Es Navidad y todo el mundo sabe lo que eso significa: la invasión de Papá Noel en nuestras pantallas.

Si, como yo, sois niños de los 90, es posible que recordéis con cariño un clásico de estas fechas: Solo en casa (Home Alone, 1990). Para los cuatro de la audiencia que no sepan de qué estoy hablando, Solo en casa va de un chico de 8 años que, por descuido de sus padres, se queda solo en casa durante las Navidades y tiene que defenderla de unos ladrones. Es la película que popularizó el tópico del niño competente rodeado de adultos estúpidos. Más de veinte años después, el cine infantil sigue apoyándose firmemente sobre esta base y, como consecuencia de ello, en la mayoría de los casos, todos los personajes de estos filmes resultan irreales e inaguantables.

Otro gran cliché de las cintas navideñas es la eterna guerra de los «no creyentes» vs. los «creyentes». Los no creyentes se pueden dividir en dos categorías: protagonistas y antagonistas. Los protagonistas que no creen (hablamos siempre de Papá Noel) suelen ser personas endurecidas por las desgracias de la vida, que han tenido que dejar atrás sueños que ellos consideran infantiles para hacer frente a un mundo que se les antoja cruel y malvado. Si son antagonistas son simple y llanamente malos y, por lo tanto, no tienen ningún tipo de fe en nada y no tienen cualidades redimibles, así que da igual.

Al final de la película los protagonistas no creyentes se convierten, después de haber pasado un ratito con Papá Noel, un elfo distraído o rodeados por tal cantidad de magia que ya resulta imposible no creer. En ningún momento se explica cómo una persona no creyente puede existir en un mundo en el que Papá Noel es el responsable de llevar regalos a tu casa. Regalos que no has comprado y que aparecen mágicamente debajo del árbol. Pero me estoy desviando del tema.

El último gran topicazo de las películas navideñas, aquel que sustenta el mensaje deliciosamente consumista de este tipo de películas, es que «el espíritu navideño» está en peligro de desaparecer. El espíritu navideño es algo que, sinceramente, no sé describir. No sé qué es el espíritu navideño, ni por qué tiene el poder que tiene. Generalmente, aquellas películas que intentan explicarlo, lo describen como «esperanza», o el «amor entre las personas». Una de las películas que recuerdo con más cariño lo describe como «un símbolo de la habilidad humana de suprimir el odio y las tendencias egoístas que gobiernan la mayor parte de nuestras vidas» (Miracle on 34th Street, 1994). Sea lo que sea, es algo que, en caso de que Papá Noel no sea capaz de llevar regalos a todos y cada uno de los niños del mundo, está en peligro de desaparecer.

La de los 90 era una época diferente, en la que, evidentemente, la paranoia y el miedo a los desconocidos no estaba tan arraigado como hoy en día. Uno puede discernir exactamente la época de cada uno de los filmes navideños por la cantidad de contacto con desconocidos que tienen los niños protagonistas.

Lo cual nos lleva a mi descubrimiento de 2018.

Como todos sabéis consumo con gran asiduidad contenido dirigido a un público infantil. Magia, fantasía y todas esas cosas posibles en la pantalla me apasionan. Pero, a mis años, me encuentro poniendo los ojos en blanco ante ciertos aspectos de las fantasías que se supone deben entretener a los más pequeños. Papá Noel lo sabe y ha decidido regalarme, a través a su elfo mágico Netflix, Crónicas de Navidad (The Christmas Chronicles, 2018). Una película hecha para adultos de los 90 que, como yo, nos negamos a crecer del todo.

El argumento

Se trata, como tantas otras, de una película en la que dos hermanos deben ayudar a Papá Noel a salvar la navidad. Al más puro estilo Disney, los niños son huérfanos (de padre en este caso) y se llevan mal. El hermano mayor (Teddy) es un no creyente adolescente. Su hermana pequeña (Kate) es una creyente en toda regla, con aspiraciones de cineasta. Los dos hermanos intentan capturar a Santa Claus en cámara y, en su lugar se encuentran viviendo unas locas aventuras que les llevan por medio Estados Unidos intentando recuperar renos, sacos de regalos y gorros mágicos en compañía de una versión revisada y molona del afable juguetero polar.

Así es como comienza una revisión de una historia trillada que me dejó boquiabierta y placenteramente sorprendida.

Como diría Jack el Destripador: vamos por partes

He aquí un par de afirmaciones que nadie podrá negarme:

  • Vivimos en un mundo dominado por la tecnología en la que todo el mundo puede averiguarlo todo de cualquiera con bastante facilidad.

  • Vivimos en un mundo desconfiado, en el que nos preocupa la seguridad (especialmente la de los niños, aunque no sean nuestros).

  • Vivimos en un mundo en el que la magia no existe. Si no lo vemos con nuestros propios ojos no existe o es un truco. Cuando nos enfrentamos a lo imposible, nuestra mente hará acrobacias para encontrar una explicación lógica.

He aquí algunas de las habilidades de este Papá Noel:

  • Recordar todos y cada uno de los regalos de Navidad que ha entregado, cuándo y a quién.

  • Saber el nombre de todos los niños a los que ha regalado algo (es decir el nombre de todo el mundo, sin importar lo mayores que sean).

  • Sacar regalos / réplicas de todos los regalos que ha hecho, de sus bolsillos.

(Otras habilidades menores incluyen la de volar o moverse muy rápido, o la de llevar un portal al Polo Norte en su saco.)

A estas alturas, la mayoría de vosotros ya habréis imaginado que poner a una persona con las habilidades de Santa en un mundo como el nuestro puede encontrarse con un montón de problemas. Especialmente si añadimos el hecho de que va acompañado con dos niños.

Realismo, pero... en plan bien

Normalmente cuando los cineastas quieren recrear la realidad lo hacen inundando las pantallas de tonos grises, lúgubres. Representando a todo el mundo desesperadamente deprimido; ni un mísero rayo de esperanza que se abra camino entre las nubes de duro hiperrealismo, salteado con algo de humor negro (por eso de reírse por no llorar).

Las locas aventuras de Crónicas de Navidad comienzan cuando el trineo de Santa se estrella y nuestros protagonistas deben recuperar los renos mágicos.

Intentando conseguir la ayuda de los comensales de un restaurante cercano al lugar del accidente, empezamos a ver las reacciones negativas que tiene su presencia. Los comensales se muestran escépticos, lo consideran en el mejor de los casos un ilusionista y un perturbado en el peor de ellos. El hecho de que, en deferencia a una pareja (creo recordar) paquistaní, se dirija a ellos en su idioma, en lugar de en inglés es considerado como condescendiente y sus ofrendas de juguetes son recibidas con escepticismo y hostilidad.

Teddy, detectando la hostilidad, y como curtido no creyente, se apresura en inventar una excusa para el extraño comportamiento.

Los comensales llaman a la policía, que, por primera vez en una de estas películas no está representada como una panda de bufones incompetentes. La policía, representada por el agente Povenda ni se deja convencer de la magia de este personaje, ni decide «dejarle marchar, es Navidad». No, le trata como un sospechoso de secuestro, preocupándose por la seguridad de los niños, desconfiando de los mágicos conocimientos y, en definitiva, comportándose como un policía competente se comportaría en una situación como esta.

Llegamos entonces a una escena de hilaridad y absurdismo máximo. En un calabozo bastante lleno de prostitutas, ladrones y diferentes tipos de criminales menores, Papá Noel decide «levantar los ánimos» convirtiéndolos en un improvisado grupo musical en el que tocan una versión con bastante doublé entendre de Santa Claus is comin’ to town.

Mientras Papá Noel está de juerga en la cárcel, Kate se mete en el saco mágico y su hermano se queda guardándolo. Durante un total de 15 segundos, antes de ser secuestrado por un grupo de criminales que amenazan con matarlo cuando, al abrir el saco, todos los regalos que encuentran están llenos de carbón.

Los hermanos

Las reacciones realistas de la gente frente a Papá Noel me gustaron, pero es la relación entre los dos hermanos la que realmente consiguió hacer destacar el filme. En la mayoría de películas de este estilo, los hermanos se llevan a matar y casi no interactúan hasta llegado el clímax, momento en el que descubren, gracias al poder de la hermandad, lo mucho que siempre se han querido y luego son los mejores amigos.

En Crónicas de Navidad, no importa que se peleen, que Teddy no quiera pasar tiempo con su hermana, que se chinchen o chantajeen. Desde el minuto uno estos dos niños son hermanos, que, aunque discutan, tienen sus límites.

Esto se hace evidente cuando, nada más empezar, Teddy está a punto de destruir las «creencias infantiles de su hermana» con el típico Papá Noel no existe. Pero no puede. No porque él crea que existe, sino porque ve lo importante que esta creencia es para su hermana y no quiere hacerle daño.

Al principio de la película, cuando su madre le obliga a quedarse con su hermana en vez de irse por ahí con sus amigos, en vez de encerrarse en su cuarto, la ayuda a montar una trampa para capturar a Santa en cámara. Cuando Kate se sube a un trineo flotante, él está honestamente aterrorizado por su seguridad y la sigue, por más razón que es lo que haría cualquier hermano mayor.

La relación entre Kate y Teddy es, sin lugar a dudas, lo mejor de la película y algo que muchos otros filmes de estas características intentan recrear y fracasan monumentalmente. Como hermana que soy, me encanta ver algo así en cualquier tipo de pantalla, pero, especialmente, en el cine familiar. No es fácil de recrear un vínculo tan importante y tan poderoso como el de un hermano y me descubro ante los escritores que se han tomado la molestia de recrear fehacientemente una de las relaciones más importantes de mi vida, y la vida de cualquier hermano del mundo.

Para ir concluyendo ya

Cuando me puse a ver Crónicas de Navidad, esperaba encontrarme otro más de los millones de filmes medianamente mediocres hechos para televisión. En su lugar me encontré con una película que, si bien no se deja ni un solo cliché, es divertida, realista sin ser cruel y sombría como suele ser el caso últimamente, mágica y, en definitiva, bastante recomendable.

¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!