Cinco enunciados preliminares: primero, existen opiniones mutuamente excluyentes respecto a los conceptos utilizados en este comentario, por lo tanto lo aquí escrito debe verse como una contribución parcial a la mejor dilucidación de los temas abordados; segundo, en toda sociedad funcionan dos instancias, de un lado las alianzas de intereses personales, institucionales, de Estado, de gobierno, de movimientos políticos y sociales, religiosos, académicos y empresariales, y del otro las narrativas ideológicas en las que se expresan esas alianzas; tercero, en el contexto de las alianzas referidas y de sus narrativas los medios de comunicación actúan como correas de transmisión de algún bloque de intereses en particular, y en los casos extremos se comportan como agencias de publicidad sectaria que se presentan como si fuesen fuentes objetivas de información; cuarto, es equivocado reducir el capitalismo a solo propiedad, mercado, dinero y consumo, el capitalismo incluye, en cualquiera de sus formas, además del aspecto económico, instancias políticas, jurídicas, sociales y ético-culturales, concebir el sistema capitalista como un mecanismo económico y nada más, equivale a no entender ninguna de sus dinámicas; quinto, los cuatro enunciados previos deben situarse en el contexto de la gran transición que está experimentando la humanidad y que, en lo inmediato, se expresa en una crisis sistémica de naturaleza sanitaria, económica, social, política y cultural.

Y a propósito de la gran transición, es seguro que sus contenidos no se expresan ni en la narrativa anarcocapitalista ni en la del socialismo estatista, que son las dos falsedades a que me refiero en las líneas siguientes. La tesis del Estado y del gobierno propietarios con mercados económicos intervenidos y controlados por políticos, académicos, religiosos, burócratas, ideólogos y militares (socialismo estatista) ha deparado terror hasta el hartazgo, detrás de cuya mascarada se parapeta una tecnoburocracia experta en manipular a la población y en confiscarle los frutos de su esfuerzo laboral; y la tesis del mercado económico perfecto con Estado mínimo y completa desregulación (anarcocapitalismo), disimula la hegemonía unilateral y sectaria de los actores privados más poderosos.

Premisa anarcocapitalista

¿En qué consiste el anarcocapitalismo? En afirmar que la economía de mercado provee cualquier bien o servicio de forma más barata y mejor que el poder estatal, siendo necesario que el Estado desaparezca para dejar en completa libertad de acción a los mercados. Este planteamiento encuentra una formulación clásica en el texto La producción de seguridad escrito por Gustavo de Molinari en el año 1849, que influyó en el anarquismo individualista del siglo XIX, en el creador contemporáneo del concepto «anarcocapitalismo», Murray Rothbard, y en el planteamiento anarcocapitalista de Robert Nozick en su obra clásica (y muy meritoria) Anarquía, Estado y Utopía que él contrapuso a la Teoría de la justicia de John Rawls, obra también muy meritoria. De la premisa anarcocapitalista se derivan dos enfoques que la complementan: primero, el capitalismo puede reducirse a propiedad, dinero, mercado y consumo; y, segundo, la creación de un Estado mínimo y una economía desregulada es la condición previa para crear un capitalismo puro sin Estado.

¿En qué quedan realidades como la ética, la cultura, el derecho, la política, el medio ambiente y el orden social? ¿Poseen estas esferas de realidad alguna autonomía respecto a los mecanismos económicos de mercado o existen solo en función de los mercados? Al interactuar los mercados económicos con otras instancias de realidad ¿no se configura, acaso, unas realidades bastante más complejas que las derivadas tan solo de los mecanismos económicos? Aun aceptando que los mercados proveen cualquier bien o servicio de manera más barata y mejor que el Estado y el gobierno, lo cierto es que los vínculos sociales no pueden reducirse a solo mercados, propiedad, dinero, precios y consumo, y que el capitalismo, como sistema social, incluye no solo producción, competitividad y economía, sino también un ámbito ético-cultural y un ámbito jurídico-político. Las correlaciones entre estos ámbitos configuran la realidad socio-histórica en su conjunto. Es imperativo, por lo tanto, multiplicar, intensificar y ahondar los estudios sobre las correlaciones entre los distintos niveles de la realidad, desde los económicos hasta los espirituales, de lo contrario seguirán creándose visiones parciales, fragmentadas y reduccionistas que se presentan falsamente como si fuesen completas e integrales, tal como ocurre en la perspectiva anarcocapitalista mencionada.

Persona, Estado y gobierno

Otro aspecto que conviene señalar con sentido crítico respecto a la tesis anarcocapitalista es el siguiente. Es cierto que el Estado y el gobierno deben limitar y restringir sus poderes de intervención en la sociedad con el fin de potenciar las capacidades de autogobierno de las personas. En otros términos, la existencia de seres individuales (personas) establece, per se, límites a la acción de los poderes estatales, gubernamentales y colectivos en general. Este principio, al que puede denominársele «personalista», es uno de los méritos indudables de las tradiciones no colectivistas, pero conviene preguntar ¿implica el principio personalista reducir al Estado y al gobierno a sus mínimas expresiones o diseñar políticas para hacerlos desaparecer?

En ninguna de las civilizaciones actuales existen sociedades anarcocapitalistas, ni ha existido en sociedades pretéritas. Si se retrotrae la mirada, digamos, trescientos años atrás tampoco se observa la realización empírica de una sociedad anarcocapitalista, y no creo que eso sea posible en el futuro porque la premisa anarcocapitalista y sus derivados son purismos ajenos a la complejidad de la experiencia; se trata de constructos ideológicos para disimular u ocultar la presencia de estructuras de poder específicas, sean estatales o no. Insistir siempre y en todo momento, como si de un dogma religioso se tratara, en el vocablo «Estado mínimo» y en la fórmula de la desaparición del Estado, evidencia un enfoque en exceso unilateral. No es lo mismo hablar de «Estado mínimo» a principios del siglo XX que al finalizar la Segunda Guerra Mundial, durante el ascenso del Estado de bienestar o en los tiempos de la gran transición actual, pero a la narrativa ideológica anarcocapitalista le sucede lo mismo que a todas las narrativas ideológicas, su función histórica es de control social y de manipulación, pero no de conocimiento, y mucho menos de sabiduría.

Liberalismo y anarcocapitalismo

Aclarada la premisa anarcocapitalista, sus tesis derivadas y sus insuficiencias, conviene precisar la relación del anarcocapitalismo con el liberalismo. Desde los críticos estatistas, se acostumbra decir que el anarcocapitalismo adquirió legitimidad a partir del año 1938 en el marco del Coloquio de Lippmann, con las reflexiones de Friedrich Hayek, la creación de la Sociedad Mont Pélerin y la conformación de los Chicago Boys; pero semejante enfoque no resiste el menor análisis crítico. Los debates sobre los conceptos «anarcocapitalismo», «liberal» y «liberalismo», incluyen tanto los diálogos del Coloquio de Lippman, como las obras escritas de von Mises y Friedrich Hayek anteriores a ese Coloquio, la producción ensayística de la Escuela de Friburgo, de la Escuela de Viena o Austriaca de Economía, y la reflexión de los liberales italianos en el período de entreguerras. Cuando el análisis incorpora estos elementos se observa con relativa facilidad que el vocablo anarcocapitalismo no coincide en su contenido con muchos de los enfoques tradicionalmente calificados como liberales, con lo cual es una simplificación extrema suponer que todos los liberales son anarcocapitalistas, del mismo modo que es una burda deformación decir que todos los socialistas son comunistas. La obra de Hayek, por ejemplo, es distinta al planteo anarcocapitalista, tal como lo evidencia su teoría de la Constitución, su epistemología económica y su teoría de los conocimientos implícitos y explícitos. Autores como Walter Eucken, Franz Böhm, Wilhelm Röpke, Alfred Müller, Alexander Rüstow y Ludwig Erhard, considerados fundadores del ordoliberalismo de la Escuela de Friburgo, continúan la tradición del liberalismo clásico y sostienen la tesis de que las economías de mercado son más eficaces y socialmente más inclusivas que la planificación económica centralizada (lo que ha sido demostrado en la experiencia histórica de los siglos XX y XXI), pero no validan ningún reduccionismo economicista de tipo anarcocapitalista. Dentro del entramado del liberalismo histórico, es de obligada consideración la obra de estudiosos como Carl Menger, Eugen von Böhm-Bawerk, Friedrich von Wieser, Robert Meyer, Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek, Ludwig M. Lachman, Israel Kirzner y Joseph Schumpeter. Muchos de los contenidos desarrollados por estos autores se sitúan en las antípodas del anarcocapitalismo.

La tecnoburocracia

Es interesante observar que, tanto en la Escuela de Friburgo como en la Escuela de Viena o Austriaca de Economía, y en todas las corrientes liberales moderadas, así como en el anarcocapitalismo, se sostiene una tesis que coincide con los planteamientos heterodoxos y revisionistas de los movimientos social-estatistas. Esta es la siguiente: en toda sociedad existe una tecnoburocracia política, ideológica, sindical, académica, empresarial, financiera y religiosa, de naturaleza parasitaria, cuyo propósito es confiscar los productos del trabajo social, al mismo tiempo que genera rentabilidades privadas manipulando el poder público. La tecnoburocracia como instancia detentadora del poder real es una realidad independiente de que se la denomine socialista, socialdemócrata, democristiana, liberal, conservadora, progresista o anarcocapitalista. La existencia de la tecnoburocracia configura el hecho clave del poder en la sociedad; no obstante, las narrativas ideológicas intentan racionalizarlo y ocultarlo. El análisis de la tecnoburocracia como estructura de poder social, en sus contenidos, formas de expresión y modos de acción, debe convertirse en objeto de estudio privilegiado en disciplinas sociales y humanistas, y el objetivo estratégico de la acción social debe ser erradicarla. No obstante lo dicho, conviene ser por completo realistas en este punto. Es iluso pensar que erradicar el poder tecnoburocrático sea factible en el presente o en un futuro cercano, a lo sumo es viable flexibilizar ese poder y evitar la expansión de sus tendencias autoritarias y totalitarias.

La premisa del socialismo

¿Y qué decir del otro planteamiento engañoso mencionado en el título de este artículo? En el socialismo, me refiero al socialismo inspirado en la obra de Karl Marx, su premisa es exactamente la contraria a la formulada en el anarcocapitalismo. Este socialismo defiende la superioridad del Estado y del gobierno sobre los agentes privados de la economía ¿Por qué los agentes privados y los mercados económicos deben subordinarse al Estado y al gobierno? La razón que esgrime el social-estatismo de este socialismo se enuncia fácil: cuando la propiedad jurídica de los activos productivos, bienes y servicios es estatal, entonces la propiedad real de esos activos, bienes y servicios pertenece a la sociedad en su conjunto. Si algo pertenece al Estado, los ciudadanos son sus dueños reales. La experiencia histórica y el análisis teórico han demostrado hasta la saciedad la falsedad de semejante argumento. El hecho de que el Estado sea el dueño de activos, bienes y servicios implica que los dueños efectivos son quienes detentan el poder del Estado y del gobierno, y no el conjunto de la sociedad. Es la tecnoburocracia política, sindical, empresarial, académica, religiosa y militar la que actúa como dueña efectiva de la propiedad, y desde esa condición aplica un control dictatorial sobre la sociedad, motivo por el cual los regímenes históricos denominados socialistas son en realidad formas dictatoriales de capitalismo de Estado.

Vacío antropológico

Como he dicho, el teórico más conocido de la tesis socialista a la que aquí me estoy refiriendo es Karl Heinrich Marx. Cuando se estudia la obra de este autor, escrita entre los años 1837 y 1883, se identifican dos etapas. La primera cubre ocho años y se caracteriza por la presencia de conceptos tomados de Kant, Hegel, Feuerbach, Sismondi, Johann K. Rodbertus, Adam Smith y David Ricardo. La segunda abarca treinta y ocho años, y es en ella donde nace el marxismo clásico que incluye el materialismo histórico, el materialismo dialéctico, la teoría económica, la teoría de la explotación del hombre por el hombre y la teoría de la expropiación de los expropiadores.

En su investigación Karl Marx constata algo que otros estudiosos habían descubierto varios siglos antes: la existencia de una contradicción entre el origen social de la riqueza económica y la naturaleza privada de su apropiación. El autor de El Capital propone resolver esa contradicción a través del odio, la violencia y la dictadura política, y este es su mayor error ideológico y político, origen de una cascada de otros graves errores teórico-prácticos entre los cuales sobresale uno de naturaleza antropológica: diluir el ser personal, individual, en colectividades sociales. Este equívoco antropológico corroe el conjunto de lo planteado por el autor de El Capital porque hace desaparecer el fundamento del acontecer histórico (la persona), de ahí que para Marx la historia humana sea un proceso natural sin sujeto, lo que a todas luces es un absurdo epistemológico, y una gravísima desorientación existencial; no puede existir dinámica histórica sin sujeto histórico, y el sujeto histórico por excelencia es la persona en la unidad de su ser individual y social. En el socialismo de Marx se subraya el componente colectivo, y en el anarcocapitalismo el énfasis recae en el individuo, pero en ambos casos falta la capacidad para sintetizar la unidad de lo individual y lo social.

Marx y la crítica liberal y anarcocapitalista al estatismo

Desde el concepto de historia natural sin sujeto, Marx propone sustituir la propiedad privada con lo que denomina propiedad social en una sociedad sin Estado donde rige el autogobierno. Para él eso es socialismo. Repárese en la coincidencia de la tesis de Marx con el anarcocapitalismo en lo que se refiere a la desaparición del Estado y el autogobierno. Y recuérdese, en este contexto, la sintonía del joven Marx con la crítica liberal al estatismo en los tiempos de los Los cuadernos de París de 1843 y los Manuscritos de Economía y Filosofía de 1844. En estas obras Marx afirma, como lo hacen los liberales y los anarcocapitalistas, que la propiedad del Estado produce un tipo de «capitalismo de Estado» donde el «capital comunal» opera como un «capitalista universal» que oprime y esclaviza a los seres humanos.

En la primavera europea del año 1845 (Tesis sobre Feuerbach, La ideología alemana y Prólogo a la Crítica de la Economía Política), la crítica de Marx al estatismo se modificó generando el efecto de reforzar lo que criticaba. Ante la evidencia de que el Estado no desaparecería en el corto plazo, Marx defendió la creación de una dictadura política como período de «transición del capitalismo al socialismo» y sugirió un Estado grande, envolvente y totalitario de carácter temporal; temporalidad que no se cumplió debido a que se crearon estructuras permanentes de centralización y hegemonía desde el Estado y el gobierno, al servicio del ejército, la burocracia político-sindical, las autoridades políticas, la academia, los empresarios beneficiados por la dictadura y la burocracia estatal y gubernamental. Estos segmentos sociales e institucionales se transformaron en una clase dominante propietaria de la totalidad de los medios de producción. Tal es el resultado histórico de los esfuerzos por aplicar las tesis de Marx en el transcurso de los siglos XX y XXI, a lo que en años recientes se le agrega una envolvente mezcla de intereses mafiosos y criminales.

Odiar sin tibiezas, odiar siempre

El eje transversal del planteamiento de Marx está formado por el énfasis en la violencia y el odio como instrumentos para la transformación social. Creer ——como creía Marx— que la riqueza económica es generada por el trabajo asalariado mientras los propietarios de los medios de producción se la roban, le hizo concluir en la necesidad de expropiar por la violencia a los propietarios individuales, establecer una dictadura política e instituir el odio de clase como eje articulador de las interacciones sociales. Este elogio de la violencia y del odio lo expresa el autor de Miseria de la Filosofía en las últimas líneas de ese libro al escribir, citando a George Sand: «El combate o la muerte, la lucha sangrienta o la nada. Así está planteado inexorablemente el dilema». El endiosamiento de la violencia y del odio de clase, combinado con la imposibilidad de que el Estado desapareciera, condujo a los capitalismos dictatoriales de los siglos XX y XXI (comunismo, socialismo real y socialismo del siglo XXI), que junto con el fascismo y el nazismo constituyen las formas de tiranía capitalistas más sanguinarias de los últimos ciento veinte años.

Sociedad autogestionaria

Cabe preguntar ¿de qué manera evitar la trampa de las dos mentiras analizadas en este ensayo? ¿Es posible desmitificar las falsas ilusiones del Estado propietario y del mercado perfecto? Estimo que sí es factible sortear esas cosmovisiones puristas, tanto en términos prácticos como teóricos, y, por lo tanto, considero real la existencia de una vía que conduce a superar las dicotomías de las falsedades comentadas. Dejo para otra ocasión referirme por extenso a esa vía de superación, tan solo adelanto que las prácticas y experiencias que la realizan se resumen en ocho conceptos: libertad, autogestión, autonomía, autogobierno, creatividad, innovación, justicia y fraternidad. Y digo más: las realidades referidas en los ocho conceptos mencionados configuran lo que denomino «sociedad autogestionaria», y es este tipo de sociedad la que libera de las mentiras del anarcocapitalismo y del socialismo. La sociedad autogestionaria no forma parte de la agenda programática de la gran transición actual, pero en alguna otra gran transición quizás el objetivo clave sea, precisamente, la autogestión social. Por lo pronto, y no es poca cosa, lo que corresponde es trabajar, un día sí y otro también, por apurar el paso y acercar el día cuando cada ser humano autogestione su vida sin necesitar de pequeñas sectas de iluminados que, a través del Estado, el gobierno, el sindicado, el partido político, la religión, la academia o las finanzas expolian a la sociedad, confiscan los frutos del trabajo social y convierten la mentira en la argamasa de la convivencia.