A veces, las formas cambian, pero en el fondo Estados Unidos sigue siendo el mismo, al menos para nosotros, los latinoamericanos y caribeños. Algunos pensaron que, en vez del garrote, el muro, las restricciones a los inmigrantes y el discurso ultraderechista, racista, xenófobo y misógino de Donald Trump, llegaría la zanahoria, con declaraciones correctas sobre la democracia, las mujeres y los afrodescendientes por parte de Joe Biden.

Pero fallaron otra vez en los pronósticos. Parece que hay gente que insiste en vivir en el pasado. Habría que avisarles que ya hace tres décadas que la Guerra Fría llegó a su fin y que hoy transitamos la era pandémica hacia un futuro desconocido. Entonces, ¿porqué, tenemos que seguir viviendo bajo la espada de Damocles de una confrontación mundial como en aquella época?

Apenas asumido, Biden, de 78 años, se despachó señalando que su homólogo ruso, Vladimir Putin, es un asesino. Estas palabras fueron al peor estilo del patoterismo y la irresponsabilidad política de su antecesor, Donald Trump, pero con imagen de gente seria. Algunos hablaron de locura, de demencia senil de Biden, pero no: está todo previsto y calculado.

Con este golpe mediático, pareciera que el objetivo de la administración demócrata es recalentar el ambiente internacional con el fin de restaurar la hegemonía perdida de Estados Unidos, retroceso imposible dada la actual distribución del poder; del poder económico, tecnológico, político y militar a escala mundial.

Es cierto que Biden hizo que su país regresara al Acuerdo de París sobre el clima, y estuvo de acuerdo con la propuesta rusa de prorrogar el tratado New Start, dos pasos positivos. El primero, sería una contribución a la salud del planeta, siempre que demuestre estar dispuesto a llegar en la reducción de gases de efecto invernadero, de los que es el máximo emisor mundial en relación con su población. El segundo, aporte a la paz mundial al regular los arsenales estratégicos de ambas grandes potencias nucleares y propiciar un aflojamiento de esa tensión internacional.

Pero la administración de Biden hizo suyas algunas de las políticas agresivas de su antecesor. El secretario de Estado Anthony Blinken está de acuerdo con la actitud más firme tomada por Trump hacia China, y coincidió con la calificación de genocidio de su antecesor, Mike Pompeo, a la supuesta represión de China en la provincia de Xinjian. Washington, no tiene moral para erigirse en campeón de los derechos humanos cuando los vulnera constantemente en su territorio.

En algunos temas, la administración Biden parece, incluso, tender a exacerbar las políticas anteriores. En el tratado nuclear con Irán, roto por Trump y que Biden se comprometió a restablecer, Washington se ha resistido a levantar el castigo económico a Teherán como paso previo a su reingreso. Más aún, pretende imponer medidas lesivas a la defensa de Irán como condición previa.

Es obvio que la Unión Europea y el Reino Unido no defendieron en serio el tratado nuclear al retirarse EE. UU., además de que comparten gran parte de sus políticas respecto a Rusia y China. Ante una brutal violación estadounidense del derecho internacional, como es el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado sionista, actitud que será mantenida por Biden, hicieron mutis por el foro, lo que será un serio obstáculo a cualquier posibilidad de alcanzar una solución política del conflicto palestino-israelí.

¿Renacimiento económico?

Joe Biden anunció a principios de abril desde Pittsburg, cuna de la industria siderúrgica, el plan Build Back Better (Reconstruir mejor), un plan de ocho años para «el renacimiento económico», tras admitir que la infraestructura del país se está desmoronando, «estamos en el puesto 13 en el mundo».

Su primera parte consiste en inversiones en carreteras y puentes, vías férreas, servicios de agua, banda ancha en todo el territorio e incentivos para nuevas tecnologías respetuosas del medio ambiente; a un costo de 2.5 billones de dólares que espera el visto bueno bipartidista.

Para financiar ese monumental proyecto, no piensa contraer deuda ni imprimir billetes sino aumentar el impuesto a las sociedades, lo que ya genera fuertes resistencias. Pero EE. UU. ha cambiado. Buena parte de aquellas industrias, desde Milwaukee y Chicago a Detroit y Cincinnati, sufrió la deslocalización de empresas hacia China. La propuesta es que vuelvan, para lo cual la reconstrucción pasa por financiarlas.

La diputada neoyorquina, Alexandria Ocasio-Cortez, consideró que para recuperar puestos de trabajo y promover el crecimiento económico esa montaña de dinero es poca. Pero uno debe admitir que la sola idea de aumentar impuestos en EE. UU. es muy valiente u osada (¿o suicida?), pero Biden afirma que creará «la economía más resistente, fuerte e innovadora del mundo para ganar la competencia con China».

Donald Trump sabía también que la base económica había quedado antigua, casi obsoleta, pero enfocó el problema solo desde la perspectiva empresarial. Biden, con este plan, espera resucitarla, para poder competir con los chinos.

¿Se viene la guerra total?

Varios analistas habían advertido que, con los demócratas, el peligro de guerra se dispararía. Se acentuó un peligro inminente de «guerra total», especialmente grave para las sociedades europeas, dado que Rusia parece tener superioridad militar sobre la OTAN. De desencadenarse un enfrentamiento, podría destruir Europa en breve tiempo, mientras EE. UU. quedaría, una vez más, lejos del escenario de la confrontación.

El 12 de marzo, la Asamblea Nacional Popular (ANP) de la República Popular China aprobó el XIV Plan Quinquenal que orientará sus políticas domésticas y exteriores en el próximo lustro. Cuatro días después Joe Biden amenazó a Rusia y calificó a Vladimir Putin de asesino.

El 18 y 19 —en Anchorage, Alaska— se llevó a cabo una gélida reunión bilateral entre el responsable del área de Asuntos Exteriores del Partido Comunista de China, Yang Jiechi, y el jefe de Departamento de Estado, Anthony Blinken. Para concluir con la seguidilla de encuentros trascendentes y conexos, el 22 y 23 de marzo el jefe de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, visitó a su par chino, Wang Yi.

Y vamos a ver —señala Andrés Piqueras— lo que sucedió desde la asunción del casi octogenario Joe Biden. Una, amenazó a Alemania de no seguir adelante con su proyecto de abastecimiento energético (Nord Stream 2), y dio marcha atrás en la retirada de tropas del territorio germano. Amenazó directamente con represalias a las compañías que participan en la construcción del gaseoducto, y se detectó hostigamiento militar.

Dos, está activando una nueva escalada bélica en Ucrania, que ha comenzado a desplegar masivamente sus sistemas de cohetes de lanzamiento múltiple en Donbass, para atacar las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. Ya ha declarado su intención de ir a por Crimea, tras recientes conversaciones de alto nivel entre funcionarios estadounidenses y ucranianos. EE. UU. abastece de armas a Ucrania, al tiempo que despliega algunos de sus más mortíferos aparatos de combate en la zona.

Tres, tras llamar asesino a Vladimir Putin, escalón previo a una declaración abierta de guerra, presiona cada vez más las fronteras rusas a través de la OTAN, poniendo en alarma tanto al Báltico y los territorios polares, como a la Europa oriental, desestabilizando el Cáucaso.

Cuatro, quiere renovar la unión contra Irán para doblegar a ese país y cortar el núcleo vital de la Ruta de la Seda china. Asedia a la propia China en el mar que la envuelve. Invitó a China a una reunión en Alaska e insultó a sus diplomáticos sobre supuestas violaciones a los derechos humanos en territorio uigur, donde EE. UU. financia redes paramilitares y terroristas.

Cinco, amenazó con sanciones a India si no revierte la compra y despliegue de misiles rusos S-400 y a Corea mediante nuevas maniobras militares navales.

Seis, frenó la retirada de tropas de Asia occidental. En Siria, donde ocupa ilegalmente sus pozos petrolíferos, pretende reactivar la guerra con nuevas infiltraciones de paramilitares y yihadistas en el país.

Siete, deja en claro que sus dos prioridades son atacar a China y terminar con el gobierno constitucional de Venezuela. Sigue gestando una intervención contra Venezuela a través de tropas irregulares, paramilitares, narco-bandas y grupos de delincuentes armados, con la colaboración del ejército colombiano, en la frontera entre ambos países.

EE. UU. ha promovido y mantenido dictaduras en todo el planeta, desde las del Cono Sur americano, hasta las monarquías salvajes del Golfo, pasando por la Sudáfrica del apartheid. Por eso, su principal aliado y destinatario de apoyo financiero-político-estratégico es Israel, el Estado que comete más violaciones de resoluciones de la ONU, que practica un apartheid y limpieza étnica, con una constitución racista, que practica sistemáticamente el terrorismo y que es un continuo peligro para toda Asia occidental.

Por eso, tiene como aliado a Turquía, miembro de la OTAN, otro plusmarquista en limpiezas étnicas y en terrorismo contra su propia población y las naciones adyacentes, comenzando por el genocidio contra los armenios en 1915. Por eso, su principal receptor de «ayuda» en América es Colombia, campeón del terrorismo de Estado, con matanzas sistemáticas de su población, y causa de un creciente riesgo de desestabilización de toda la región.

Pero hay también un actor secundario, a la par triste y vil: la Unión Europea, paradigma de la institucionalidad del capitalismo financiarizado, que ha decidido seguir sumisamente todos los planes del decadente hegemón. Ambos están haciendo de las sanciones político-económicas su principal razón contra países emergentes a los que ya no pueden dominar con el «libre mercado»; un arma de guerra sucia, con la vil excusa de hacer respetar los derechos humanos. Parece que a la servil dirigencia europea no le salen los colores cuando se inventa excusas.

Jorge Elbaum, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), señala que la animosidad de Washington contra Putin y Jinping no tiene como fundamento el subterfugio institucionalista que apela a los valores democráticos como justificativo para imponer condenas y sanciones. Existen múltiples evidencias que dan cuenta de la simpatía de Washington con diferentes dictaduras que ejecutaron variados genocidios en América Latina.

El aval actual a las monarquías absolutistas de la península arábiga y el apoyo a grupos insurgentes del África subsahariana comprueban que no es el espíritu republicano el factor que guía su política exterior. Lo que Washington busca en forma denodada es obstaculizar el desarrollo de quienes pueden transformarse en países decididamente soberanos y autónomos, capaces de desafiar o autonomizarse de las decisiones del sistema monopólico, corporativo y financiarizado.

Cuanto más independientes son los Estados, menos autoridad poseen las lógicas imperiales para imponer su voluntad. Cuanto más pobres, menos desarrollados y más dependientes son los países, mayor preponderancia detenta el Departamento de Estado para seguir imponiendo sus políticas. Washington elogia a las elites que endeudan a sus sociedades y valora positivamente la desconexión de los países en vías de desarrollo respecto a nuevos centros de poder emergente como China y Rusia, añade Elbaum.

El patio trasero

Y como si siguiera una agenda preestablecida, en abril comenzó su escalada en América Latina, que sigue considerando su patio trasero, con una ofensiva que incluyó al secretario de Estado Anthony Blinken, el enviado especial estadunidense para el Triángulo Norte de Centroamérica, Ricardo Zúñiga, y nada menos que al jefe del Comando Sur, el almirante Craig Faller.

El primero habló con su principal cómplice, el presidente colombiano Iván Duque, el segundo visitó Guatemala y El Salvador y, el tercero, desembarcó en Uruguay y Argentina. Blinken y Duque, afinaron estrategias para debilitar y derrocar el gobierno constitucional de Venezuela, conversaron sobre el cambio climático, la (inexistente) protección de los derechos humanos y la recuperación económica regional ante la pandemia de COVID-19. EE. UU. y su cómplice regional, Colombia, no reconocen a Nicolás Maduro como presidente, y apoyan al devaluado líder opositor Juan Guaidó.

Ratificaron su compromiso compartido con «la restauración de la democracia y el estado de derecho» en Venezuela y los esfuerzos de Colombia para promover la democracia en toda la región, informó Ned Price, vocero del Departamento de Estado, en un comunicado. Price añadió que Blinken se comprometió a continuar con la estrecha cooperación entre ambos gobiernos en materia de seguridad, desarrollo rural y antinarcóticos para apoyar la paz en Colombia.

El plan diseñado contra Venezuela no es conseguir grandes objetivos estratégicos, sino crear condiciones que permitan la rápida intervención de un tercero, ya que no encuentra en los países de la región el necesario apoyo político para justificar una supuesta intervención humanitaria (usar a la población civil como escudo humano).

Por eso impone el imaginario colectivo internacional de que se ha desatado una guerra civil, como en Siria: con ese argumento grupos armados entrenados y financiados por países occidentales y quizá también por traficantes de armas y narcotraficantes se adueñaron de la financiación de la «intervención humanitaria». La guerra como negocio.

Maduro acusa a la oposición venezolana y a Washington, con el apoyo de aliados internacionales, de intentar derrocar a su gobierno. «Nuestra alianza sigue para apoyar la paz y la prosperidad en Colombia mediante una cooperación en (temas de) seguridad, desarrollo rural, lucha contra las drogas y derechos humanos», escribió Blinken.

El secretario general de la ONU, António Guterres, reiteró al gobierno colombiano el llamado a trabajar para frenar la violencia contra firmantes del Acuerdo de Paz, defensores de derechos humanos y comunidades afectadas por los conflictos armados. Cuarenta y tres líderes sociales, campesinos e indígenas fueron asesinados en lo que va del año y 744 desde que comenzó el gobierno de Duque, en agosto de 2018. Desde la firma de los tratados de paz, fueron 1,157 las víctimas fatales.

Biden heredó el patoterismo de su antecesor y, de entrada, quizá en maniobras de imposición de imaginarios colectivos, agredió directamente a rusos y chinos. Mientras la pandemia y la seguridad alimentaria pasan a ser los temas más importantes para la población mundial, se acentúa un peligro inminente de «guerra total», especialmente grave para las sociedades europeas, Préstenle atención.