Las grandes obras teatrales que jalonan el Festival de Aviñón adquieren una proyección internacional que productores y artistas celebran cada año mediante jugosos contratos. Es la parte más visible de este espectáculo que tiene, en la ciudad francesa, uno de los referentes más importantes en el entorno europeo. Gentes de todo el orbe llegan para participar, o admirar, el trabajo de compañías cuya labor artística viene precedida por el halo de la fama o el éxito. Sin embargo, junto a esta corriente principal que atrae poderosamente el flujo mediático, discurre otra, que no por secundaria resulta menos importante. Hablamos, claro está, de ese otro certamen que André Benedetto fundara en 1967 al representar Napalm, obra incómoda que reflejaba, en toda su crudeza, la barbarie desplegada por el gobierno de los EE.UU. en Vietnam. Desde entonces, y en constante crecimiento, el Festival Off ofrece a todos aquellos que se muestren interesados en otra cosa que no sean los fastos del teatro oficial, o In, la oportunidad de ver obras de formato menor o medio en teatros pequeños, diseminados a lo largo de toda la ciudad —o en los alrededores— y que constituyen el abrigo o refugio de un sinfín de compañías minúsculas, de intermitentes del espectáculo, de actores y actrices que, a costa de su peculio la mayor parte de las veces, componen auténticas joyas en ciertos casos; maravillas que suscitan el interés tanto del público como de productores.

Gracias a este escaparate en el que se muestran más de 1.500 obras, el simple espectador, el crítico eminente o el productor avispado encontrará, para su solaz y deleite, piezas de un valor notable.

Ahora que el festival ha terminado, que un viento céfiro balancea los pocos carteles que quedan en pie a lo largo de algunas paredes de la ciudad, es el momento de recordar ciertas obras cuyos méritos no han sido otros que los de atrapar al espectador y retenerlo, imantado, al escenario; donde un tiempo, fuera del Tiempo, nos regala un presente en el que el cuerpo, olvidado de sí mismo y de sus servidumbres, se rinde a la belleza del instante que sigue y quiebra la curva del universo.

Obras como Antígona, en versión de Romain Sardou, nos han traído el mito renovado, y, con él, la advertencia de que por muy bien que vayan las cosas para el gobierno de la ciudad, siempre habrá un peligro al acecho: aquel que se desprende de la acción misma de gobierno, cuando, librada aquella al impulso de su propio capricho y contento, olvida que toda situación, por espléndida que sea, resulta pasajera, y que oscuras realidades que brotan de su sino pueden alterar el curso del destino.

Otro destino, revelador de su época, fue el que nos trajo Aragon ou le Mentir-Vrai, con montaje, texto adicional y puesta en escena de Alain Bonneval. Espectáculo que recrea tanto la vida como la obra del gran poeta francés, y que reúne poemas y canciones, imágenes y recuerdos tanto suyos como de su mujer, la impagable Elsa Triolet, cuya apasionante existencia late con vida propia en el centro de esta pieza que la compañía Entre Terre et Ciel despliega con acierto y limitados pero eficaces medios. Destaca en ella la magnífica actuación de Dominique Legrix al acordeón y de Brigitte Deruy en el papel de la gran musa que fue, para Louis Aragon, Elsa Triolet.

Suite française, de Irène Némirovsky, fue escrita bajo el duro período de la Ocupación de Francia por los nazis. En la segunda parte de ese proyecto inacabado, Dolce, su autora describe el ritmo extrañamente calmo de la vida cotidiana en la ciudad de Bussy bajo el régimen de Vichy. Sin embargo, bajo la presión que ejerce la presencia del invasor, se despliegan toda clase de situaciones que describen perfectamente los complejos entresijos del alma humana. Aparecen entonces en escena actitudes que oscilan entre dos polos principales: desde actos que muestran la fibra del coraje y el valor humanos hasta arreglos y componendas que reflejan lo peor que pulula en el corazón del ser, sometido al envilecimiento de su propia miseria y cobardía ante el castigo y la muerte. Esta obra, que a título póstumo obtuvo el premio Renaudot, ha sido adaptada para el cine y el teatro. En esta ocasión, la versión teatral presentada en Aviñón ha sido coproducida por el Théâtre du Palais Royal y Laurent Grégoire y sus intérpretes han desarrollado un trabajo encomiable que público y crítica han agradecido con rendido entusiasmo. Adaptación que, además, distintos productores han retenido para futuras ediciones teatrales.

Un amigo de Barcelona, David Buxadé —técnico profesional dedicado al mundo del espectáculo—, me puso en la pista de una obra singular: Démodés. Al parecer, y antes de su estreno en Aviñón, él tuvo la oportunidad de verla en un formato distinto al presentado en la ciudad francesa. Así que, estimulado por la belleza y precisión de esta pieza única, no tuvo reparo alguno en proponerme una visita al pequeño teatro de la Place Crillon donde han tenido lugar todas las representaciones de esta pantomima. La verdad es que la obra en cuestión merece ser vista. Mediante una impecable puesta en escena, obra de Leandre Ribera, tres inspirados actores (Enric Caso, Jordi Magdaleno y el propio Ribera) dan vida a tres payasos cuyas evoluciones en el escenario crean una atmósfera entre desmañada y patética que no despiertan sino ternura y benevolencia. Sus referentes oscilan entre el teatro del absurdo y el mundo que Fellini desplegara en I clown, celebrada película en la que el genial director italiano rememora el papel que esas figuras desempeñaron a lo largo de su infancia. Homenaje, pues, a los antiguos payasos de circo y reflexión tragicómica sobre la desaparición de estos artistas de antaño cuyos ecos remueven los cimientos de nuestra imaginación, así personal como colectiva.

Muchas, demasiadas, son las obras que han pasado por el gran escenario que ha sido Aviñón, como si la ciudad no fuera sino la encarnación pasajera de aquel gran teatro del mundo que imaginara Calderón en su famoso auto sacramental. Sea como fuere, lo cierto es que la ciudad reúne y da expresión a inquietudes que proceden de los cinco continentes y que, año tras año, su compromiso con el teatro da vida y continuidad a toda clase de proyectos. Como si el alma de la ciudad diera en ser fuelle que recogiera y animase el espíritu que, al alentar sobre las aguas del Ródano, produce creaciones sorprendentes.