Nací en Buenos Aires, hace casi 50 años, y crecí como la mayoría de los porteños al son de un tango, quizá por eso o por mis padres y mi familia, el tango fue y es muy presente en mi vida. Como dijo el bandoneonista Rubén Juárez: el Tango es la música de fondo de Buenos Aires, y es verdad.

Mis padres nacieron en los años 30 y comenzaron a bailar tango en los 40, época de oro del tango en Buenos Aires. No solo bailaron, sino que vivieron el tango como una cultura porteña en esa época. Y yo desde chico viví la pasión del tango a través de ellos.

Uno de los primeros recuerdos de mi vida es el de mis padres solían acunarme cantando tangos. Remembranzas era uno de ellos, un muy conocido tango interpretado entre otros por Pugliese con Maciel. O me cantaron valses como Una muñeca. Así cerraba mis ojos para dormir -escuchando tangos- y despertaba viendo a mi madre con el mate en la mano y la radio sonando, obviamente tangos.

Mi madre me enseñó los primeros pasos de tango en nuestras fiestas familiares, ella empezó a bailar muy joven, cuando tenía 13 o 14 años y en contra de la voluntad de mi abuelo. Decía que el tango no era bueno para chicas como ella. Ella todavía sigue bailando, pasados ya más de 70 años, ya que mi madre tiene 85 años y cada vez que voy a Buenos Aires, nos vamos juntos a milonguear y nos bailamos algunas tandas, como esta que se ve en aquí.

Mis juguetes de niño más recordados fueron los instrumentos de la orquesta de mi abuelo, cuando visitábamos a mi familia en la casa donde mis antepasados nacieron, con mis primos solíamos jugar toda la tarde con esos antiguos instrumentos que formaron parte de la Orquesta Típica América. Creada por cuatro de los siete hermanos Monti, uno de esos 4 hermanos músicos era mi abuelo Pedro, había también otros miembros de la Orquesta.

Ellos tocaban música en los años 40 y todavía tenemos en la familia algunos de los afiches originales de las milongas de la época. Cuando era chico, mis padres me llevaron a las milongas del club de mi barrio. Mi barrio, mi arrabal, era muy humilde, de casas bajas, unifamiliares, muy poco uniformes ya que cada inmigrante le daba su estilo personal, italianos, españoles, griegos, así que era de lo más variado y allí, en una esquina, estaba el club de mi barrio, llamado Club Podestá, a 100 metros de mi casa, en una esquina, rodeado por un muro de 2 metros de alto, un portón de hierro en la ochava y al entrar solo encontrabas una cancha de básquet con piso de baldosas, sin techo, y con cuatro torres de iluminación muy humildes, entre las que colgaba una guirnalda de lámparas que se encendían los días de fiesta.

Al final de la cancha de básquet, un escenario techado y un baño eran todas las instalaciones de mi club. En ese escenario jugaba de chico a ser actor o cantante. Recientemente en una charla en el balcón de mi casa, mate de por medio, y mientras giraba un vinilo original de D'Agostino y Vargas en mi casa, mi madre me dijo:

«¿Sabes qué? Cuando conocí a tu papa, Ángel Vargas estaba cantando en el Club Podestá*».

En ese escenario donde yo jugaba, allí mismo, canto una leyenda del tango, como tantos otros famosos, en ese humilde club de barrio, se desarrollaba la cultura del tango en esos tiempos, en el arrabal, sin lujos pero con toda la pasión.

Una noche de fiesta en el club corríamos como niños en la cancha de básquet, y también salíamos a la calle cuando, de repente, nos encontramos con muchos hombres vestidos de negro, con instrumentos en sus manos, dispuestos a entrar, así que como niños entramos corriendo con esos músicos y al final de ese grupo, un señor encorvado y muy energético, quien, al ser reconocido por la gente del club, hubo un gran aplauso y gritos de la gente. A nosotros nos sorprendió esa reacción así que nos sentamos a mirar a este personaje tan atractivo dirigiendo su orquesta con nuestras manos sosteniendo nuestras cabezas, casi obnubilados por esa persona que era nada más ni nada menos que Don Juan D'Arienzo.

Era muy común ver a los músicos de tango y cantantes tocando en vivo en algún lugar de la ciudad ya que en ese tiempo, casi ningún músico salía a hacer conciertos a otras ciudades, ni tampoco a otros países, el tango sucedía en Buenos Aires. Recuerdo una noche ver a Don Osvaldo Pugliese y Alberto Morán cantando en la calle, en un escenario al aire libre y también recuerdo los gritos de los vecinos gritando Al Colón (mensaje para Don Osvaldo) y Grande Negro (así lo llamaban cariñosamente a Moran).

La influencia tanguera fue muy fuerte en mi familia, y ya desde los comienzos, ya que el cantante de la boda de mis padres fue mi tío Argentino Ledesma, Mi padre y Argentino tenían una relación muy cercana, y obviamente no faltaron las oportunidades para verlo cantar en vivo, junto con la orquesta de Varela, interpretando tantos éxitos como ha tenido.

En mi adolescencia, los domingos eran asados en la casa de mi novia de ese momento, y un comensal habitual, era el gordo Virulazo con Elvira, una de las parejas de baile mas reconocidas de Buenos Aires. Ellos eran muy amigos del papa de mi novia, El Tata, y cuando lo pienso, me gustaría volver el tiempo atrás y decirle, Virulazo, por favor contame más, enseñame más, decime más, pero, era para nosotros tan normal compartir un almuerzo con estos personajes, que uno no se daba cuenta que estaba frente a unos monstruos del tango, que me doy cuenta ahora que el tiempo ha pasado.

Buenos Aires: ¡más me das y más te debo!, dijo también Rubén Juárez, y así también lo siento yo cuando recuerdo esos momentos de mi vida en Buenos Aires, Caminar por la calle Florida, encontrarme con esos personajes tan tangueros de Buenos Aires, hablando en lunfardo y al revés, me genera un sentimiento de alegría y de pertenencia de esa cultura tan especial, tan particular, mezcla de nostalgia de inmigrante, fuerza de coraje del que está solo, versatilidad del que tiene que sobrevivir a mil problemas, enamoradizo porque las mujeres escaseaban, románticos y a la vez dramáticos. Así somos, así me reconozco ahora con más años y viviendo en otra cultura como es en Alemania, y así soy, un poco de todo eso.