Lo dejaba entrever en mi anterior artículo. En apenas dos décadas las series de televisión han pasado de ser un mero artefacto audiovisual de entretenimiento a apreciados productos de culto. La prueba está en el bautismo y confirmación en la pequeña pantalla de decenas de artistas consagrados en el cine. El distintivo es el sello de autor. La crítica televisiva da el alta a esta etapa con el tridente de HBO formado por The Sopranos (1999), Six feet under (2001) y, esto sí es más dicutible, Sex and the city (1998). En los 90, David Lynch y Mark Frost habían abierto la veda con Twin Peaks. Ídem en cuanto a Aaron Sorkin con The west wing y, si nos pasamos a la serie B, hasta con Joss Whedon y su vindicada Buffy, the vampire slayer. Pues bien, junio de 2015 es territorio de Orange is the New Black (OITNB) y True Detective, dos de las ficciones recientes más aclamadas por la comunidad televisiva.

Cada una con un tono y desde una óptica distintos dibuja un microcosmos singular. La primera lo hace para poner rostro a las penas y alegrías de la población reclusa femenina a través de Piper (Taylor Schilling), una joven de bien a las puertas del matrimonio cuya trayectoria se mancha por un asunto de narcotráfico del pasado que incluye a una ex cabreada. La segunda, en formato de antología, nos introduce en la complejidad de una investigación de asesinato en serie en medio del opresivo ambiente de la Luisiana rural y personajes rotos. La fractura con los dictados del orden en ambos casos está ahí. OITNB se sitúa entre la comedia y el drama, mientras que True Detective se sustenta en el drama policíaco. Ambas beben de relatos literarios. OITNB se basa en las vivencias reales de Piper Kerman y trata con naturalidad temas como el lesbianismo, el racismo, las injusticias del sistema penitenciario estadounidense o el abuso de poder. True Detective tiene en Nic Pizzolatto a su valedor y destila descreimiento en un absorbente ejercicio de estilo que pone a los personajes por encima de la trama.

Detrás están el titán emergente en visionado bajo demanda Netflix, cuyo aterrizaje en España se prevé para octubre, y la topoderosa HBO. Precisamente por venir de donde vienen, posiblemente no son series para todos los públicos, pero, como diría el americano medio remilgado, “God bless them”. OITNB puede parecer una obra menor. No lo es. La serie es una lección visual magistral de humor negro y, ante todo, por fin se pone en primera plana una serie estrictamente femenina sin que eso le pese. Si hablamos de público objetivo, no dialoga exclusivamente con el género femenino, al igual que tampoco en True Detective la impronta masculina relega de su visionado a las mujeres. Ni la moda ni el maquillaje ni los desnudos son la carta de presentación de OITNB. Otra baza decisiva es su precisión para intercalar flashbacks y tiempo presente en una cuidada construcción de personajes. Jenji Kohan, su creadora, se vale de la perfecta vecina de al lado a la que el espectador medio está acostumbrado para, una vez situada fuera de su zona de confort, abrir el relato a un reparto coral que rompe con los estereotipos.

En OITNB los personajes están en constante ebullición. Lo mismo sucede con True Detective, que, más que en el ejercicio de intriga, tiene su núcleo duro en la evolución a lo largo de 17 años de los detectives Rust Cohle (un supremo Mathew McConaughey) y Martin Hart (Woody Harrelson). Ambas gozan también de una sofisticada factura visual, openings que, de existir, irían directos al museo de las cabeceras y una banda sonora en perfecta sincronía con la narración. Además, ambas son crudas y se sustentan en realidades marginales, entregándose a debilidades y conductas morales poco ortodoxas e incluso reprobables. True Detective, sin duda, de forma más densa y antipática. La atmósfera, la fotografía, el tratamiento de la imagen e incluso la modulación de la voz de sus protagonistas exigen del espectador la máxima atención. Y es aquí, en su voluntad de “ser algo más”, donde True Detective alcanza el summum del hiptonismo que genera. La estructura narrativa metarreferencial y los guiños a autores como Lovecraft o Nietzsche pueden leerse de forma análoga y forjan una mitología propia discutida hasta la saciedad en la red.

Estamos ante dos ejemplos de arte sublime, de pura televisión. Veremos si la tercera y la segunda temporada, respectivamente, siguen al mismo nivel. Especialmente preocupa el relevo de personajes en True Detective, con Rachel McAdams, Collin Farrell y Vince Vaugh a la cabeza de una entrega que se centrará en el asesinato de un hombre de negocios de una ciudad californiana, cuyo cadáver es hallado la noche antes de que se firme un acuerdo sobre el sistema de transporte. En OITNB, como anticipo sabemos que Litchfield contará con Stella, una nueva interna interpretada por la modelo australiana Ruby Rose, que caldeará el ambiente. Para saber más habrá que esperar a las fechas de estreno oficiales (12 y 21 de junio). Por ahora, os dejo con dos cortes que reflejan la forma de ser de cada una de estas series. Por un lado, la alocada verborrea de Crazy Eyes, cuando, cuestionada por una ilustración, responde: “No es solo sexo. Es amor. Es sobre dos personas conectando... con otras cuatro personas. Y aliens”. Y por otro, la reflexión metafísica de Rust, cuando asevera: "Creo que la conciencia humana es un trágico paso en falso en la evolución".

PD: el que no puede esperar puede ver en bucle los tráilers oficiales...