Soy un gran consumidor de aguacates, una fruta deliciosa de origen latinoamericano. Tiene varios nombres, como palta o avocado, entre los más comunes. Sus beneficios para la salud son muchos y se ha convertido en uno de los ingredientes de varios platos. El aguacate se exporta en grandes cantidades desde México, Chile, Perú e Israel, entre otros. Una vez me contaron que las plantaciones de aguacate en Israel comenzaron con las semillas que un chileno llevó a ese país alrededor de 60 años atrás.

Recientemente me he preguntado, lo hago con muchos alimentos: ¿cómo y dónde se produce el aguacate y en qué medida es un alimento ecológico y socialmente sostenible? Lo que he descubierto me preocupa, porque lo considero una injustica y, además, una aberración ambiental. El cultivo de aguacates requiere una cantidad enorme de agua y habitualmente se cultiva en zonas áridas, donde el agua, desgraciadamente, escasea, creando una infinidad de problemas para los agricultores y la población local, ya que las bellas plantaciones de aguacate, que sorprenden con su verde intenso, en contraste con el un paisaje casi desértico, absorben toda el agua disponible, dejando a los demás sin una gota, sobre todo en los periodos de sequía.

La fuerza económica de los productores de aguacates hace que ellos sean los únicos privilegiados, imponiendo la fruta como monocultivo, que lentamente obliga a la emigración o a la desesperación de los campesinos locales, que cultivan productos tradicionales de manera menos intensa, más variada y que en la mayoría de los casos usan menos agua y permiten la coexistencia a nivel de comunidad.

El control del agua lleva consigo violencia, causada por lo que muchos considerarían progreso, pero que en realidad implica destrucción. El modelo de plantaciones en monocultivos basadas en productos que permiten márgenes de ganancias relativamente altos, altera la vida de las comunidades, forzándolas al éxodo hacia las grandes ciudades o a una vida miserable en sus «viejas tierras». Por otro lado, el monocultivo perjudica el terreno, lo desgasta y en este caso particular, pero no único, absorbe, como hemos dicho, toda el agua disponible. Agua, riqueza natural que en estos momentos se ha convertido en privilegio y arma, usada para el control y la «destrucción» de la tierra arable.

Cabildo, en la provincia de Petorca en Chile, a unos 200 kilómetros al noroeste de la capital, Santiago, se encuentran unas de las más grandes plantaciones de aguacates del país. Esta fruta se exporta en grandes cantidades y los monoproductores de aguacates tienen el absoluto control del territorio y, por ende, en sus manos los recursos hídricos. Desde un punto de vista estético y despreocupado, algunos podrían afirmar que han convertido esos parajes en un «falso vergel». Pero si nos acercamos a la realidad cotidiana, podremos percibir la violencia de las mono culturas y la arrogancia del poder económico. Las poblaciones locales no tienen agua y nadie se preocupa por ellos. Nadie trata de afrontar el problema ni los representa, dejando todo a manos de los dueños de las grandes plantaciones y a su lógica abusiva. Una lógica que también vemos en la pesca, la minería y la madera.

Este problema no es exclusivamente chileno, lo observamos también en México con el agravante que la violencia allí es más visible, debido a las alianzas entre los dueños de las plantaciones y los narcotraficantes. La población local no sólo sufre la miseria y es obligada a dejar sus tierras, sino que también deben soportar violencia física y a menudo la muerte. Detrás de todos estos dramas, lo que observamos es el control desmesurado por parte de unos pocos de todos los recursos disponibles sin consideración alguna con el resto de la comunidad. La implacable lógica de la riqueza y la fuerza se ha sobrepuesto a la debilitada lógica de la justicia y la humanidad. Por este motivo y tristemente, he dejado de comer aguacate como un último intento de llamar la atención y hacer presente que esta violencia no la podemos ni debemos tolerar. En pocas palabras, lo que está en juego en la guerra del agua y los recursos naturales es: el abuso por una parte y el ambiente y las comunidades por el otro. .