¿Por qué es la música?

Quizá pueda parecer que la pregunta está mal formulada, pues como forma de expresión artística se podría decir que la música no tiene un porqué, sino que es un fin en sí misma.

Sin embargo he preferido formularla de esta manera; la razón de la música es una cuestión que desde hace unos años ha estado rondando mi cabeza, pues cuando me paraba a pensar en la música en sí misma no le acababa encontrando mucho sentido. La música es capaz de transmitirnos todo tipo de sensaciones, de pintarnos paisajes, de excitarnos o relajarnos de una forma que no podemos controlar ni explicar. Como me señaló una vez un profesor de filosofía, nadie se lleva cuadros o libros a las fiestas, en cambio sí que llevan música. Todo esto me llevaba a cuestionarme cosas como por qué sucede todo esto, o dicho de otro modo, ¿por qué nos afecta en tanto grado la música?

Le estuve dando muchas vueltas al asunto y llegué a algunas hipótesis algo alocadas. Sé que no he sido el primero en plantearse esta cuestión y ni mucho menos voy a ser el último; y no pretendo alzarme en posesión de ninguna verdad absoluta resolviendo este misterio. Tan solo pretendo plantear una hipótesis sin mayor ánimo que aportar otro punto de vista.

A lo largo de todo el texto necesitaré que el lector me preste temporalmente su imaginación y que por un rato intente olvidarse de todo lo establecido para poder meterse en las situaciones hipotéticas que le voy a plantear. Por ello, y ya de antemano, le quiero agradecer el interés de quererse dar un pequeño paseo por mi cabeza.

Prácticas de laboratorio

En muchas ocasiones, y a modo de juego mental, me ha gustado analizar ciertos comportamientos humanos intentando ponerme en la situación de un ser que no se vea afectado por nuestra cultura o naturaleza humana, y que en cierto modo tenga una capacidad mental superior. Este hipotético ser miraría el comportamiento humano e intentaría comprenderlo mediante el análisis y la observación, del mismo modo que nosotros lo hacemos con los animales.

Desde ese privilegiado punto de vista, resultarían bastante llamativos algunos comportamientos y cabría esperar que el efecto de la música en los seres humanos fuera uno de los que llamarían la atención de este ser. Ya solo echar un vistazo a un festival de música desde ese punto de vista resulta sumamente curioso; miles de personas apretujadas unas contra otras, cuando no se ponen a empujarse violentamente, mientras que unos pocos seres humanos están apartados de resto percutiendo, soplando y cantando. Analizándolo fríamente, comprobaríamos que esta aglomeración no responde a ningún interés alimenticio y, aunque se puede decir que responde a un interés social, cuando nosotros miramos a los animales vemos que cuando se reúnen en grandes números suele ser por razones de apareamiento. Sin embargo, volviendo la vista al festival de música y aunque comprobamos que muchos especímenes practican sexo durante el festival, no parece ser la pauta ni la razón que les ha llevado allí. Al final este ser llega a la conclusión última de que la razón es la música, pero ¿por qué? ¿Qué tienen de especial esos sonidos para congregar a tantas personas?

Análisis objetivo

Ante todas estas preguntas sin respuesta decidí intentar definir qué es la música desde un punto de vista físico. De una forma objetiva, se puede decir que la música son sonidos ordenados matemáticamente en el tiempo y en el espacio. Respecto a la música en el tiempo, poca explicación hace falta, pues se desarrolla en este bajo unos patrones matemáticos, además del hecho de que sin tiempo la música sería imposible. En lo que respecta al espacio, si se entiende que el sonido es una onda, cada nota musical posee su propia longitud de onda y, según se ha podido comprobar, las notas que se interrelacionan bien lo hacen porque sus longitudes de onda tienen una correlación matemática. Por ejemplo, al tocar una octava más arriba, la longitud de onda de esta nota es exactamente la mitad que la otra, así como las notas pertenecientes a un acorde están en proporciones matemáticas. Por lo tanto, podría decirse que al tocar música lo que se está haciendo es ordenar el sonido, tanto en tiempo como en espacio, siguiendo una lógica matemática. A pesar de esta explicación, este punto de vista no consigue resolver por qué eso nos resulta tan placentero.

La comunicación musical

Dándole vueltas a la premisa de que la música es en esencia pura matemática, me acordé de la famosa frase de Galileo Galilei que decía que “las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito el Universo”. Juntando ambos conceptos me puse a pensar que si las matemáticas son el alfabeto de la naturaleza, quizá la música fuese la forma de conjugarlo.

Todo esto no solo no me resolvió nada en absoluto, sino que me llevó a plantearme nuevas cuestiones. Volví a mirar a la música para verla desde otro punto de vista y recordé que la música también es expresión y, por lo tanto, es un medio de comunicación. Cuando dos o más músicos están improvisando juntos, se están comunicando, y esta comunicación es necesaria para que lo que están tocando tenga cierto sentido artístico para poder transmitírselo al público.

En este punto me planteé si no sería posible que la música fuese capaz de comunicar mucho más de lo que parece a simple vista.

Cuando hablamos de comunicación hablamos de lenguaje, y cuando se analiza el lenguaje en sí vemos que es una asociación de palabras a conceptos. Cuando alguien le dice a otra persona la palabra “patata” está traduciendo el concepto de patata a un código común que le transmite a la otra persona mediante el habla, la otra persona decodifica el mensaje y entiende el concepto que se le ha transmitido. Esto es un acto casi instantáneo pero no inmediato, por no decir que al fin y al cabo estamos traduciendo el concepto a un código común que hemos establecido nosotros de una forma arbitraria. Pero ¿y si fuese posible expresar mediante el sonido no solo el concepto real de las cosas, sino las cosas en sí? Que mediante el sonido expresases no solo el concepto de patata, sino la propia materia particular de la que estás hablando, que pudieses transmitir su composición química, forma, existencia, y demás propiedades singulares con tan solo un mero sonido.

Hoy en día podemos ver que con la mera transmisión de unos y ceros somos capaces de enviar todo tipo de datos. Vemos como una línea de código puede representar en realidad una fotografía, un sonido o un texto. Matemáticas al fin y al cabo. Por lo tanto, si como hemos visto antes la música es matemática, ¿no sería posible que esta fuese un vehículo con el cual transmitir datos?

Me acordé entonces de la película Encuentros en la Tercera Fase en la cual se nos mostraba a una civilización extraterrestre más avanzada que se comunicaba por medio de tonos musicales ligados a colores. Este pensamiento se juntó con un artículo con el que me topé recientemente, el cual relataba que un estudio llevado a cabo por la Universidad de California en Berkeley revelaba que los seres humanos somos capaces de ver colores en la música, algo que hasta ahora se decía que solo le ocurría a algunos bajo el nombre de sinestesia.

En este punto tenía una coctelera mental con la frase de Galilei, el análisis matemático de la música, los extraterrestres de la tercera fase y la transmisión de datos ligada a todo el concepto de la comunicación. Removí todas esas ideas y saqué de todo ello un concepto que en un primer momento rechacé de plano por inverosímil, pero que después de pensarlo un rato me llevó a plantearme si no podría ser una posible explicación a todo esto. Pero ¿y si la música fuese el lenguaje puro? Sin matices, sin idiomas, sin conceptos ni traducciones. ¿Y si realmente fuese posible que a través de la música se pudiese expresar la existencia real de las cosas? ¿Y si la limitación mental del ser humano le impide ver la información que va ligada a la música? Podría ser que la música que creamos en la Tierra sea como las frases simples que emplea un niño que está aprendiendo a hablar, que estemos ante algo que aún no tenemos la capacidad de entender. Recordé nuevamente el festival de música, sumado a las nuevas ideas que tenía en la cabeza, y me llevó a pensar si no pudiese ser que este “lenguaje puro” es lo que nos mueve, pues al tratarse del lenguaje de la naturaleza y al formar nosotros parte de ella, somos capaces de sentirlo, de que nos transmita algo aunque aún no estemos lo suficientemente evolucionados como para desentrañar su mensaje.

Ya ha habido diversos estudios que han visto el efecto de la música en las plantas, los animales e incluso el agua, aunque hoy por hoy no se puede afirmar nada con rotundidad. Pero, de ser cierto, veríamos que la música no solo afecta a los seres humanos, y esto iría en sintonía con esta hipótesis de que pudiese tratarse del lenguaje íntimamente ligado a la naturaleza.

Pensé entonces que al tratarse de algo dado por la naturaleza su existencia no sólo se podría ver en pequeña escala sino también en una escala mucho mayor, muy por encima de lo que inicialmente me había planteado. Estas ideas me llevaron a un otro punto en el que nuevamente tuve que hacer un ejercicio mental para plantearme una hipótesis si cabe aún más extravagante.

Armonía de las esferas

Hace un tiempo estuve hablando con una amiga y me comentó la idea de que sería interesante poder poner un micrófono en el exterior de la Tierra para ver cómo suena nuestro planeta. Esta idea me pareció sumamente interesante a la vez que me dio un nuevo punto de vista acerca de lo que hasta ahora me estaba planteando sobre la música.

En este sentido, recordé una frase que le escuché decir a un físico durante un documental sobre el Universo. Explicaba que cuando dos planetas se alejaban el uno del otro, esto no era realmente así, sino que en realidad es el espacio entre ambos el que crece. Entonces me imaginé el planeta Tierra como si fuese una pequeña caja de música en la que el espacio que la rodea serían los filamentos de metal que acarician la superficie que gira y suenan al chocar con los salientes. Cada árbol, cada edificio y hasta cada persona andando por la calle afectaría al sonido general del planeta.

Esta idea me llevó a investigar un poco y me topé con la teoría pitagórica de la “Armonía de las Esferas”, la cual planteaba que tanto el movimiento como el lugar de los cuerpos celestes se correspondería a intervalos musicales y que el Universo se regía por unas proporciones numéricas armoniosas. Además de esto, me topé con unas grabaciones de la NASA que traducían a sonido real las vibraciones electromagnéticas emitidas por los distintos planetas del Sistema Solar y recogidas por la sonda Voyayer.

Todo ello me llevó a imaginar un nuevo caso hipotético; pensé en la posibilidad de que se hubiese podido grabar al planeta Tierra durante un periodo de mil años y poder reproducir lo grabado reduciéndolo a unos pocos minutos para que pudiésemos entenderlo. Si se tratase de una canción, podríamos suponer que un año es el tempo de la misma, pero ¿y si no grabásemos solo la Tierra, sino todo el Sistema Solar? Cada planeta haría sus propios tonos en su tempo, pero quizá tras mil años se pudiera distinguir un patrón en todo ello. ¿Y si grabáramos la Vía Láctea, o el Universo, y pudiéramos comprimir miles de millones de años en tres minutos y medio?

Quizá al hacerlo descubriríamos melodías que nos resultasen familiares. Quizá un sistema planetario emite una tonadilla parecida a algún tema de los Beatles, o una galaxia determinada posee muchos puntos en común con una sinfonía de Bach; quizá una nebulosa de miles de años luz sonase extrañamente parecida a un solo de Miles Davis. Imaginar es gratis y en este punto yo estaba disfrutando la posibilidad de un Cosmos armonioso en el que se encontrasen escondidas las grandes melodías, imperecederas, que relatasen no solo la historia del mismo Cosmos, sino su esencia y razón de existir.

De vuelta a la Tierra

Tras intentar hacer el esfuerzo de ver la música desde un punto de vista cósmico, volví de regreso al punto donde comenzó todo: ¿por qué es la música?

Ahora tenía muchas más ideas en la cabeza para tratar de responder a la cuestión principal. Pensé que si algo se cumplía a nivel cósmico, tendría su reflejo a nivel celular; que si la música podía regir el Universo y por lo tanto es una parte fundamental de la naturaleza, ¿no sería que cuando sentimos la música interiorizamos el lenguaje de la propia naturaleza?

Quizá una mente más evolucionada que la nuestra sea capaz de utilizar la música como medio de comunicación en el que es posible transmitir una cantidad ingente de información en unos pocos tonos; quizá la música nos mueve porque es una parte de nosotros mismos, que siempre lo ha sido, que nos transmite unas respuestas cuyas preguntas aún no somos capaces de formular. Quizá la música no la hayamos inventado, sino que la hayamos descubierto y que nos sirva en un futuro para dar respuesta a las grandes cuestiones de la existencia o quizá se quede en una mera curiosidad. Quizá no sea nada de lo anterior.

Todas estas posibilidades que se me pasaron por la cabeza solo consiguieron que me diese cuenta de que esa quintaesencia de la música es algo que jamás podré entender. Y puede que sea mejor que siga así, pues la música la disfruto aunque no la comprenda y sé que, si algún día se resuelve el acertijo, es posible que pierda esa magia que para mí siempre la hizo especial.

Y os agradezco a vosotros, lectores, el dejarme guiaros por este viaje hipotético tan alocado desde la pequeñez de una patata hasta la inmensidad del Cosmos; quizá todas estas ideas os ayuden a imaginar las vuestras, dando pie a nuevas e interesantes preguntas sin respuesta. Mientras tanto seguiremos disfrutando de esos sonidos cuidadosamente ordenados en el tiempo y el espacio.

Nos vemos en los conciertos.