Durante la búsqueda de material cinematográfico para mi film, Pintores Mozambicanos, recurrí a los archivos del Instituto de Cine de Mozambique, quienes conservaban noticieros que los portugueses realizaron durante la época colonial. Corría el año 1986, en Maputo. Fueron muchos días y semanas sentado frente a la pantalla de una magnifica moviola de 16mm, visionando kilómetros de película. Gracias a un par de amigos mozambicanos, críticos e investigadores de arte, como Paulo Soares y Eugenio Lemos, en diversas conversaciones que tuvimos en el maravilloso espacio llamado, Casa de Hierro, sede de la dirección nacional de cultura. Una bella construcción de tres pisos, construida por completo de metal, diseñada por Gustave Eiffel, importada desde Bélgica en 1892 a la antigua Lourenço Marquez, hoy Maputo, como residencia del gobernador general de Portugal, en la provincia ultramarina llamada Mozambique. Paulo y Eugenio me comentaron que, en algún noticiero de los años 60, hubo una nota sobre la exposición del primer pintor mozambicano negro.

Después de un largo tiempo sentado frente a la moviola, no solo logré dar con ese fantástico material, sino que encontré otro que me impactó hasta ponerme los pelos de punta. Era difícil creer lo que la cadencia de la imagen iba mostrando en la pequeña pantalla. Cientos de esclavos semidesnudos, encadenados por los pies y el cuello, que obedecían al son del látigo en manos del colono portugués vestido de corto y cucalón, que así lograba sincronizar el ritmo en los esclavos, quienes levantaban pesados rieles que, décadas tras décadas, iban construyendo miles de kilómetros de línea férrea desde el mar Índico hacia el interior de África. Rhodesia (hoy Zimbabwe), Zambia y Malawi eran su destino.

Otras imágenes que surgieron desde aquella ventana del tiempo y que se me enquistaron en la mente, mostraban esclavos transportando a elegantes señores blancos, cómodamente sentados, mientras flotaban en una especie de hamaca que colgaba de los hombros de frágiles hombres. La pantalla continuaba develando escenas que rodaban veinticuatro imágenes por segundo, en las cuales aparecen comerciantes blancos comprando la producción de cientos de sacos con algodón, que luego pagan con licor, que estos sedientos hombres beben de un sorbo. Amargo trago que consume horas y horas de trabajo forzado bajo un sofocante sol. Estas escenas, tan reveladoras de la esclavitud, de la explotación humana, que el colonialismo europeo impuso a la población africana, no las usé en mis filmes realizados en Mozambique. Han pasado muchos años de aquel momento en que esa moviola, mágica máquina del tiempo, me permitió rescatar este material testimonial y patrimonial de incalculable valor.

Hoy, en 2021, cuando transitamos en medio de la pandemia, retomo el tema, motivado por la triste realidad que viven miles de africanos que abandonan lo poco y nada que tienen en busca de una vida mejor. Para ellos, el riesgo de esta aventura en el mar no implica arriesgar la vida, ellos nacieron en ese riesgo. En África, quien duerme no tiene garantizado el despertar. Mientras que sus colonizadores con sus empresas multinacionales, sí tienen garantía de continuar ejerciendo el dominio y saqueo de los recursos naturales en todo el continente. Hoy, miles de mujeres, hombres y niños son sus víctimas, y mueren ahogados, en su insensibilidad, en su doble estándar, en la hipocresía reinante de este mundo globalizado. Globalización que los explota y satura de productos desechables mientras sus cuerpos se sumergen en el fondo del mar Mediterráneo, cuyos balnearios, año a año, se inundan con millones de turistas europeos sedientos de alcohol y bronceados cuerpos, disfrutando la vida loca sin importarles la tragedia humana que ese fondo marino esconde.

Mi rabia ante esta tragedia y otros conflictos en el mundo que me afectan, las expreso en las pinturas que son parte de este y de cada uno de los proyectos cinematográficos que realizo. Mis pinturas intentan reflejar ese aspecto que es difícil de expresar en palabras, de lo que la escritura es solo capaz de revelar a través de la poesía.

El título del film y su composición gráfica reflejan el sentir del proyecto. Mi concepción cinematográfica de trabajo va muy de la mano con la poesía. Ya sea oral o visual. En este film recurro a tres grandes poetas que al igual que yo, no se quedan dormidos frente a estas tragedias y expresan su consternación, su solidaridad y compromiso de su obra artística con las complejas realidades que afectan a millones de personas en cualquier rincón del planeta.

Grito negro

Este proyecto cinematográfico ha ido tomando forma y fuerza gracias a los textos y poemas que he tenido la suerte de oír y recoger en el tiempo de mis vivencias. Por ejemplo, el poema Grito Negro, de José Craveiriha, el más importante poeta mozambicano, a quien tuve la suerte de conocer y escuchar declamarlo durante un M´saho, que es un encuentro poético de sábado por la tarde en el Jardín Tunduro de Maputo.

Grito negro. Poema de José Craveirinha. Mozambique

¡Yo soy carbón!
Y tú me arrancas brutalmente de la tierra
Y me haces tú mina ¡Patrón!

¡Yo soy carbón!
Y tú me enciendes patrón, para servirte
eternamente como fuerza motriz
pero eternamente no ¡Patrón!

¡Yo soy el carbón!
Y tengo que arder, si
Y quemar con toda
la fuerza de mi combustión

¡Yo soy carbón!
Tengo qué arder en la explotación
arder hasta
las cenizas de la maldición
arder vivo como alquitrán, mi hermano
hasta no ser más tu mina
¡Patrón!

¡Yo soy carbón!
Tengo que arder
y quemar todo
con el fuego de mi combustión
¡Si! Yo seré tu carbón
¡Patrón!

Otro relato, texto o poema espontáneo, como los llamaba Armando Uribe, es lo que el poeta Raúl Zurita declamó cuando conversamos sobre la tragedia en el Mediterráneo. Esto sucedió en una de las últimas entrevistas que le grabé para el programa cultural Off the Record.

Cuando uno ve todo ese océano de sufrimiento, de dolor, en el mismo mundo que uno está viviendo en este instante y piensa cómo seres que sufren tanto, sin embargo, siguen, y se levantan y lo normal no es el suicidio, es porque algo se está construyendo, sino lo normal sería, que al menos un tercio de la humanidad se suicidara. Están en condiciones infrahumana. Y si no es así, es porque eso que llamamos utopía, se está construyendo, aunque todo, todo parezca desmentirlo. No puedo explicarme como se sigue viviendo si no es porque está la esperanza de despertarse de nuevo, de que algo, algo pasa, y si eso no existe, la humanidad desaparece en los cinco minutos que siguen.

El siguiente relato espontáneo también surge en la grabación del programa Off the Record de televisión. Esta vez con el poeta mapuche Elikura Chihuailaf.

Estoy con ellos, porque creo que aquí somos los adultos los que no hemos hecho la tarea. Se ha perdido la conversación con ellos, con ellas. Los jóvenes en toda esta dualidad que es Internet, se están mirando porque quieren saber quiénes son. La tarea de los adultos tendría que ser asumir la conversación. La conversación es lo más importante, es un Arte, que tenemos que desarrollar. Que los pueblos nativos han conservado, y un Arte, porque, no es tan difícil decir algunas cosas. El Arte consiste en aprender a escuchar, porque ahí está lo difícil. Hoy, cuando las utopías están como desaparecidas o soterradas, la conversación, indudablemente se transforma en un acto de subversión.

Toda mi cinematografía está concebida bajo el concepto de lo que llamo ViralizArte. Que es una propuesta que, naturalmente, tiene su propio manifiesto.

ViralizArte

El Arte que no está en el presente, jamás será

El Arte debe ser percibido por su belleza, por su capacidad de expresar, de emocionar, de transmitir ideas, contenidos. Hay que detener el mundo un momento, está girando demasiado rápido, y hemos dejado fuera a millones de personas que no han logrado ver resuelto ni las más básicas de sus necesidades. Debemos procurar que al menos, las cosas esenciales de la vida, todos las puedan tener resueltas, solo así, con un mundo más justo, más igualitario, permitirle seguir girando.

Nuestro objetivo fundamental, es desarrollar vínculos, mover las fronteras que nos dividen a los más de 500 millones de hispanoparlantes de nuestro continente, que aún estamos absolutamente desconectados.

La belleza no falta a la ética si describe un drama, por el contrario, la belleza lo universaliza

ViralizArte, es poesía audiovisual social. Todos quienes participan en su creación, lo hacen, sin que necesariamente deba existir dinero para realizarlo. En este proyecto, prima el objetivo colectivo en su gestión. La amistad, el vincularse y conocerse, el intercambio de opinión, es una reflexión entre lenguajes diferentes que deben confluir en una obra artística. Es una especie de jam session, audiovisual.

Modus operandi

El grupo de amigos artistas, se reúnen al amparo de un buen vino, de un café, quizás de un típico mate, de un aromático té, o talvez, de una simple pero auténtica y refrescante chela, ojalá artesanal. En este primer encuentro es cuando alguno de los participantes, propone al grupo una idea, un tema, un hecho relevante.

En esta regada conversación, los participantes, cada uno desde su experticia artística, reflexiona para finalmente concluir en la idea a desarrollar.

Cada uno de los participantes, en forma independiente, trabajará desde su especificidad artística, «para que más tarde que temprano», (es decir, bien madura la idea o chambreada), haga entrega de su aporte a la producción de la obra. Naturalmente que son necesarias nuevas reuniones donde se analice el trabajo en proceso.

Esto continúa con la realización/producción, en terreno. Finalmente, procede el montaje/edición de la pieza artística colectiva. En un encuentro final se reúnen para comentar y dar por concluida la obra colectiva. Una autentica «Minga Audiovisual».

El Arte no es para «hacer artistas», es para sacudir conciencias

ViralizArte, puede ser concebido con material propio, o imágenes bajadas de internet que han sido captadas principalmente por las más medias, multinacionales, que graban por el mundo y no pagan derechos a las personas registradas.

Como cineastas y artistas del llamado Tercer Mundo, tenemos el derecho de usarlas.
Esos rostros, esos dramas, son un reflejo de nuestro diario vivir, nos pertenecen, son nuestros hermanos. Usar esas imágenes, nos permite tener voz y opinión de lo que acontece en el mundo y así reflexionar sobre nuestra realidad.

Este formato, principalmente está creado para ser visto en las nuevas plataformas digitales, como: tablets, celulares, computadores, en cineclub, vía streaming, Master classes, talleres, espacios culturales, o en cualquier lugar donde se pueda exhibir y provocar un diálogo.

Por esta razón, su duración no debiera exceder los 30 minutos. De esta manera, permitimos que la conversación posterior a la exhibición se tome todo el tiempo necesario para inducirnos a la reflexión.

Este concepto está muy ligado al tema Festival de Cine. Soy contrario a estos eventos, tal como están planteados. Me parece terrible y enojoso que en los festivales gane uno y todo el resto pierda. Creo que esa fórmula no ayuda al crecimiento, y menos, a crear un espíritu colectivo en nuestra cinematografía nacional. Sabemos lo difícil que resulta poder realizar estos proyectos. Tanto el ganador, como todo el resto perdedor, pasaron por las mismas pellejerías y penurias para lograr sacar adelante su sueño. Soy partidario que la curaduría del festival sea rigurosa en elegir. Que se valoren la trayectoria, las temáticas, por sobre aquellos temas que están más cerca de las alfombras rojas. Que se rescate y valore el Séptimo Arte y lo social.

Prefiero que todos los seleccionados que llegan al festival ya sean ganadores, que reciban el mismo diploma. Solo así primara la camaradería, el intercambio de información, la amistad, la colaboración. Por último, pienso que los festivales financiados con fondos públicos no deberían ser competitivos, de esta manera el Estado estaría contribuyendo con el rol de desarrollar nuestra cinematografía, como otras artes. Al eliminar la competencia, prima el espíritu colectivo que tanta falta nos hace hoy en día.

El esclavo no es solo aquel que tiene cadenas en los pies, sino más bien aquel que no tiene la capacidad de imaginar su libertad

No puedo terminar este relato sin contar una anécdota que se relaciona justamente con la esencia de la sabia frase que está tres líneas más arriba.

Corría septiembre de 1983, cuando vine a Chile desde Mozambique para filmar Rebelión Ahora, mi segundo film clandestino en el país. Jorge Gazón, mi gran amigo de infancia en Quinta Normal, me transportaba en lo que él llamaba auto deportivo. Íbamos rumbo a la productora de Abdullah. Veníamos desde Las Rejas, cuando pasábamos frente a la Estación Central, ya un poco cansado de su agotadora musiquita, no recuerdo si era Dyango, Serrat, Camilo Sesto o un tal Perales, le pregunté si podía cambiarla y buscar otra cosa, algo más agradable de escuchar. Empiezo a girar el dial sin encontrar nada que me sedujera. De pronto, como relámpago, escucho unos acordes que reconozco de inmediato; entonces, traté de sintonizar lo más fino posible. Reconocí esos acordes y le comenté: «Esa es la sinfonía número siete de Leningrado, de Shostakovich». Mi querido amigo, casi hermano, me mira, y con cara de autosuficiente me dice: «¿Y vo quien te creí conchetuma…, si también vení de Quinta Normal?».

Esta reacción de mi querido amigo de infancia, es el mejor ejemplo y reflejo del trauma mental que sufren los jóvenes de la periferia de nuestra sociedad. La marginalidad en que viven por generaciones los hace sentirse presos en un apartheid social que nunca acaba. Pero que solo esa inteligencia marginada, descontenta, podrá ponerle fin.