Habíamos hablado ya muchas veces, pequeñas conversaciones, comentarios, chistes, y una que otra charla de mayor calibre sobre cosas importantes. Todo esto antes de la pandemia de la covid; antes de recluirnos por la diversificada beligerancia del bicho de marras en las distintas naciones del orbe. Y claro, las cosas ahora no son tan sencillas, pero nos queda la esperanza y aquel adagio de que no hay mal que dure para siempre. Vemos con alegría cómo, con su naturaleza de luchador realiza muchos proyectos aquí allá, tanto en el ciberespacio como presenciales, defendiendo la continuidad del arte contra las amenazas de la desidia.

Parece que fuera ayer que, al salir de un ensayo de Otello, coincidimos en ir a cenar a un sitio de comida argentina. Aquí en Colonia, por decirlo de alguna manera, nos sobran las ofertas culinarias, solo es asunto de saber buscar, y dado que uno de nuestros acompañantes era nada menos que «Otello» o, mejor dicho, uno de sus mejores avatares, al que en el mundo de todos los días le llamamos José Cura, no hubo duda de adónde dirigirnos a comer: el restaurante argentino El Chango. Nuestro otro acompañante era Scott Piper, que sustituiría en gran manera al maestro Cura en varias funciones, como suele ser con los artistas que tienen compromisos a raudales. Todo parecía color de perla, hasta que nos dieron la noticia de que el restaurante estaba lleno.

—No cabe un alfiler, se apresuró a decir el dueño, mirando con atención a nuestro prominente rosarino.

—¿De verdad que no tiene usted nada por ahí, una mesita que le sobre? ¿Sabe quién nos acompaña?

—Me parece que lo he visto en la tele…

—Pues tiene usted razón con seguridad, es José Cura.

—¿El tenor?

—El mismo.

—Pues qué pena me da, pero, aunque fuera el santo papa, no me queda nada. En cambio, si viene en una hora, creo que ya habrá campo…

—¡Una hora!

—Es todo lo que puedo ofrecerle.

—Bueno, pues agréguenos a su lista de espera que aquí estaremos.

Una hora, ¿y ahora qué hacemos que nos morimos de hambre? Pero no hubo problema, podíamos esperar, y ya que estábamos a tiro de piedra del malecón del Rin, en la parte antigua de la ciudad, (y cuando decimos antigua queremos decir medieval), pues haríamos de guía turístico enseñándoles a los señores un poco de historia mientras hacíamos el recorrido.

Para empezar, nada más al salir de Bolzengasse, donde queda El Chango, nos encontramos de frente a una estatua ecuestre de Friedrich Wilhelm III, (que pronunciamos con nuestro mejor alemán) enclavado en la plaza que lleva como nombre Heumarkt, que viene a ser «Mercado de paja», pues eso era, una plaza donde comerciaban paja, pienso para animales y otros usos que tuvo la paja en aquella época.

Luego, sin mucha deliberación entre las empedradas callejuelas nos dirigimos hasta el paseo frente al río, abarrotado de bares y restaurantes y algunos edificios de mayor envergadura, como el de la antigua cámara de comercio, que es en realidad una reconstrucción fidedigna tras la guerra. Pueden versen en él los símbolos de los diversos gremios, que constituían una especie de masonería primitiva, muy anterior a la fundación de la Gran Logia de Londres en 1717, y es que, ya que tocamos el tema de los gremios, no podemos dejar de mencionar la famosa Carta de Colonia de 1535, un manifiesto masónico de por entonces, del que sin embargo algunos académicos dudan, aunque no pueden probar su teoría, convirtiéndose así en una de las más famosas sagas colonesas, lo mismo que la de las once mil vírgenes de Colonia, que no es otra cosa que un error de lectura de una inscripción en latín, pues XI m virginum debía leerse como undecim martyres virginum (once mártires vírgenes) y en su lugar leyeron undecim millia virginum (once mil vírgenes). Oh sí, hay muchas pero muchas anécdotas medievales de Colonia, y como había que hacer tiempo, se nos ocurrió contar una de esas historias pintorescas de Colonia cuando era uno de los más importantes centros comerciales del alto medioevo, una de las principales ciudades no solo de la Renania del Norte Wesfalia, sino de toda Europa, pues las embarcaciones mercantes usaban la ruta del Rin para iniciar la distribución a todo el continente.

Pues resulta que había una famosa cárcel donde escarmentaban a los prisioneros, y un día un pater familias, cansado de su filio decide que debe darle una lección para que deje de despilfarrar dinero y abandone la vida disoluta que practicaba con ahínco. Así que habló con el jefe de la prisión central donde era cliente frecuente el muchacho para que aquella noche fatal lo retuviera, pues él no pagaría la fianza sino hasta el otro día. Pero he aquí que hubo cambio de guardia y el joven prisionero fue confundido por otro, este sí malhechor y asesino y fue pasado a la famosa prisión del escarmiento, en donde colocaban a todos los prisioneros en un corredor circular, más bien como una dona, en cuyo techo central colgaba un balde con agua sobre un foso en cuyo fondo habías lanzas con la punta hacia arriba. El castigo consistía en darles pan seco como único alimento y con el paso de los días, desesperados por la sed, los prisioneros brincaban la baranda hacia el balde con la ilusión de que lo alcanzarían y podrían saciar su sed, pero todo estaba bien calculado, y terminaban empalados en las lanzas…

—Pues que cuento tan apropiado para abrirnos más el apetito —dijo José Cura.

Ya había campo en el restaurante y nos habían reservado una mesa. Maravilloso.

Debo decir que al pasar por la parrilla noté algo extraño, como una pieza de rompecabezas que no encajaba del todo. Supimos luego que el parrillero era de Laos y que tenía un toque extraordinario para retirar la carne en su punto. Nuestro «Otello» se decantó por una humita como entrada y Scott nos acompañó con la selección de ensaladas, ante lo cual nuestro moro de Venecia exclamó: no me como la comida de mi comida…

Más que un privilegio, que lo era, tener a José Cura a la par significaba entrar en contacto con un multitalento al estilo del hombre del renacimiento, como lo sería Miguel Ángel o Leonardo, y es que el maestro Cura no solo es cantante de gran presencia, director escénico, y orquestal (que fue allí donde empezó su carrera musical), por si fuera poco, es compositor con estudios formales y ha incurrido en la fotografía, donde ha editado un libro. Nos recuerda la prodigalidad davinciana, pues si bien no muchos lo saben, Leonardo tenía también dotes musicales y se conservan y ejecutan obras suyas; él mismo decía ser principalmente inventor, y lo de pintar, pues algo que también hacía si era menester, (para no mencionar sus estudios de anatomía humana). Así, tenemos de Cura óperas, canciones y oratorios, actuaciones como director de orquesta y varios libros, entre las cosas que sabemos…

Finalmente nos llevaron la carne: 500 gramos de vacuno sazonado al mínimo, como todo churrasco que se precie, y de una suavidad exquisita; amén del vino, un Malbec de la Patagonia. Hubo risas y franqueza, y aquella alegría latina parecía revolotear sobre los comensales.

Ojalá pronto pase toda esta descompostura mundial y volvamos, guiados por el arte, a anhelar el infinito. ¿Les parece pretencioso? Pues no, dicen los matemáticos que hay muchos infinitos, y el mío lo alcanzo al unirme con los amigos.

Gracias maestro Cura por mantenernos en vigilia.