechas?

En ese mundo de costos asociados no cubiertos por la productividad, tampoco por la deuda, el viejo Estado, con su presupuesto público como última arma, recurrió a fondos compensatorios o fondos solidarios.

En el caso de Chile, las estadísticas indican que el endeudamiento de las personas alcanza a un 75% de los hogares que en algún momento son o han sido receptores de ingresos. La población recurrió al endeudamiento de los hogares, pero también presionó al Estado para garantizar el acceso a los bienes públicos básicos —salud, educación, vivienda social, empleo, pensiones dignas, acceso al agua potable, gas, electricidad, etcétera. Con ello se obtuvo, además, la promulgación de dos leyes sucesivas autorizando el retiro de 10% de los fondos previsionales en cada una de las tandas. Treinta y cuatro mil millones de dólares fueron retirados de esta manera, en contrapartida dos millones de antiguos ahorrantes de los fondos de pensiones quedaron con balance cero en sus cuentas. Recordemos que en Chile la mitad de los trabajadores gana menos de US $445 líquidos mensuales y, 50% de los jubilados reciben pensiones contributivas de US $216 mensuales.

La acción directa de la población creó, en la práctica, un factor de fuerza inédito en la demanda de decisiones. Por sus ingresos, como por sus oportunidades, la clase media admite una división entre clase media baja (69.3%), media-media (21.7%) y alta (9%); clase media que perdió su rol de bisagra que en el pasado representó una posibilidad cierta de ascenso social.

El Estado reveló su fracaso en las políticas compensatorias. Según el coeficiente Gini (0, marca perfecta igualdad, todos tienen los mismos ingresos y 1 perfecta desigualdad, una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno) Chile registra un valor de 0.50, Francia un índice bruto de 0.52 que, sin embargo, gracias a transferencias e impuestos redujo el índice a 0.29. Con base en las mismas variables Chile obtuvo una mejora marginal, llegando a 0.46. Nótese que las transferencias del Estado corresponden a 10% del presupuesto público en términos gruesos; nos referimos a alrededor de 7 mil millones de dólares.

En conclusión, bajo los parámetros de la deuda, la economía emergente traspasa el problema social a la inyección monetaria, el Banco Central, colaborador fundamental del sistema antiguo, afronta las desigualdades mediante balances monetarios —léase meras relaciones de identidad monetaria,1 cuya función es lograr equilibrios que en la época de la transición ya no existen y donde predominan relaciones de comportamiento.

La economía de la deuda en economías industrializadas del primer mundo supone la interposición bancaria. En la época de la Gran Depresión (1929) la teoría keynesiana revela el pasaje de la vieja economía, en una situación de caos social, hacia nuevas estructuras donde el Estado y la FED de EE. UU. ocuparon un rol fundamental en el empleo.2

De toda evidencia, las compensaciones estatales vía impuestos no constituyen una solución satisfactoria. Podría entenderse que estos gastos compensatorios, siguen al gasto productivo como la sombra al cuerpo. Su función sería mantener el status quo social. Sin embargo, nada impide el conflicto social y político que ocurre en la realidad. Los gastos compensatorios llevan a la deuda social financiera. En economías emergentes con un aparataje financiero precario o en formación, y mercados locales reducidos, los resultados de esta negociación son necesariamente limitados. En esos casos, la visión del velo de activos financieros acompañando como sombra al cuerpo la actividad productiva es insuficiente. No logra salvar los niveles de precariedad social del sistema.

Debemos estar conscientes que en la lógica de la deuda lo que está en juego es la reproducción social del trabajo. La nueva estructura en ciernes implica un período de transición con mecanismos inéditos de distribución de ingresos que implican reformas de impuestos y de mercados (leyes antimonopólicas y de transparencia…), seguridad social, contenidos relativos al consumo de masas, programas de empleo con apoyo del Estado, reforma a los fondos de pensiones mediante el sistema solidario de reparto, construcción de infraestructura, abordaje del calentamiento global y la contaminación en lo que se refiere a la calidad de vida sobre todo en las grandes urbes…

Si asumimos que el salario social consagra el costo de formación del trabajador y su proporcionalidad con la productividad, entonces los factores de distribución del ingreso constituyen el marco estructural en que se negocian la dirección de los activos financieros y las remuneraciones. Las regulaciones de los factores de distribución aseguran el cumplimiento de dicha regla y la sustentabilidad del salario social. Con ello, se habrá dado un primer gran paso en la dirección de evaluar los verdaderos costos de la actividad productiva y el saneamiento de las relaciones sociales de producción regidas actualmente por la lógica de la deuda social financiera.

Si los bienes públicos son incorporados como parte central de los intercambios en una nueva economía social-solidaria, la realización del salario social será una certeza.

En lo político deberán resolverse dos preguntas fundamentales:

¿Es posible trabajar en una transición de esa magnitud?

¿Cuál es el marco de transformaciones que se imponen en un horizonte transicional?

Recordemos que en una situación de caos social la dinámica inestable excluye la noción de equilibrio pues lo nuevo está por nacer. La sociedad busca liberarse de la lógica de hierro del modelo; a saber, la deuda social y financiera. El caos prefigura energía propositiva que, desde el desorden, se transfiere, en una suerte de entropía social, a nuevas estructuras del Estado en un proceso social irreversible.

Notas

1 El sistema capitalista resuelve los desequilibrios mediante mecanismos compensatorios de origen monetario. En ese marco, un status quo social, al menos en términos temporales, es posible. Su política económica en lo financiero queda fijada en lo institucional a través de: (1) una intermediación bancaria o velo financiero según la expresión de Keynes; (2) la creación de dinero al servicio de la deuda por los Bancos Centrales a través de los bancos comerciales; (3) el déficit fiscal financiado por los bancos centrales o préstamos de los bancos comerciales; (4) y el desarrollo de un mercado de bonos. Véase la teoría monetaria de la balanza de pagos propiciada por el Fondo Monetario Internacional donde, en el juego de ecuaciones de identidad, el crédito interno se nivela con las variaciones de los balances del sistema bancario.

2 En uno de sus ensayos más famosos Keynes (1972. «The Consequences to the Banks of the Collapse of Money Values. Essays in Persuasion». Vol. IX. Collected Writings of John Maynard Keynes. London and Basingstoke: MacMillan, St. Martin Press, for the Royal Economic Society, p. 151), explica la particularidad de la deuda y su administración. Keynes describe el velo monetario entre los activos reales y el poseedor de la riqueza, práctica generalizada y característica del mundo moderno. En el mundo del dinero, los instrumentos financieros y las representaciones de valor subyacentes acarrean plazos entre los cuales pueden suceder numerosos cambios, lo cual conlleva variaciones en la conducta de la economía. Hyman Minsky (1982. «The Financial Instability Hypothesis: An Interpretation of Keynes and an Alternative to ‘Standard’ Theory». Can ‘It’ Happen Again? Essays on Instability and Finance. New York: M. E. Sharpe. Armonk, pp. 61, 62), quien jugó un rol fundamental en el desarrollo moderno de las teorías de Keynes, argumenta que este carácter del dinero lo diferencia de los clásicos y de la teoría económica neoclásica estándar puesto que, según estos últimos, el dinero no afecta esencialmente la conducta de la economía. Es evidente que las carencias sociales y de infraestructura en el mundo se pueden traducir en deuda. Se da el contrasentido de que el financiamiento de las empresas y, por tanto, sus activos monetarios, se encuentran en el origen de una deuda social. Sin ambigüedades, la administración de la deuda del capitalismo financiero busca soluciones y en el caso de conflictos con sus propios intereses simplemente los ignora.