Rusia ha sido desde tiempos inmemoriales un referente cultural, que supo recoger la esencia del momento en el país y ofrecerla al mundo con ese toque que le hace especial.

Aunque las vicisitudes internas (caída y desmembramiento de la URSS, las revoluciones en los 90 y la actual crisis) y factores externos como la Segunda Guerra Mundial o la Gran Guerra Patria afectaron sobremanera, la rica vida cultural rusa siguió su ciclo como bien recuerdan los libros de historia sobre el asedio a Leningrado, cuando los teatros no cerraban para levantar la moral de la población frente a los bombardeos, el frío y el hambre.

Otros países versaron su arte hacia otras especialidades como la pintura o la música mientras Rusia daba lo mejor de sí en las artes escénicas. Muestra de ello es el Bolshói, símbolo de su riqueza y perfección. Es el gran teatro nacional el que mejor representa el devenir del país, sometido durante décadas a una gran restauración para devolver el brillo de antaño. Ahora luce imponente para enseñar al mundo que el vetusto arte ruso se renueva, hay futuro sobre el escenario.

Y es que al calor del Bolshói se ha ido gestando y desarrollando una generación de valores que empiezan a eclosionar. Han bebido de la fuente del purismo escénico en ballet, ópera y teatro con el sentido especial que aportan las tablas del Marinski, el gran escenario cuasi europeo de San Petersburgo. Una escuela que sin olvidar su pasado mira al futuro con ese aire descarado que aporta la juventud.

En muchos casos el arte no ha sabido mirar más allá ni entender las corrientes que arrumen como un vendaval para desvanecerse como modas, entre aplausos y malas críticas. Rusia tardó, pero aprendió a conjugar la esencia soviética con el siglo XXI, en manos de jóvenes creadores. Una mezcla única como necesaria.

Muestra de ello son Mijaíl Lavrovsky y su hijo Leonid Lavrovsky-García (sí, el apellido delata) que conjuran en una misma entidad el saber y la pasión: el Laboratorio Lavrovsky. Con esta iniciativa tratan de llevar más allá la versión de los clásicos bajo el prisma actual, un juego atípico de luces y sombras representado a la perfección en su ópera prima ChoreoDrama.

El mítico Teatro Stanislavski fue el marco incomparable para presentar en sociedad las dos piezas del universo Lavrovski. En ChoroVod Leonid dirigía magistralmente un elenco de jóvenes talentos a los que movía sinuosamente por el escenario al ritmo de una danza mortal, una escenografía minimalista y cuidada donde los bailarines centraban las miradas del cautivo espectador.

Su padre Mijaíl, leyenda viva del Bolshói, desdoblaba su rol de coreógrafo para dar vida al sabio profesor de danza en Ricardo III. El epílogo resultó magistral por el buen hacer de los bailarines y la destreza del maestro, quien sorprendió a los presentes con varios movimientos, ejecutados a la perfección para encumbrar esta obra clásica. Sin duda, un cierre de curso para nota de los alumnos y un buen sabor de boca para el público que cerró el espectáculo entusiasmado y de pie.

La unión de la modernidad y osadía dirigida por Leonid con el perfeccionamiento clásico, inspirado por Mijaíl, quedó sellada en las tablas del Stanislavski con el abrazo entre ambos frente a los aplausos. Director y coreógrafo, hijo y padre, sobre el escenario con una visión común, pasado, presente y futuro en un mismo teatro.

Esta era solo la prueba de fe que ambos necesitaban para lanzarse a la aventura de traspasar fronteras con su proyecto. Su primera parada de la siguiente etapa les lleva hacia otro polo del mundo escénico, Nueva York. La ciudad de los rascacielos será el marco de unión entre la Academia de Ballet Ruso y el Teatro Joven Ruso-Estadounidense. Las puertas del Laboratorio Lavrovsky abrirán este verano para las audiciones de aquellos talentos interesados en aprender de la experiencia del Bolshoi y las nuevas artes rusas y comenzar una carrera de éxito.

Una escuela de futuras estrellas que seguirá creciendo ya que en la mente de padre e hijo está llevar su concepto bicéfalo a otros puntos del planeta. España será parada obligatoria y compromiso, no en vano por las venas de Leonid corre sangre íbera y en su cabeza siempre ha estado la idea de aportar su granito de arena al teatro de su “casa materna”. Una tarea difícil: España es cuna de grandes bailarines y asimila bien la ruptura de estereotipos en el arte, pero la cultura no pasa por su mejor momento debido a la crisis económica y el hastío del público, entre otros factores.

Dificultades “pequeñas” que atraen aún más a estos dos genios del arte para seguir su quimera que pronto será una realidad, aseguran. Sumémonos pues a la aventura, apostemos por que el Laboratorio Lavrovsky llegue pronto a los escenarios españoles trayendo consigo el aire fresco que nuestras entumecidas tablas necesitan. Sean cantera de estrellas y colguemos el cartel de “No hay billetes”.