And how am I to face the odds
Of man’s bedevilment and God’s?
I, a stranger and afraid
In a world I never made.

(A. E. Housman, The laws of God, the laws of man)

¿Es posible entender la historia reciente de un país a través de sus personajes secundarios? Esos marginales (los olvidados de los que hablaba Buñuel en una de sus mejores películas) que configuran el mapa genético y el rostro de una región que se desangra entre la corrupción, la violencia y la ira. La temporada en la que Soto escribió el guión de La granja hubo una ola de violencia que alcanzó niveles históricos en la isla de Puerto Rico. Fueron más de 1.500 asesinatos relacionados con la droga. Y eso se refleja como telón de fondo a lo largo de toda la cinta.

La granja es una película sorprendente, dolorosa, violenta, pero también profundamente humana, e inquietante. Esta ópera prima dirigida por Ángel Manuel Soto y producida por Tom Davia, mete el dedo en la herida fundacional de Puerto Rico (y de Latinoamérica) a partir de tres historias que se entrecruzan a la manera de las primeras películas de los mexicanos Alejandro Gonzalez Iñárritu y Guillermo Arriaga.

«La estructura fragmentaria de las películas de Iñárritu es un reflejo de la condición humana», me dice Ángel en una entrevista que le hago minutos antes de embarcarse en un viaje a Ámsterdam. «También quise rendirle homenaje a los guiones de ese maestro que es Guillermo Arriaga, a quien en algún momento conocí y cuyos comentarios me reafirmaron y me dieron seguridad para seguir adelante con el proyecto».

En esta película, el director hace un ejercicio narrativo inverso al de George Orwell en su novela Animal farm, donde el escritor humaniza a los animales de una granja para exponer las falacias del comunismo. En la granja de Soto, por el contrario, los animales heridos son hombres y mujeres despojados de su propia humanidad para sobrevivir.

Ingrid es una doctora solitaria que atiende a embarazadas adictas a la heroína que llegan al hospital en un estado casi terminal. Paradójicamente ella no puede tener hijos y no soporta la idea de que el futuro de esos recién nacidos que han sobrevivido esté relacionado con mujeres por las que ella siente en el fondo un profundo desprecio: Las mujeres como tú no deberían ser madres, le dice Ingrid llena de odio con un bebé en los brazos, a una adicta atada a su cama de hospital en una de las escenas más estremecedoras del filme.

Santito es un niño boxeador que sueña con ser campeón del mundo bajo la dirección de su sparring Fausto. Sin embargo, es su propio protector quien lo expone al mundo de las apuestas clandestinas donde Santito debe pelear con otros niños para sacarlo de sus deudas. El círculo de explotación y violencia que rodea a este personaje, es el mismo que envuelve a miles de niños en todo Latinoamérica.

La historia de Lucho, otro niño que explotado, es quizás la más dura y al mismo tiempo el relato más tierno de la película. El muchacho espía siempre desde lugares discretos, primero a su hermana Sara y a su novio mientras tienen sexo y se inyectan heroína en una habitación. También mira desde un muro a los drogadictos y traficantes hacer toda clase de tratos antes de ser perseguidos por la policía. Nadie sospecha de la inocencia de este niño que es víctima de los traficantes de drogas y que esconde un secreto.

Un caballo flaco, desgarbado y herido que está atado a un árbol, con el que los personajes se cruzan durante varios momentos de la película es uno de los elementos más intrigantes de La granja. El caballo amarrado a un palo dejado a su suerte es una práctica criminal en Puerto Rico. Esto ocurre cuando el animal se vuelve “inservible” por estar muy viejo o haberse lastimado y ser incapaz de trabajar. Lo llevan a un terreno baldío y lo dejan morir. «El caballo dejado a su suerte y atado a un palo representa el trato que le han dado los Estados Unidos a Puerto Rico desde que se apropia del territorio puertorriqueño. El caballo de mi película es Puerto Rico».

Sobre la producción del filme

Tom Davia, productor ejecutivo de diferentes proyectos que se desarrollan en diferentes regiones de Latinoamérica nos cuenta: «Conocí a Ángel en el 2011 durante el Festival de Cine de Miami y quedé muy impresionado por uno de sus primeros cortometrajes, que profundizaba en un tema difícil con tan sorprendente claridad que finalmente se adoptó como un anuncio de servicio público que destacaba el abuso doméstico en Puerto Rico.

El corto se llamaba En la privacidad de mi hogar. Ángel y yo nos mantuvimos en contacto a través de los años y seguí con atención sus nuevos proyectos. Nos hicimos buenos amigos y pidió mi consejo unas cuantas veces a lo largo de los años. Nuestra colaboración siguió un curso natural y terminé siendo productor de La granja».