A unos ciento ochenta kilómetros al noroeste de Londres topamos con el condado de Gloucestershire. Se trata de una interesante área repleta de parajes pintorescos, hermosas ciudades y restos históricos anteriores al período normando, que basa su economía en la agricultura y la cría de ovejas desde tiempos inmemoriales.

Gloucestershire está dividido en tres zonas: los Cotswolds, conocidos por sus colinas y edificios, dotados del encanto que da el uso de la piedra caliza caliente color miel extraída a mano y empleada por igual en viviendas, iglesias y mansiones; el Real Bosque de Dean, parque forestal de gran belleza natural y un sugerente aura de magia y misterio que ha servido de inspiración para autores como Tolkien y J.K. Rowling; y el valle de Severn, alrededor del río más largo de Gran Bretaña, donde tienen su refugio miles de aves.

Gloucester es la capital del condado y sus orígenes se remontan a la época romana. Antes de la conquista normanda constaba de un castillo, que servía de residencia real, y una ceca. La ciudad, además de una catedral (la abadía de San Pedro, construida en 681 y lugar de enterramiento del rey Eduardo II), alberga numerosas iglesias, de tal manera que un antiguo proverbio rezaba: "Tan seguro como que dios está en Gloucester".

Muy cerca de Gloucester, a los márgenes de una antigua calzada romana, se encuentra la pequeña localidad de Brockworth, que pasaría desapercibida si en ella no se protagonizase uno de los más curiosos acontecimientos, el verdadero motivo que nos lleva a introducir estos lugares, de enorme belleza y gran interés. Este no es otro que presentar una competición tan peculiar como pocas, el Festival del queso rodante de la colina de Cooper ( Cooper's Hill Cheese Rolling and Wake).

Las primeras referencias escritas al respecto datan del siglo XIX, sin embargo, sus orígenes se desconocen. Se cree que este, junto a otros tantos acontecimientos, tenían lugar en la época estival como conmemoración de la llegada del verano, pero con el paso del tiempo se fueron reduciendo hasta quedar tan solo el cheese-rolling, cuya celebración se trasladó al último lunes de mayo.

Un doble queso Gloucester de casi cuatro kilos es lanzado rodando colina abajo por el maestro de ceremonias desde Cooper´s Hill. Su empinada y resbaladiza pendiente hace que los quesos alcanzan velocidades superiores a los cien kilómetros por hora. Un segundo más tarde, comienzan su carrera tras el queso los corredores, que rápidamente dan con sus huesos sobre la hierba para continuar el descenso rodando de la misma forma que el queso. Por fortuna, al final del recorrido se encuentran las fornidas figuras de los catchers, con el objeto de poner fin a tan frenética carrera.

La finalidad no es otra que atrapar el queso: quien consiga cogerlo, o esté más cerca de hacerlo, y alcance la meta habrá ganado. ¿El premio? El queso, claro. Pero atrapar el queso a tal velocidad es una empresa tan difícil de conseguir como la de mantenerse en pie, no basta solo con atreverse.

Cada año se aproximan cientos de espectadores para presenciar tan particular evento, que se dispone en varias categorías: hombres, mujeres, infantil, colina arriba.

Quienes tampoco faltan al acontecimiento son sanitarios y ambulancias, preparados para atender las numerosas lesiones derivadas de las caídas o incluso por haber sido golpeados por el propio queso en su descenso. Pero ni las roturas ni las torceduras parecen importar demasiado a los intrépidos concursantes, dispuestos a pagar casi cualquier precio por hacerse con el queso y la aclamación del público año tras año.