Tuve el privilegio de conocer a Malangatana Ngwenya Valente, el más destacado artista plástico mozambicano; de haber disfrutado su amistad; de compartir experiencias como la realización de dos documentales sobre su pintura, su arte, su historia; de compartir la experiencia, él, exponiendo sus obras pictóricas, yo, mis filmes sobre Mozambique, en una gran muestra de arte mozambicano en el Kulturhuset, de Estocolmo, Suecia. La culminación de esta amistad fue cuando organicé su venida a Chile, en 1994, para exponer en el Museo de Bellas Artes. Todo fue mágico. Malangatana es alguien que no dejaré nunca de recordar y admirar.

Pero todo comenzó a fines de 1989, con un artículo en el Jornal Domingo, escrito por el periodista Augusto de Jesús, titulado. «Una nueva apuesta en el cine mozambicano». El motivo del artículo era dar a conocer el proyecto que iniciábamos Haroon Patel y yo: crear una productora de cine y TV, independiente. En ese momento, en Mozambique la producción audiovisual estaba absolutamente en manos del Estado, que, para cumplir ese rol, contaba con el Instituto Nacional del Cine, y Kanemo, productora creada en colaboración con el gran cineasta mozambicano/brasilero Rui Guerra.

Con mi socio, Haroon Patel, nos instalamos en un espacio que nos facilitó nuestro amigo Mario Ferro, dueño de Intermark, la más importante agencia de publicidad. En el artículo, comentábamos que nuestra intención era sumar el apoyo de empresas privadas, nacionales e internacionales, ONG, y otros, que permitieran incrementar la producción audiovisual, justamente en un momento muy complejo, debido principalmente a los efectos de la guerra civil que azotaba al país, y que provocaron la disminución de recursos económicos del Estado para esta área. Con mi socio ya habíamos realizado varios documentales por esta vía como freelance.

La diferencia ahora era que teníamos la necesidad de hacerlo público, para captar la atención de aquellas instituciones que pretendíamos tener como compañeras de nuestras futuras producciones.

La sorpresa fue mayúscula cuando, a la semana siguiente de ver publicado nuestro artículo, en el mismo periódico y por el mismo periodista, se publicó una carta respuesta a nuestra entrevista, firmada por el cineasta José Cardoso. Carta que, según supimos, era respuesta de un grupo de cineastas e intelectuales a nuestro artículo. El título era: «¿Una nueva apuesta del cine mozambicano o una apuesta oscura de cine en Mozambique?» La carta se iniciaba con un párrafo del discurso central de la segunda conferencia del trabajo ideológico del partido gobernante Frelimo, en 1978:

El cine a producir en nuestro país deberá mostrar principalmente la consolidación de la unidad nacional y contribuir de un modo efectivo para la creación de una conciencia patriótica y socialista en el conjunto de todos los trabajadores.

Al día siguiente, el contenido de esta carta fue tema de debate en el consejo de ministros.

Mi socio y amigo Patel, estaba muy preocupado. Era vox populi que el propio pintor Malangatana había sido enviado a campos de reeducaçâo, al norte del país, por opiniones críticas al gobierno. Ese mismo día recibí una llamada desde el ministerio de relaciones exteriores, en la cual me pedían una reunión para esa misma tarde. Más o menos a la hora la puesta de sol se estacionó frente a mi casa el típico Mercedes Benz negro de los ministros, con sus correspondientes motos de escolta. Era nada menos que Pascoal Mocumbi, ministro de relaciones exteriores y el secretario general del partido gobernante.

La conversación duró lo que dura una fría cerveza Laurentina, única en Mozambique. Me dijeron que siguiéramos trabajando; que nuestro pecado había sido hacer público algo que lentamente se estaba instalando en el país; que los cambios complicaban mucho a algunos «viudos»; cambios que eran necesarios luego de la caída del muro de Berlín y de la desaparición de la Unión Soviética, fiel aliada de Mozambique. En otras palabras, se estaba instalando una apertura económica.

Mi socio Patel pudo respirar nuevamente, e iniciamos la realización del filme. Pensar alto, sobre Malangatana.

Un detalle a incorporar a este relato, que aclara mi relación con las autoridades y mi completo compromiso con el país, es el visto bueno otorgado por el ministerio de información para que mi film. Mozambique, imágenes de un retrato, como otros que realice, representara al país en dos festivales internacionales: en el Festival de Leipzig 1987, donde ganó dos premios, y en el Festival clase A de Moscú, donde obtuvo el premio al mejor documental. Probablemente sea aún uno de los más importantes premios del cine mozambicano. En ese mismo festival, Federico Fellini, ganó en ficción con el filme, Entrevista.

En un viaje que realicé a Mozambique, muchos años después, entregué al Instituto de Cine, a la Universidad Eduardo Mondlane y a varios colegas, copias digitalizadas por la Cineteca Nacional de Chile, de 18 de los 22 documentales que realicé en Mozambique.

En ese viaje pude constatar que muchos colegas que participaron en aquella carta, contra nuestra iniciativa de producción independiente, hoy tenían sus propias productoras, y que quien firmó la carta, antes de fallecer, también había experimentado la fórmula.

Algo muy curioso sucedió en Chile, cuando un grupo de chilenos que vivieron en Mozambique se plantearon editar un libro con sus historias vividas en ese hermoso país. Me invitaron a participar y envié el relato que acabo de contar. Mi sorpresa fue grande cuando la censura nuevamente apareció. Esta vez, de parte de los editores del libro. Me llamaron para pedirme que no pusiera el nombre del ministro y del secretario del partido en mi artículo.

A pesar de mis argumentos, el estalinismo se impuso. Durante el lanzamiento del libro en el antiguo Congreso de Santiago, luego de los correspondientes discursos, compré el libro, y mientras transcurría la parte artística del evento, busqué mi artículo. Una nueva sorpresa me esperaba, esta vez la KGB chilena me había censurado la parte en la cual yo relato que Malangatana había sido enviado a un campo de reeducaçâo. Qué triste es constatar que algunos aún no se enteran de que ya no existe el muro de Berlín, ni la Unión Soviética y, lo peor, que se les olvidó que la política en democracia es como un juego de ajedrez en el que no se termina nunca de aprender.

En un descanso de la filmación de Pensar alto, que es el nombre de un poema de Malangatana, y título del filme sobre la vida y obra del artista, conversaban cómodamente en su biblioteca, Malangatana, y su hijo Mutxhini, quien luchaba transcribiendo al papel sus pensamientos, en una vieja Olivetti. Malangatana le comentó que lo veía algo complicado con ese texto; Mutxhini respondió que a él le costaba un poco calentar el motor de arranque… El hijo hoy dirige la fundación y el museo en memoria de su padre. Fue en ese instante que Malangatana me habló de su relegación en un campo de reeducaçâo, en el caluroso norte del país. En otro momento del filme, Malangatana, sentado en su sillón, comenta la importancia que tuvo para su formación como artista e intelectual, conocer, a través de sus libros y viajes, a grandes maestros, no solo de la pintura, sino también de obras arquitectónicas y monumentales como por las de Gaudí. En la música, relata que adora aquella obra, La donna è mobile, de Verdi, cantada por Caruso y, de inmediato, nos sorprende imitando al barítono italiano con su enorme vozarrón. Todo esto, mientras sigue ojeando, con cierto desparpajo, un grueso libro con los más destacados pintores occidentales, muchos de los cuales se inspiraron en las máscaras y esculturas africanas que sus países saquearon durante la época colonial. Luego, oíamos su voz realizando una fantástica imitación de las Tablas, aquel instrumento indio. Concluye indicándonos lo importante que fue para su formación haber podido conocer otras culturas.

En el filme, Pensar alto, gracias a la cercanía de Malangatana con curanderos, cuyos ritos y personajes inspiraron muchas de sus obras, pude filmar algunas escenas en una escuela de curanderos: ceremonias intensas y asombrosas de ver, donde hay personas en trance a las cuales le hacen cortes en su lengua con hojas de afeitar, otros están de rodillas, casi sumergidos en un charco de barro, mientras sus cuerpos son rociados con sangre de gallinas recién sacrificadas. Todo esto, al ritmo frenético de tambores y cantos. Otro gran momento del filme es cuando captamos la inauguración de una enorme escultura con un claro aire a Gaudí, de no menos de seis metros de alto, construida con restos de maquinarias agrícolas destruidas por la guerra civil que afectaba al país; obra en la cual uno podía, a través de escaleras, recorrer sus entrañas. Fue cuando realizaban excavaciones para instalar los cimientos de la pesada escultura, que descubrieron restos humanos, al parecer correspondían a un antiguo cementerio indígena.

Mientras filmábamos la inauguración de la escultura, Malangatana, premunido de un cuchillo, degüella un cabrito y deposita su sangre en un hoyo. Se trataba de un ritual para calmar los espíritus de los antepasados que allí yacen. Gran parte de las escenas del filme transcurren en la enorme casa museo de Malangatana, obra de un arquitecto italiano. Son cuatro pisos, con salas de exposición, de grabado, espacio para archivos, para la colección de sus obras, una gran biblioteca y un verdadero museo de esculturas africanas. El espacio mayor es el destinado para pintar. Es una construcción de doble altura, con un entrepiso en el medio. Sus pinturas tapizan completamente las altas paredes. Por un pasillo semi escondido se accede a la casa donde vive con su mujer e hijos.

Otro momento que tuve la fortuna de ser testigo, fue cuando llevé al escritor Francisco Coloane a casa de Malangatana en Maputo. Coloane sufrió un flechazo, fue un amor a primera vista entre ambos. En 1994, a los pocos años de mi regreso a Chile, pude organizar la venida de Malangatana para exponer en el Museo de Bellas Artes. La muestra del pintor era la primera exposición de un artista africano en nuestro país. Fue la oportunidad propicia para que Coloane, en la ceremonia de inauguración, a nombre de todos los artistas chilenos, diera la bienvenida a Malangatana.

La exposición se componía de una veintena de pinturas de gran formato que describían su mágica obra, las que coparon la sala Chile del museo. La APECH, con Pepe Balmes a la cabeza y un gran número de colegas recibieron en forma oficial al pintor africano en su sede del Barrio Bellavista. Entre las actividades que organizamos, estuvo la realización de una exposición colectiva compuesta por obras de cinco estudiantes de arte de la Universidad Católica, más una obra de Malangatana y cien juguetes de alambre hechos por niños de la calle de Sudáfrica. Esta fantástica exposición itinerante llegó a las comunas de Colina, San Joaquín, La Pintana, y La Florida, con cuyas Municipalidades y departamentos de educación coordinamos para que los estudiantes de esas comunas pintaran en sus escuelas el inmenso tema multicolor de África. En cada comuna se expuso la colectiva itinerante, junto con las pinturas de los niños de cada comuna. La visita de Malangatana concluyó con un gran taller realizado en el Museo de Bellas Artes, con cerca de cincuenta de ellos que pintaron mientras recibían consejos de este maravilloso y multifacético artista mozambicano.

Esta escena resultó muy similar a una actividad que aparece en el filme Pensar alto, donde Malangatana cada fin de semana se reúne con cientos de niños de su barrio en una calle de tierra de su barrio, Aeropuerto, en Maputo. Los niños llegan cargados con restos de cosas, papel, latas de conservas, trozos de plástico, ramas, palos, todo objeto sirve. Malangatana junto con los niños va rasguñando la tierra, creando figuras a las que luego incorpora los restos de objetos, para finalmente polvorear con tierra de diversos colores, convirtiendo la calle en un verdadero mural multicolor. El encuentro termina al medio día todos unidos cantando y bailando.

Uno de mis últimos encuentros con Malangatana, antes de mi regreso a Chile en enero de 1991, fue mientras filmaba el documental titulado The Road to Death, con el destacado médico sueco Staffan Bergström, catedrático emérito de Salud Internacional del Karolinska Institutet; el tema central del documental era la mortalidad materna infantil en Mozambique e India.

Mientras tomaba un refresco con Malangatana, se me ocurrió decirle en broma que, en vez de dormir durante la asamblea popular, donde él era diputado, que aprovechara ese tiempo y me hiciera un dibujo para el afiche de mi documental. No pasaron dos semanas cuando Malangatana me llama y me entrega un dibujo de unos sesenta por cuarenta centímetros, pintado en papel vegetal, aquél que usan los arquitectos. Pero me advirtió que debía comprometerme a no contar quién había sido la modelo. Como no soy un caballero de viejo cuño y suelo no guardar secretos, Malangatana, aprovechando la intervención en la asamblea popular de la ministra de cultura y educación Graça Machel, la dibujó. Pero la imaginó vestida como una típica mujer de campo, con una capulana, (tela multicolor) como falda, y con su torso desnudo.

Qué privilegio más grande que Malangatana me dibujara el afiche de mi film, teniendo como modelo a Graça Machel, viuda de Samora Machel, padre de la independencia de Mozambique, y viuda de Nelson Mandela.

En verdad, el arte no conoce fronteras.