Elegidos para la Gloria

Era un lunes de tiempo un tanto irregular cuando saltaba la noticia de la muerte de David Bowie. Habían pasado tan sólo unos pocos meses desde el adiós de B.B. King y apenas unas semanas de la partida de Lemmy Kilmister. Tres grandes figuras que nos han dejado en un corto periodo de tiempo, engrosando la lista de emblemáticos artistas que nos han ido dejando en este nuevo siglo y que inauguraron Chet Atkins y George Harrison.

Cierto es que en un primer momento la sensación que te sobreviene es la pena. Pena por haber perdido a tan grandes artistas, tan irrepetibles. Pena al saber que Lucille no volverá a ser acariciada por su legítimo dueño, o que la guitarra Conde de Paco de Lucía, ésa a la que él tanto amaba y odiaba, no volverá a estremecerse bajo sus dedos y el calor de los focos. Pena ante la certeza de que ya no habrá más aforos llenos para ver actuar a James Brown, John Lee Hooker, Ronnie James Dio, Ray Charles, Joe Cocker o Pavarotti. Que los teclados de Ray Manzarek (The Doors) o Richard Wright (Pink Floyd) no volverán a sentir su creatividad incesante. Pena al pensar en aquellos músicos que ya no podrán volver a ensayar con quienes fueron durante tantos años sus compañeros de tablas. Bandas como The Eagles (Glenn Frey), Beastie Boys (Adam Yauch) o Bee Gees (Maurice y Robin Gibb) que han quedado huérfanas para siempre.

Sin embargo, tras esa pena la sensación que me surge es la alegría. Alegría por ellos, porque no cesaron en su empeño de practicar su arte y pudieron ser capaces de hacerlo hasta el final o hasta que su cuerpo se lo permitió. Nos demostraron a todos que su pasión fue siempre real, que su dedicación fue sincera, y que no desaprovecharon la oportunidad que la vida les dio de poder dedicarse a su arte enteramente; que fueron merecedores de ella.

Músicos rotos

Esa dedicación es el mejor honor que se les puede hacer a todos aquellos músicos cuya pasión era comparable, pero a quienes la suerte no les acompañó en sus vidas. Como el caso de una pianista con quien brevemente coincidí y a quien un infarto le había arrebatado la capacidad de hablar y tocar, siendo esto último lo que verdaderamente echaba de menos. Me lo transmitió con la mano con la que aún conservaba algo de movilidad, acarició las teclas para seguidamente señalarse la lágrima que caía de uno de sus ojos. Como el acordeonista del metro a quien los malos tiempos le han hecho olvidar la última vez que disfrutó tocando. O como aquel músico que tiene que combinar un trabajo a media jornada de camarero con los conciertos de la orquesta sinfónica.

Se dice que en el mundo de la música se necesita talento y suerte. Es por ello que quienes no disfrutaron de ambas cosas pero que amaron tanto o más la música como esas grandes figuras antes nombradas, mirarían su partida con alegría, porque llegaron hasta el final como quien dice, con las botas puestas. Porque su creatividad y sus ganas no cesaron en ningún momento. Alegría por haber podido disfrutar de estos artistas, por el hecho de que su talento fuese recompensado en vida y pudiesen regalarnos esa creatividad a lo largo de tantos años.

Talento latente

Si el destino hubiese querido que Bowie acabase siendo vendedor de zapatos, o que B.B. King hubiese sido agente de seguros teniendo ambos que renunciar a lo que más amaban, entonces sí que sería como para sentir pena. Que Paco de Lucía hubiese tenido que dejar a un lado la guitarra para ganarse la vida como pescadero habría sido para echarse a llorar directamente.

Como decía al principio, estamos en un momento en el que las grandes figuras nos están dejando. Es ley de vida y el tiempo no perdona a nadie. Aún así más bien parece el fin de una era, de esa época dorada cuando lo que ocurría en las salas de conciertos importaba más que lo que aparecía en televisión. En la que los medios de todo el mundo prestaban atención a lo que decían cuatro músicos de Liverpool. Quienes vivieron y conformaron esa época están diciéndonos adiós y al mismo tiempo enviándonos un mensaje: ¿Qué hubiese sido de ellos si hubiesen nacido 40 años más tarde? Quizá Paco de Lucía se habría quedado siendo Francisco Sánchez Gómez, B.B. King seguiría siendo Riley y a Bowie le conocerían como Jones.

Todos ellos forman parte de una era que está deseosa de pasar el testigo, pero parece que no queramos cogerlo y dejarles descansar. Sólo espero que no sea necesario que todos estos artistas que aún nos quedan nos tengan que dejar para que los grandes medios empiecen a fijarse de nuevo en qué es lo que ocurre en las salas de conciertos.

Y es que ya es hora de darle nuestro más cariñoso adiós a aquellos artistas que se fueron; que recordemos y celebremos su vida y lo que ha aportado a las nuestras. Pero también es momento de que valoremos a aquellos que aún siguen al pie del cañón, y que sus grandes éxitos no nos desvíen la mirada de sus últimos trabajos. Que la pena por perder a un gran talento no nos impida ver a los nuevos que ya están aquí o que están por llegar. En definitiva, que mantengamos viva la música. Se lo debemos. A todos ellos.