Estamos en Quequén, provincia de Buenos Aires, uno de los puertos más grandes y ricos de la Argentina donde paradójicamente vive gente muy pobre. Ese contraste fue el punto de partida que inspiró al cineasta argentino Tomás de Leone para empezar a dibujar las atmósferas de su película El aprendiz.

Tres hombres esperan nerviosos en el interior de un coche mientras se acerca un cuarto, Parodi, el psicótico líder del grupo y su único puente entre ellos y un mafioso local, «el Chaqueño», para quien trabajan todos. Cuando Parodi entra al coche maldice contra el Chaqueño y les confiesa a sus colegas que les ha pagado menos de la mitad de lo prometido por un robo que cometieron juntos. Un silencio terrible, incómodo, los invade a todos. Miran a Parodi con escepticismo. Esto ha pasado antes, siempre pasa. Pero nadie puede cuestionar (ni siquiera acercarse) al Chaqueño, ese personaje al que nunca llegamos a ver pero que durante toda la película nos transmite miedo y angustia, a través de Parodi.

Pablo Dalesio (Nahuel Viale) es un aprendiz de chef que trabaja de día y roba en el grupo de Parodi de noche para ayudar a su madre alcohólica. Siempre observando a la distancia y aprendiendo a cocinar y a robar: «Me pagan poco, pero me dejan ver» es el leitmotiv de Dalesio.

«Elegí a Nahuel porque tiene una fuerza impresionante en la mirada», me dice Tomás, «era un personaje que debía sostenerse en la mirada porque no tenía muchos diálogos. Y en ese sentido, Nahuel estuvo muy sólido».

Es interesante que el guión tenga pocas escenas pero que haya acción en esas escenas. Tomás quiso dedicarle especial cuidado al trabajo con los actores. Tener pocas escenas favoreció para que el recurso funcionara.

Como en las películas de los hermanos Dardenne (sobre todo La promesa y *Rossetta) o de Pablo Trapero (Nacido y criado), El aprendiz está llena de silencios y de atmósferas que son un reflejo que nos ayuda a entender mejor a los personajes. «Me interesa esa tensión que hay en las películas de Trapero entre cine de género y cine social», dice Tomás.

La película está llena de paradojas: Pablo es padre de su madre, la rescata una y otra vez del abismo al que la lleva el alcohol. Aunque roba, nunca dejamos de estar del lado del personaje porque no tiene la mente criminal de Parodi, por el contrario, se deja llevar por escenarios que terminan por superarlo.

No siempre tenemos la suerte de dar con una ópera prima sobria, con un guión sin ninguna otra pretensión que la de contarnos una historia. Quizás por esta razón la película ha calado más en el imaginario de los «no cinéfilos».

Llegué a El aprendiz, notable ópera prima ganadora de los premios a la mejor película y mejor actor (Nahuel Viale) en el 31 Festival Internacional de Cine Mar del Plata, gracias a Tom Davia, uno de sus productores, a quien le debo haber conocido a varios talentosos realizadores latinoamericanos como el puertorriqueño Ángel Manuel Soto (cuya estupenda película La granja también produjo Davia) o al guatemalteco Kenneth Müller, que acaba de estrenar Septiembre, un llanto en silencio.

Siempre sigo con interés las recomendaciones de películas y realizadores que me da Tom Davia. Pocos conocen como él los circuitos de festivales más importantes del mundo con un especial enfoque en cine latinoamericano.

Se agradecen las historias como El aprendiz, que aunque es dura y no deja de golpearnos, nos recuerda que solo hace falta ejercitar un poco la mirada para ver que el mundo está lleno de historias mínimas que merecen ser contadas