Recientemente tuve la oportunidad de ver la película francesa La vida de Adéle, estrenada en el año 2013, e inspirada -con cambios significativos- en la novela gráfica El azul es un color cálido, de Julie Maroh. Este film, si bien ha sido objeto de aclamación y galardones por visibilizar la diversidad sexo-afectiva, también ha generado grandes críticas y controversias, principalmente por sus largas y gráficas escenas de sexo -las cuales según algunos detractores evocan las fantasías lésbicas desde la mirada masculina y heteronormativa de su director-. No obstante, sea cual sea la postura asumida, la realidad es que se ha convertido en uno de los productos audiovisuales de mayor alcance en los últimos años en lo que se refiere el abordaje de la temática LGBTI.

La vida de Adéle nos confronta con las diversas situaciones a las que día a día se enfrentan los jóvenes a nivel mundial en el proceso de descubrimiento de la sexualidad y como se encuentran sujetos a la presión social para iniciarse sexualmente. Además de ello, nos permite aproximarnos a los sentimientos de duda, cuestionamiento, culpa, represión e incluso auto rechazo que experimentan quienes no se sienten atraídos por el sexo contrario, al considerar que sus gustos y preferencias sexo-afectivas son un error, una equivocación e incluso una enfermedad; en una sociedad que invisibiliza, castiga y sanciona la diversidad, al mismo tiempo que les socializa exclusiva e inequívocamente desde una perspectiva heterosexista y homo-lesbo-fóbica.

Son entonces este tipo de situaciones las que crean las condiciones para que los jóvenes descubran su sexualidad sobre la base del desconocimiento al no contar con el apoyo ni la receptividad en sus hogares y grupos de pares para exponer sus inquietudes e intereses sin ser automáticamente sancionados.

Así mismo, si bien esta película nos involucra en su trama y nos conmueve con la diversidad e intensidad de las emociones experimentadas por la pareja protagonista, lo que más llama la atención es la real y crítica representación de los prejuicios y reacciones –principalmente de los grupos de pares- ante la sola posibilidad de la homosexualidad de la protagonista de 17 años. Los compañeros y amigos de Adéle la interpelan y presionan para confesar si es lesbiana y por qué comparte con una mujer a la cual atribuyen el epíteto de “mujer macho”; ante la respuesta negativa de Adéle -quien aún no conoce su propia respuesta a lo que siente- es insultada y rechazada por sus compañeros.

No obstante, este hecho más que una escena de ficción es una representación de la cotidianidad, pone de manifiesto el carácter social de la sexualidad, donde muchos aún se arrogan el pretendido derecho de interrogar y exigir respuestas sobre las preferencias sexo-afectivas de los otros; asumiendo una postura castrante, retadora y ofensiva ante quienes no respondan a sus expectativas heteronormadas, lo cual ha favorecido la naturalización de formas de discriminación, así como, la comisión de crímenes de odio contra la población LGBTI.