Nacidos en 2001, los foros sociales nacieron como una aspiración disidente frente a un viento globalizador que se había desatado al inicio de los años 90. Envuelto en el state building y el modelo de democracia liberal, el neoliberalismo y sus formas renovadas de dominación se proyectaban sin rivales a escala planetaria para modelar un orden liberal particularmente homogeneizador. El horizonte de «fin de la historia» y de «aldea global» ilustraban uno de los registros centrales en el cual se jugaba la influencia hegemónica: el campo mental e ideológico, es decir, el conocimiento y el terreno no material donde se pretendía instalar una supremacía a nivel de la estructura mental de los competidores.

Al igual que durante la tensión Este-Oeste, los conflictos interestatales que surgieron tendían a evitar la confrontación directa y pasar al plano indirecto e irregular, con modalidades entramando mucho más el componente mediático e informacional. El avance de las interdependencias posterior a 1990 multiplicó las formas de confrontación y dio un rol preponderante a las estrategias en red. Desde 1945, el principal ganador de la Segunda Guerra Mundial había desarrollado un caso exitoso de guerra económica y de social learning con la contención, por un lado del tecnoglobalismo de Japón -el de la Unión Soviética se había derrumbado por su propio peso- y por otro lado, convencer a los países europeos para que no asumen proyectos demasiado autonomistas.

El año 2001 marcó otro giro en esta confrontación informacional. Mientras China ingresaba en la OMC y modificaba drásticamente los equilibrios comerciales y productivos, el uso del conocimiento con fines ofensivos y conflictivos tomaron un nuevo vuelo. La emergencia de Internet y de la sociedad de la información, junto con el fin de los imperios territoriales, desplazaron las relaciones de fuerza hacia el terreno inmaterial. La primera guerra de Irak en 1991, junto con los conflictos de la ex-Yugoslavia, fueron una muestra de esto. Por primera vez en la historia contemporánea de los conflictos bélicos, la cantidad de víctimas fatales en el campo irakí quedaba ocultado en pos de no dañar las opiniones occidentales. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ofreció un teatro de desinformación para movilizar las opiniones y legitimar la ofensiva militar. De 2001 a hoy, la guerra de veinte años contra el terror fue concebida como una vasta ofensiva moral e informativa para tratar de reafirmar un predominio mundial ya en reflujo y encubrir iniciativas de carácter imperial. Veinte años después, los resultados erráticos de la movilización desmedida de la potencia están a la vista. Han acelerado la transición a un orden multipolar.

Es en este escenario que irrumpe la constelación altermundialista y los foros sociales. En varias regiones, la dominación uniformizante del proyecto neoconservador avivaba las posturas nacionalistas, religiosas, anti-imperialistas o luchas sociales que nunca habían dejado de existir durante la Guerra Fría. En 1988 en Berlín, se desarrolló la primera movilización masiva en contra del FMI y del Banco Mundial. En 1996, la movilización ante el G7 en Lyon (Francia) y luego a fines de 1997 con el Acuerdo Multilateral para la Inversión (AMI) marcaban un antes y un después para la sociedad civil organizada. El AMI, negociado en la sombra inclusive para una parte de los gobiernos asociados, salía a la luz gracias a una filtración en la web que se encontraba en plena expansión. Para muchos, esta batalla era un ejemplo de victoria asimétrica de un David contra un Goliat. En 1999, la cumbre de la OMC en Seattle consolidó un despertar social ante el proselitismo globalizador e irrumpía en los medios de comunicación. Así tomaba forma el movimiento altermundialista apoyándose sobre ideas movilizadoras, una amplia convocatoria social y la puesta en red de millares de organizaciones. El altermundialismo es consubstancial a esta nueva era informacional, a un nuevo tipo de conflictividad y a la idea de contra-ofensiva a la homogeneización del momento. El primer foro de Porto Alegre en 2001, demostró tener más poder de interpelación y convocatoria que el Foro de Davos que se organizaba con otra lógica.

En tanto mosaico heterogéneo de luchas obreras, democráticas y culturales anteriores, el foro social ayudó a cristalizar los sectores críticos de una globalización mercantil y depredadora. Si el movimiento no logró constituir una alternativa y fue limitado en su capacidad de organización, como lo fue en su momento el movimiento tercermundista, su mayor éxito es haber librado una fantástica batalla de sentido. Contribuyó a erosionar el consenso liberal creado alrededor de las instituciones internacionales y polemizar los sesgos de las recetas de ajuste y de desarrollo. Participó en revelar el desfasaje entre los desequilibrios globales y las aspiraciones sociales. Fue también un conector de nuevas formas de resistencias sectoriales y territoriales.

A su vez, el propio movimiento no escapó a las influencias que se ejercieron en el terreno ideológico y al desafío de renovar su brújula conceptual. De hecho, el contenido del foro tuvo mucho menor receptividad en América del Norte, Europa del Norte, una parte del Sur global y de Asia donde no existía la misma lectura sobre las temáticas planteadas y las modalidades de dominación. Algunos lineamientos como el rol clave del derecho en la regulación supranacional, el post-nacionalismo, la apertura de las fronteras, la cooperación y los equilibrios Norte-Sur, la no-violencia y los anti-imperialismos, la economía solidaria, la justicia socioambiental contrastan con una realidad muchísimo más competitiva y compleja. En definitiva, el contenido que estructura los foros dio parcialmente la espalda a la nueva gramática global que surgía. Para pretender constituir una alternativa real hubiese sido necesario trabajar más a fondo estas temáticas en relación con las nuevas fisonomías diseñadas por las potencias para dominar y competir.

A veinte años de su existencia, los movimientos de resistencia se encuentran en una doble disyuntiva. La más importante tiene que ver con el contenido, a saber incorporar elementos programáticos capaces de generar una nueva relación entre las realidades y las estrategias de acción. El nexo entre dimensión estratégica y operativa es precisamente esencial y por eso los integrantes del campo pro-globalizador siguen teniendo una ventaja indiscutible. Mientras el mundo bipolar actual se rearma en términos de incremento de potencia y de ambiciones ofensivas, lo grueso de las confrontaciones se va canalizando en el plano geoeconómico y cognitivo (o sea el uso del conocimiento con fines conflictivos). La crisis financiera del 2008 y más recientemente la Covid-19 han ofrecido una vista acelerada de esto con la agudización de la guerra tecno-comercial y una guerrilla sociocultural librada sin complejos. Tanto los cambios geopolíticos como las fisuras en el orden liberal anterior, modificaron muchas referencias que eran centrales para los movimientos sociales. Por lo tanto, es necesario aceptar, y más aún profundizar, la realidad de enfrentamiento sistémico y sus nuevas relaciones de fuerza en las cuales el escenario global ya ingresó.

La segunda disyuntiva se encuentra justamente a nivel de la relación entre el campo informacional y el hacer. Los foros sociales y su constelación de participantes han sabido construir una contra-ofensiva innovadora frente a una dominación empujada por los grupos de poder poniendo las interdependencias al servicio de su proyecto (globalismo). Fue un ejemplo de entramado en red, portador de horizontes movilizadores, de intercambios y de iniciativas reticuladas. Está cohabitando ahora con otros centros de gravedad, por ejemplo las luchas climáticas y territoriales que transitan por otras prácticas de transformación con muchas habilidades en el ámbito mediático. No quita que los foros se han quedado por debajo de su potencial estratégico e informacional. Su relativa burocratización no ayudó a la apertura necesaria para dinamizar su proyecto (la reciente decisión de abrir su consejo internacional se perfila muy positiva). La reticencia a uniformizar una visión de conjunto en nombre de la diversidad de temáticas locales debilitó los aprendizajes comunes necesarios para una acción transformadora. En el fondo, disputar el campo de la reflexión y de las narrativas no ha sido realmente asociado con la búsqueda de los medios para concretizar alternativas o perforar las armaduras institucionales en pos de modificar las relaciones de fuerza establecidas. La producción de conocimientos, central para modificar una relación de dominación, ha sido subestimada y fragmentada.

En una palabra, se trata de mejorar las coherencias entre las partes de un ser colectivo que dispone todavía de una fantástica energía de movilización, entendiendo que el campo informacional es un espacio privilegiado entre todos las demás.