Por algún motivo desconocido e inquietante, en las últimas décadas se ha despertado, en el público en general, una devoción hacia todo lo creado en los ochenta: música, cine, moda y otras formas de arte.

Parece que ahora nos entusiasma la forma de entonces de crear, y reverenciamos hasta la saciedad lo que hemos dado en denominar kitsch o vintage, términos muy actuales para referirnos a lo viejo sin que suene a rancio, sino a moderno, cuando en muchos casos bien podríamos quedarnos simplemente con lo de rancio.

En concreto, me quería centrar en la industria del cine y lo que se tiende a llamar «películas de culto», esto es, cualquier película que ha adquirido un valor por sus características técnicas o por su contenido, alejado de lo convencional, que muestra una estética y una narrativa que distan de la línea que sigue la cultura popular.

Muchas de las películas que proceden de los ochenta posen un halo color pastel que envuelve a los personajes (siempre jóvenes y guapos, algunos actores ya consagrados que por entonces empezaban y otros pobres aspirantes con posibilidades que se quedaron por el camino) en una suerte de comedia romántica predecible. Esas son las que más me gustan.

Sin embargo, he ampliado un poco mis horizontes, interesándome por películas algo más «oscuras», con el mismo tipo de protagonistas, pero de un género indeterminado, con el ánimo de experimentar con las consideradas «de culto». Entre ellas, sentía curiosidad por dos: Heathers (traducida como Escuela de jóvenes asesinos) y Jóvenes ocultos (en el original, The Lost boys). Aunque desconozco cómo de populares pueden haber sido en España, me consta que sí lo son en el lugar del que proceden (EE UU), dado que aún en el cine de hoy se hacen alusiones a ambas.

Empecemos por Heathers (1988). La vida transcurre en el instituto de Sherwood, en donde Veronica (Winona Ryder) trata de hacerse hueco relacionándose con el grupo de las chicas más populares, las Heathers (Shannen Doherty, Lisanne Falk y Kim Walker), lo que supone ir a rebufo de las anteriores y acatar sus normas, que con frecuencia incluye la humillación de otros para la diversión propia.

Este es el pequeño mundo de una joven de diecisiete años que se debate entre formar parte del círculo de las abusonas o pasar al lado de los marginados, asumiendo las graves consecuencias del cambio. Hasta que acude en su rescate Christian Slater (Jason Dean), un chiquillo cuyo espíritu rebelde se ha forjado por el continuo trasiego por diversos centros educativos, y que, al igual que hiciera Robin Hood, llega a su particular «bosque» de Sherwood para imponer justicia repartiendo estopa entre los malos. Ambos inician una relación, la cual desencadena una ola de crímenes que quedarán soterrados en forma de suicidios juveniles.

Se trata del desfile de una serie de personajes tan frívolos como ingenuos que se citan en un escenario sórdido para compartir grandes dosis de cinismo y humor ácido, que hacen que los dramas juveniles (necesidad de aceptación, poder del grupo, acoso, desórdenes alimenticios, suicidio) se vean ridículos, pero cuyo análisis obliga a la necesaria reflexión sobre los mismos.

Con Jóvenes ocultos (1987) también nos topamos con caras bastante familiares. Entre ellas, dos adolescentes muy conocidos en Estados Unidos, Corey Haim y Corey Feldman, para entonces habituales de las pantallas que incluso tuvieron su propio reality show (The Two Coreys): primero fueron engullidos por la industria del cine y después vomitados.

Una madre de familia se traslada de ciudad con las maletas y sus dos hijos adolescentes, Sam y Michael, tras la separación marital. Algunas pistas, como los numerosos carteles de niños desaparecidos, alertan de que algo puede estar pasando en su nuevo destino. Mientras Michael comienza a frecuentar una extraña banda seducido por una de sus miembros, Sam intima con los chicos de la tienda de cómics, que parecen tener la respuesta a los misteriosos sucesos que se vienen aconteciendo.

Estos son los principales elementos: varios jóvenes salvadores, sin superpoderes, pero con una valiosa información para el desenlace procedente de los cómics, y un grupo de pandilleros que se mueven en moto, asustan a la población y viven en una cueva de cuya pared cuelga un enorme poster de Jim Morrison. También vampiros, agua bendita y estacas, para no renunciar a los tópicos.

Una película lóbrega con una chispa de fantasía y un mínimo de verosimilitud, con sucesos paranormales pero que los personajes parecen enfrentar con bastante naturalidad. Los efectos especiales son rudimentarios y el género apunta al terror, aunque están presentes escenas cómicas. Todo ello causa cierta extrañeza, puesto que implica elementos con los que no estamos en la actualidad familiarizados, pero sin implicar disgusto.

Aparentemente, pueden resultar filmes bastante diferentes, no obstante, cabe destacar lo que de sombrío tienen ambos: Heathers solo en el sentido figurado, mientras en Jóvenes ocultos la oscuridad se hace patente en un sentido literal. Por otro lado, está la presencia de la muerte como tema central: Jason Dean quiere finalizar su obra con un suicidio colectivo, y David y su banda reclutan a otros chavales con la promesa de una vida mejor. La trama se desarrolla y resuelve por parte de los jóvenes y protagonistas; los adultos son mero atrezzo, ajenos al avance del argumento, siempre con fuerte componente surrealista. Ambas películas abordan la excentricidad hasta límites insospechados.

Aunque hay para quien los ochenta puedan ser una época inexplicablemente sobrevalorada, para la gran mayoría supone el momento más prolífico y creativo jamás vivido. Los géneros se difuminan en una suerte de eclecticismo que solo entonces podían permitirse, en los que tienen cabida lo tierno, lo romántico, lo grotesco y terrorífico, en ocasiones dentro de tramas imposibles, pero siempre con un estilo fresco y desenfadado que cautiva. Y es que se trata de un periodo con una brillante producción cinematográfica, tan especial como auténtica.

La nostalgia nos embarga y nos empuja a querer consumir con avidez el resultado de la «nueva ola», reminders que a veces vienen en sus formatos originales y otras como nuevas creaciones; de ahí el éxito de producciones como Stranger Things, Los Goonies, E.T, Gremlins, La princesa prometida, El resplandor, Cazafantasmas, La historia interminable, Todo en un día, Dieciséis velas, Poltersgeist y un largo etcétera para todos los gustos que de ninguna manera podrán dejarte indiferente.

Nos gustan tanto que queremos revivir esos años una y otra vez, o añoramos con pesar no haberlos vivido. Y ahí reside la magia del cine, que durante una hora y media nos permite vestimos con hombreras y purpurina para sumergirnos en una historia apasionante que quizás ya para siempre vaya a formar parte de nuestra propia vida.