En el ambiente de carencias del mercado laboral, el poder político ha creado fórmulas de bienestar social que tienen que ver con el desempleo y casos de otra complejidad como el desplazamiento de trabajadores en edad prime. Situación esta última común a mercados de economías avanzadas de mayor complejidad que se orientan hacia el sector servicios. Surge así la renta básica universal (RBU). Un autor comenta, que el resultado de la RBU es un bienestar social que permite a los trabajadores renunciar a salarios de niveles de pobreza mientras esperan algo mejor (Goodman, P. 2016).

Para quienes propugnan la RBU esta conduce al goce de la libertad efectiva, pues sus beneficiarios no están sometidos a controles relativos a su trabajo o situación económica. En ese contexto la lucha contra la pobreza queda descartada como criterio para otorgar dicha renta. Su justificación ética, es el gozo de una libertad real, en una sociedad genuinamente libre, por sobre el resto de sociedades que solo exhibirán una libertad formal.

De esa manera la RBU en su realidad de renta mínima garantizada se desarrolla fuera del mercado laboral, siendo independiente de la actividad productiva y de las realidades del mercado. El Estado distribuye los fondos según cálculos que tienen por objeto asegurar el límite mínimo que el mercado laboral fija como salario y pensión.

La RBU no interfiere en los mecanismos del sistema capitalista, es un elemento ad hoc que no estorba con los fundamentos de su funcionamiento. Es más, es el factor capaz de recrear rutinas de transición hacia la automatización y digitalización de procesos productivos.

En la interpretación neoclásica, la economía busca con sus axiomas justificar automatismos propios del funcionamiento del mercado, dejando en manos de este los términos en que se verifica la reproducción social del trabajo. Imagino la frustración de los trabajadores considerados como capital-humano (ver párrafo más abajo) la que se parangona con aquellos que quedan excluidos del sistema y a los cuales se les propone una renta básica.

La búsqueda de una renta básica universal en el mundo capitalista del siglo XXI es justificable, pues la automatización del sistema capitalista en una economía de alta complejidad es parte de la valorización de los bienes públicos a saber, educación, salud, vivienda, clima, recursos naturales…. es decir, capital dirigido a la apropiación tecnológica de los recursos naturales y a generar mayor productividad en esa tarea. Ello es así pues el capitalismo del siglo XXI se desarrolla en la dirección del consumo masivo e intercontinental; se reproduce en una lógica productiva circular que administra una cantidad inimaginable de datos provenientes del rastro digital de las actividades de la humanidad. A esto se le suman máquinas y herramientas con capacidad de auto diagnóstico, capaz de asegurar control a distancia del sistema productivo global. Sin la automatización y digitalización de los procesos productivos y comerciales no es posible administrar la gran máquina del consumo, hoy en el centro de la actividad productiva.

No estoy seguro que la materialidad de lo expuesto nos lleve a avanzar en la reproducción social del trabajo, pero sí se corresponderá en el futuro con las posibilidades de integración de la población mundial que, según las estimaciones, en 2050 contará con 9 mil millones de habitantes.

En el sistema capitalista de automatización y robots la lucha contra la pobreza es descartada como criterio para otorgar dicha renta, pues, en reemplazo de la producción en masa, habrá una producción futura casi ilimitada con un número cada vez menor de trabajadores, sin que tengamos certeza de cuántos podrán adquirirla.

Si nos planteamos como justificación final ética el gozo de la libertad en una sociedad realmente libre, por sobre el resto de las sociedades que solo exhibirán una libertad formal, queda sin resolver la inquietud de cómo se puede ejercer la libertad real sin romper las restricciones que impone el mercado capitalista actual. Romperlas equivale a una matriz civilizatoria —diferente a la nuestra— que consagre dicha valorización social. En ese caso la renta básica mínima universal, independiente de cualquier condición socio-económica o trabajo realizado, sería considerada como una regla de valoración social.

El trabajador-capital-humano

Las fallas del sistema han conducido históricamente a la visión de un trabajador-capital-humano, como otro agente más en los mecanismos de desarrollo del sistema capitalista. Según esto, el trabajador no vende su fuerza de trabajo, pues el salario que recibe es su ingreso o dueño de una renta y, por tanto, al igual que esta es indisociable de su poseedor. «El proceso productivo transforma al trabajador. Es una máquina, encargada de producir flujos de ingresos» (Foucault, M. 1979, p. 263). El trabajador, se despoja de su carácter de fuerza de trabajo, posee en sí la idoneidad de su capital el cual administra mediante cierta renta a título de salario, es decir se administra como empresa de sí mismo. En síntesis, el trabajador es su propio empresario, es capital humano.

En Chile, en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado la derecha liberal chilena popularizó la noción de un trabajador empresario, muy en la línea del burgués europeo del siglo XIX. Según esta doctrina, la actividad del trabajador genera su propio capital, es la fuente de sus propios ingresos. El trabajador es titular de la renta que percibe en cuanto capital humano, siendo el mismo su portador, a cero costos para quien lo contrata. De allí a postular que el trabajador porta en sí un equipamiento genético que le es característico a sus habilidades en cuanto trabajador, hay apenas un paso. Esto va sin decir que se espera que estos elementos de los cuales es portador inciden en su rendimiento.

La conclusión natural de esta descripción deja en claro que cualquier elemento externo al proceso productivo es eliminado. Elementos tales como la migración, la innovación y la productividad a que puede dar origen, nuevos mercados, educación, salud, etcétera no entran en la ecuación del rendimiento del trabajador y, por tanto, quedan excluidos de lo que pudiera estimarse como un salario real. No se reconocen como bienes que deben ser pagados. Es decir, quedan excluidos todos aquellos bienes que forman parte de su reproducción en sentido estricto. La mayor parte de estos se refieren a bienes públicos como la salud, la educación, la vivienda, las pensiones… A los cuales pueden agregarse aquellos bienes genéricos en su carácter público cuando caen en el macroambiente de la ciudad, como es la calidad del aire, la seguridad, etcétera.

Michel Foucault se plantea si no es acaso la acumulación de capital humano la que justifica la Revolución Industrial. Lo cual se aproxima a integrarla a la economía del capital, donde el individuo, considerado como una empresa, deviene una inversión en sí, y es al mismo tiempo un inversor cuyas condiciones de vida aparecen dictadas por la renta de un capital.1 De allí la gran frustración de este inversor cuando se enfrenta individualmente a su propia reproducción, pues, aparte de sus remuneraciones, debe recurrir como privado, a medios limitados que le proporciona el Estado a saber, seguridad social y pensiones insuficientes —aportes del Estado, vía impuestos, déficit presupuestal y en algunos casos los aportes patronales.

En su ideario, este propietario de su propio trabajo vincula sus prestaciones a las ganancias del capitalista, la misma relación que Schumpeter justifica a través de la realización de la innovación en el mercado, como algo consustancial al funcionamiento del capital. La innovación surge, así, como parte de la homogeneización de los elementos inherentes al proceso productivo, donde el capital físico y el capital humano se confunden en la lógica de crecimiento del sistema capitalista.

Para la economía capitalista y sus epígonos, la evolución del proceso de crecimiento de la economía en el siglo XXI debería cimentarse en cantidades relativamente más importantes en capital humano que en capital físico, cualquiera que fueran las frustraciones derivadas de este acoplamiento. Nada de eso puede ocultar la realidad central de esta época; a saber, la valorización de un mercado omnipresente de bienes públicos en la ecuación general de costos de la actividad productiva centrada en el consumo.

La valoración social del trabajo es parte de una matriz civilizatoria

En la transición hacia la sociedad digital, podemos imaginar todavía matrices industriales y, por tanto, la valoración social de una masa potencial de trabajadores que actualmente aparece, al menos en términos numéricos, como un residuo descartable en las soluciones del mercado laboral capitalista.

En un sistema social-solidario, así como en la transición, la valoración social del trabajo está ligada con la integración de los bienes públicos en la remuneración de los trabajadores; es decir, lo que podemos llamar con propiedad el salario social. Esto transita por cambios fundamentales en las relaciones sociales de producción —relaciones propias de una sociedad social-solidaria. Quienes quedan fuera del mercado de trabajo en los períodos de transición gozarán de una renta básica universal.

La valoración social del trabajador es un resultado posible y central de una matriz civilizatoria más avanzada. De tal matriz surgen otros resultados a saber, la posibilidad de una renta básica, ya no como un cálculo al interior de la caja fiscal, sino como resultado de un mercado donde los bienes públicos, como sector de plena actividad en una economía de mayor complejidad que produce y transa bienes públicos. Es lo que podría llamarse con propiedad una economía ciudadana con objetivos acordes a una sociedad social-solidaria.

Esta economía es posible cuando los bienes públicos surgen como factor de desarrollo de la economía dentro de las áreas de la actividad productiva a saber: social, privada y mixta.

En ese contexto, el crecimiento del PIB expresa el contenido de bienes públicos más allá de la sumatoria ad-valorem de los bienes y servicios del Estado producidos durante el año calendario. Marco en el que podrá entenderse la existencia de una renta básica que cubra a aquellos que quedan fuera del mercado laboral.

Notas

Foucault, M. (2007). Nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France (1978-1979). Ed. Michel Senellart. Trad. Horacio Pons. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica.
Goodman, P. (24 diciembre de 2016). Buscan nuevos beneficios salariales. The New York Times. International weekly.
1 Ver la versión escrita (en español) de la clase del 14 de marzo de 1979, impartida en la Sorbona por Michel Foucault. La totalidad de las clases aparecen reunidas en español en un volumen titulado Nacimiento de la Biopolítica, editado por el Fondo de Cultura Económica de México, 2007, pp. 249-274. Se trata de clases magistrales del autor reunidas en su versión original. El autor describe la visión neoclásica norteamericana sobre el trabajador considerado como capital humano. Entre los autores citados por Foucault, se encuentran Irving Fisher, Gary Becker, Theodore William Schultz, los cuales por sus teorías y doctrinas se identifican en algunos casos con el neoliberalismo del establishment.