(Aviso: contiene spoilers). Creo que todos los ministéricos (gracioso neologismo, cruce probable entre “ministerial” e “histérico”) es la mejor serie de ciencia-ficción/fantasía que se ha hecho en TVE, o incluso en España, en muchísimos años. Gracias a los fans y a la increíble cantidad de visionados en diferido, una serie con un público objetivo aparentemente minoritario (explíquenle a mi abuela eso de superagentes viajando por el tiempo, a ver qué dice) y un presupuesto bastante caro -medio millón de euros por capítulo- ha conseguido renovar por otra temporada de 8 episodios.

No es, ni mucho menos, una serie perfecta -si es que tal cosa existe- ni puede esperarse un casting o unos efectos especiales a la altura de la HBO. Pero es que tampoco podemos exigir algo así, no existe en nuestro país un sector audiovisual tan potente, al menos todavía. Y no existirá nunca si seguimos tirándonos tierra encima nosotros mismos, por lo que no entiendo las críticas del tipo “es una españolada, y no veo españoladas”. Tenemos algo bueno y hay que apoyarlo porque, si no, ¿quién lo va a hacer? Tampoco entiendo a alguno que teme que una televisión controlada por el Partido Popular -tristemente cierto- vaya a inocular a los espectadores los más rancios valores de la derecha española. ¿Tan difícil es creer que la televisión gubernamental compre una producción independiente o incluso poco afín al gobierno? Porque en este caso es así, como demuestra la admiración de Alberto Garzón, por ejemplo, al que no veo sentado delante de la caja tonta para contemplar glorias imperiales. Y las críticas al poder establecido, aunque veladas y generales (“los recortes”) existen. Me hizo gracia, particularmente, la reacción de un funcionario de 1808 en el primer capítulo, al enterarse de que se quedaría sin la paga extra de Navidad.

Tampoco voy a meterme en aspectos técnicos porque no soy un experto, ni mucho menos, en el tema, aunque me parece un poco soberbio que, en los “cómo se hizo” que emiten después de los capítulos, parezca que todo es genial y maravilloso, cada actor invitado es estupendo y nada se hace mal. Pero sí me gustaría que se resolviesen algunos aspectos que no quedan claros. Para empezar, un ministerio: ¿no debería regirlo un Ministro del Tiempo? ¿Qué hace la enlace de la Presidencia del Gobierno -interpretada por la siempre radiante Mar Saura- despachando con un simple Subsecretario de Operaciones Especiales? Bueno, claro, imagino que División del Tiempo del CNI era un nombre menos comercial. Hay tramas geniales que se tocan y luego quedan miserablemente abandonadas, como la del espía americano sospechosamente protegido por el Gobierno de EEUU, que puede viajar por el tiempo aparentemente sin restricciones ni controles. Eso da pie a miles de enfrentamientos entre escuadrones, gobiernos, agencias... y confío en que retomen algo de esto en la próxima temporada. Luego habría que aclarar las leyes del viaje en el tiempo (eso de que no se puede ir al futuro lo veo increíblemente rígido) y, sobre todo, explicar sus efectos. ¿Por qué las acciones de los “malos” en el pasado no tienen efecto inmediato en el presente de 2015? ¿Qué se entiende por España -porque Atapuerca no lo era, desde luego- y por qué las puertas solo conducen a su territorio (aún no hemos visto ninguna aventura fuera de la Península, y no estaría mal)? Y sobre todo, todo el jaleo de maridos y descendencia de Amelia, necesita una buena explicación. Las leyes y paradojas del viaje en el tiempo existen. No puede ser que salven al hijo de Alonso y no a la dichosa -se me ha hecho cansina su repetición ya- Maite.

Con todo y con eso, espero impaciente a la segunda temporada en 2016, y ojalá se grabe el especial de Navidad que Pablo Olivares, cocreador de la serie junto a su fallecido hermano, quiere hacer. La ficción, además de ser enormemente divertida y bien elaborada, tiene una labor pedagógica y divulgativa espectacular. Es una excelente manera de dar a conocer nuestra historia y grandes artistas (Isabel la Católica, Lope, Buñuel, Dalí, Lorca) a los telespectadores españoles. Confío que no les falte capital, ya que varios países se han interesado en comprar o adaptar el formato, que me apuesto algo a que funcionaría muy bien en Hispanoamérica.