Si hay algún lugar donde podemos situar el origen de la civilización griega, ese es Creta. También, en parte, es el origen de las costumbres culinarias de los países abanderados de la dieta mediterránea.

Al sur de Grecia, apartada de la parte peninsular, se encuentra Creta, la isla más grande del país heleno y la quinta en tamaño del Mediterráneo. Creta no sólo es conocida por la belleza de sus playas de arena blanca y aguas cristalinas o por el valor de sus restos arqueológicos y de sus paisajes de ensueño, además, es conocida dentro del universo gastronómico por tener una de las cocinas regionales más ricas y saludables del Mediterráneo, si no del mundo.

Frutas frescas, hierbas aromáticas, aceites de oliva de una calidad extraordinaria, verduras frescas, pescados y alimentos naturales componen la base de la genuina cocina cretense. Ingredientes, todos ellos, de consumo obligado para mantener una dieta equilibrada y saludable. Y es por esto por lo que las costumbres alimentarias de Creta se convierten en referencia de la buena alimentación en los años 60, cuando se populariza la idea y modelo de la dieta mediterránea.

La dieta mediterránea, declarada desde 2010 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, va mucho más allá de la ingesta de determinados alimentos. Es algo que forma parte de una cultura e implica un estilo de vida en que debe incluirse la actividad física diaria, el consumo de alimentos frescos y naturales, el equilibrio en las cantidades, la socialización y el tener una mente sana alejada al máximo posible del estrés y de la vida ajetreada.

En realidad, esta «idea de cultura» ya existía desde la Antigüedad en los países de la cuenca Mediterránea, pero, como comentábamos, no sería sino hasta los años 60 que se populariza su incursión fuera de sus fronteras. Curiosamente, parte de la mano de un estadounidense, Ancel Benjamin Keys, y, por supuesto, este contó con la ayuda de la difusión de la prensa.

Aunque Ancel sentó las bases, el concepto de «dieta mediterránea» tal cual, fue introducido en 1993, por la Organización Oldways durante una conferencia en Cambridge.

Entre la década de los años 50 y la de los 60, Keys, quien también era un fisiólogo de la Universidad de Minneapolis, estaba inmerso en una investigación de divulgación científica, recogida en sus libros Cómo comer bien y estar mejor al estilo mediterráneo y Estudio de los Siete Países —Italia, Grecia, Yugoslavia, Holanda, EE.UU., Japón y Finlandia—, donde estudiaba cómo la dieta se relacionaba y afectaba las patologías cardiovasculares y los índices de mortalidad.

Entre los siete países objetivo del estudio de Keys, estaba Grecia; el científico se centró de manera concreta en los hábitos y el estilo de vida de los hombres de entre 40 y 59 años de la Creta rural de la década de 1950. El estudio incluía —además de la observación y el estudio del estilo de vida— análisis de sangre, electrocardiogramas, historización de los hábitos dietéticos, costumbres alimentarias, análisis químico de los productos locales, evaluación de la tolerancia a la actividad física, al igual que algunos historiales alimenticios de los sujetos objeto del estudio.

Creta ofrecía el entorno ideal para poder obtener los resultados de cómo sería una dieta a base de alimentos naturales de la zona: legumbres, pescados, horta (un tipo de ensalada templada de consumo habitual a base de hierbas silvestres), grasas vegetales, frutas frescas, cereales y grasas no saturadas; ante todo, estaba la presencia del aceite de oliva.

Tras concluir los estudios en los siete países, los resultados más favorables se dieron en Creta, donde los índices de colesterol resultaron inferiores y los casos de enfermedades cardiovasculares y mortalidad asociada (o no) resultaron ser menores (57 veces menor que en Finlandia), a pesar de que en la dieta de Japón el porcentaje en la ingesta de calorías provenientes de grasas era de un 9% y en Creta de un 37%.

Estos resultados se explican, según los expertos, gracias al consumo de los ácidos Omega 3, aceite de oliva, antioxidantes, el consumo habitual de frutos secos y el consumo moderado de vino; sin olvidar a la actividad física de los trabajos manuales en el entorno agrario o ganadero.

Hoy en día —aunque la dieta mediterránea ha sido expuesta a varios estudios, comparaciones, críticas y hasta ha sido cuestionada— sin duda alguna, la dieta y la vida mediterránea original y primitiva, siguen siendo la mejor manera de mantener unas costumbres y hábitos sociales, físicos, mentales y alimentarios que resultan en una vida saludable.