Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas…

(George Orwell, «1984»)

Tomás Moro pensó en 1516 en su obra Libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus, de optimo reipublicae statu, deque nova insula Utopi, en un modelo de sociedad ideal, quizás no del todo perfecta por ser una obra humana, pero reduciendo a un mínimo ciertos males de la humanidad como los crímenes, la violencia y la pobreza.

Utopía, este «no-lugar», la representación imaginativa de una sociedad futura, ideal, justa, con un gobierno político perfecto e idealizado favorecedor del bien humano es, dada nuestra condición y naturaleza humana, imposible.

Distopía, ese «mal lugar», esa sociedad ficticia indeseable en sí misma por su deshumanización, lugar donde reina la injusticia, la crueldad y la alienación moral, es más cercana a nuestra realidad que la utopía.

La teoría político-económica neoliberal representa una realidad distópica que ha causado la alienación del ser humano, donde el trabajador no es una persona en sí misma, sino una mercancía; equivalente a una determinada cantidad de dinero utilizable para la multiplicación del mismo. Luego, esta alienación económica da origen a la alienación política, y causa la alienación religiosa.

La distopía del modelo neoliberal se manifiesta, por una parte, imponiendo que se gobierne para el mercado, esto mediante la producción del derecho —de la norma jurídica— a través del ejercicio del poder económico y político, buscando establecer una sociedad mercantil que tiene la competencia como principio regular. Por otra parte, imponiendo a los seres humanos y al Estado un determinado modo de ser, un ideal de sociedad de derecho privado. En definitiva, para el modelo neoliberal el hombre es una empresa y debe ser explotado como tal.

En el caso de Chile, desde el tiempo de la dictadura Pinochet-oligarquía (1973), el pueblo chileno ha vivido en una distopía neoliberal. El «milagro chileno», como lo llamó Milton Friedman, convirtió al país en un Estado subsidiario, y entre las muchas nefastas privatizaciones que inspiró el modelo ideado por los llamados Chicago Boys, se produjo un daño inmensurable en la salud pública.

Los pseudointelectuales denominados Chicagos Boys, ese grupo de economistas chilenos formados en el departamento de economía de la Universidad de Chicago, establecieron las pautas de un sistema político y económico que convirtió a Chile en uno de los países más desiguales del mundo, encontrándose Chile actualmente según la OCDE, entre los tres países latinoamericanos que ocupan los últimos lugares en bienestar social.

Con la aparición del virus Sars-CoV-2 y la enfermedad que este causa, llamada COVID-19, el Estado subsidiario impuesto por el modelo neoliberal chileno entró en crisis, quedando al descubierto sus falencias y sus abusos, particularmente en materia y políticas de salud pública. Entonces, ¿dónde quedó el «oasis» neoliberal del Gobierno de Sebastián Piñera? Ante tal interrogante, la lógica de mercado neoliberal, guarda un silencio cómplice puesto que sabe, de manera inconfesa, que es incapaz de dar respuesta y solución al problema del cuidado de la salud y a la protección de la vida.

En el «oasis neoliberal chileno», los únicos beneficiados con la COVID-19 han sido los dueños del capital, pues según el ranking de la revista Forbes, los millonarios chilenos aumentaron sus fortunas en 73% pese a la pandemia; entre ellos, el yerno del genocida Augusto Pinochet, el empresario Julio Ponce Lerou, y Sebastián Piñera Echenique y su familia, actual presidente de chile, cuyo gobierno se ha caracterizado por violaciones a los derechos humanos, luego del estallido social del 18 de octubre de 2019. Lo anterior demuestra que lo importante para el modelo neoliberal chileno no es la vida ni la salud de las personas sino el mercado.

En el modelo neoliberal chileno, la salud no es un derecho sino una libertad, por lo tanto, el Estado no garantiza la salud ni la protección de la vida de sus ciudadanos, pues solo pueden acceder a una atención de salud oportuna y de calidad quienes posean los medios económicos suficientes para pagar por un servicio de salud privado. Quienes no poseen dinero en cantidad suficiente para pagar por el acceso a la salud, están condenados a una penosa e interminable lista de espera en la salud pública como antesala de su muerte.

Lo cierto es que la distopía neoliberal ha llevado al ser humano a creer —manipulando las mentes del pueblo— que el dinero cumple una función darwiniana en las sociedades, decidiendo sobre la vida y la muerte e instaurando, así, una necropolítica.

El filósofo Joseph-Achille Mbembe (nacido cerca de Otélé en el Camerún Francés en 1957) fue quién desarrolló el concepto de necropolítica, siendo presentada como una teoría de los «muertos vivientes»; es decir, una forma de analizar cómo las formas contemporáneas de subyugación de la vida al poder de la muerte obligan a algunos cuerpos a permanecer en diferentes estados de estar situados entre la vida y la muerte.

Achille Mbembe ha señalado: «el capitalismo tiene como función genética la producción de razas, que son clases al mismo tiempo. La raza no es solamente un suplemento del capitalismo, sino algo inscrito en su desarrollo genético».

La necropolítica está en conexión con el concepto de necroeconomía puesto que, explica Mbembe, «el sistema capitalista se basa en la distribución desigual de la oportunidad de vivir o morir. Los que no tienen valor pueden ser descartados. Esta lógica de sacrificio siempre ha estado en el corazón del neoliberalismo-necroliberalismo».

Para la nefasta política del necroliberalismo, la vida es objeto de cálculos, por consiguiente, las vidas de quienes no son rentables para el poder son excluidas del modelo, pues no participan en la producción y el consumo; son vidas que no tienen valor y se implementan políticas siniestras en las que se van muriendo aquellos que resultan desechables.

A causa de la manipulación de la educación y de los medios de comunicación, los seres humanos hemos perdido la capacidad de asombro ante la necropolítica del modelo neoliberal, hemos normalizado que los quintrales del poder en el Estado decidan quienes merecen o no seguir siendo parte de la sociedad. Se ha mutado hacia una forma elegante de genocidio, puesto que el Estado ya no se inspira en un «hacer vivir», sino en un «dejar morir».

El capitalismo, y particularmente el modelo neoliberal, ha llevado al mundo hacia la distopía necropolítica, haciendo del ser humano una mercancía desechable, un habitante de un «mal lugar» de «alienación humana», condicionado a un «dejar morir».

El filósofo defensor del realismo científico y promotor de la filosofía exacta, Mario Bunge (1919-2020), de manera inteligente y categórica sostuvo: «El capitalismo ha tenido sus méritos históricos, pero es moralmente insostenible».