«En lo único que hemos sido consistentemente buenos, como seres humanos, ha sido en la Guerra»,

escuché en algún lugar que no recuerdo. Nunca leí una palabra cuyo significado fuera tan relativo como lo es citar «bueno» y que más adelante se lea «guerra». Y reconozco que esta singular frase encierra una verdad atroz.

La guerra como técnica de control entre poblaciones humanas es tan antigua como caminar descalzo. Ya sea para conquistar espacios, obtener productos o alimentos, instalar poder, existe desde hace siglos. Dominar, conquistar. Lo de siempre. Sin embargo, en aquellos tiempos no existían mecanismos alienantes en segmentos tan nobles y sensibles como son los niños.

Meses atrás, mi niña llegó a casa con una preocupación que compartir.

– «¿Peppa es diabólica, mami?», preguntó.

– «Para nada», le respondí.

Conversamos sobre muchas cosas en relación a la popular caricatura animada, que más fabulosa no puede ser. Imagine usted un lugar donde todos son animales... ¡y viven en armonía! Yo siempre he disfrutado los muñequitos en televisión junto a mi niña, me gusta ver lo que ve, comentar, reforzar alguna idea y hacer crítica constructiva sobre otras. Con Peppa, ya prestando más atención desde el análisis que desde el disfrute, me percaté de importantes detalles, ninguno alusivo al concepto de guerra, que igual es tema para otro artículo. Sin embargo, la misma inquietud me llevó a observar con igual ánimo otras series animadas.

En mis años de infancia, las caricaturas eran lo que tenían que ser, ¡fantásticas! Crecí viendo Los Pitufos, La Ranita Demetan, Candy Candy, y El Chavo del 8, este último era una serie con actores reales muy popular en toda América Latina y actualmente se presenta como caricatura animada. Más adelante sí que hubo algo de acción con los Thundercats, ahí empecé a ver luchas, vi el bien y el mal, acompañado siempre de una lección positiva explicada en forma explícita por los personajes.

Con Candy Candy era un sufrimiento eterno, demasiada orfandad, envidia y sacrificios en solo treinta minutos; con la serie del Chavo del 8 yo era muy pequeña para identificar como violencia de género lo que Doña Florinda hacía con Don Ramón cachetada tras cachetada, entender sobre el amor no correspondido de Doña Cleotilde, la Bruja del 71 o la extrema pobreza del Chavo; la pobre Ranita Demetan se pasaba todo el capítulo salvando la vida de todos los peligros de su entorno. Yo me enamoré de Leon O, de los Thundercats, serie creada por dos estadounidenses. Y ahí empieza casi todo, sin que me antoje casualidad.

Cuando empecé a prestar atención a otras caricaturas animadas, difundidas en distintos canales, observé el mismo patrón: competitividad, lucha, guerra, conquista, héroe, enemigo, matar, destruir, salvar, paz, odio, traición. Algunos de estos conceptos puede que estuvieran presentes en las series que veía de pequeña, pero en forma implícita. Esto, menos el bombardeo mediático que hoy sí existe, hacía una gran diferencia. La guerra entre Irán e Irak, durante gran parte de la década de los 80, por ejemplo, la recuerdo muy lejana, y más que todo porque mi padre, harto creativo con los nombres, llamó a mi hermana menor Lena Irannia, a propósito de Irán. En las ofertas infantiles actuales todo es muy distinto.

En Pac-Man, por citar el ejemplo más explícito que puedo recordar, hay un personaje antagónico que mantiene una cruenta y malvada lucha por dominar Pac Mundo. Sus expresiones faciales, si se quiere, son horrendas. Solo hablan de dominar, matar, aniquilar, conquistar; una vez le escuché decir: hay que infligir el mayor daño posible. Además del lenguaje explícito, incluye la parafernalia correspondiente aumentando el impacto de las escenas: estridencia, oscuridad, ojos que brillan de ira en color rojo, gritos, órdenes y sentencias amenazantes. Todos servidos para la pequeña e inocente teleaudiencia. Solo piense por un rato en los niños que tienen como nana a la famosa caja tonta, solo para que se estén quietos. Con lo anterior, ponemos a disposición del sentido de la vista y del oído toda suerte de símbolos que son captados por el cerebro y que arbitrariamente se fijarán en la psique del menor, formando constructos mentales de los que se podrá enterar ya muy tarde, si acaso.

En otros muñequitos, los niños representados en caricaturas son un verdadero tedio. Palabras como 'maldito' son nada. Obtienen lo que desean con solo pedirlo, se valen de cualquier cosa para obtener lo que quieren, mentir, engañar, lo que sea. Cuando en el final todos obtienen lo que merecen, y esto suele durar si acaso 90 segundos, ya hemos tenido media hora de maldiciones, gritos, impertinencia, altanería, grosería, irrespeto y majadería. Y ahí están los nenes, riendo.

Claro, contamos con Jorge el Curioso, Caillou, Mawa y el Oso, los BackYardigans, sus curiosas aventuras, cantos y bailes y, por supuesto, con Peppa La Cerdita, más muchos otros que son geniales. Pero resulta que algunos ya no son transmitidos y otros lo hacen en horarios en que nuestros pequeños no están en la casa.

Si los adultos no modelamos adecuadamente a nuestros hijos y ponemos el empeño necesario para decidir qué les nutre y qué no, piense en qué generación estamos creando y qué mundo les espera, como si el actual no tuviera suficiente hostilidad.