Llegué a Barcelona, la ciudad en la que ahora vivo, buscando un descanso y encontré una nueva vida. Me gradué en Babson College, una escuela de negocios en los Estados Unidos y tuve varios trabajos en Colombia: fui director de fondos y tesorería en un banco, gerente de marca para dos compañías y, finalmente, director de marketing en una multinacional en la que desarrollé un proyecto muy ambicioso de reestructuración de departamento. Cuando terminé el proyecto estaba quemado, así que dejé el trabajo y me vine a Barcelona a tomar mis primeras vacaciones en cinco años desde mi graduación. Aquí conocí la joyería por casualidad y desde el primer momento supe que esa sería mi pasión y mi oficio. También fue Barcelona la ciudad que me permitió convertirme en quien quería ser y hacer lo que quería hacer, lejos de las presiones sociales de mi entorno y del qué dirán.

Como ejecutivo desempeñé cargos importantes y cambié mi vida, mi tiempo y mi futuro por una importante suma de dinero, pero esa vida me aportaba solamente beneficios profesionales, casi ninguna satisfacción personal. La transición no fue fácil, pues me había educado para desempeñar puestos importantes y ganar dinero, pero en Barcelona me di cuenta de que eso no era lo importante, la felicidad que me brindó el oficio me hizo ver que se podía sacrificar el estatus por la felicidad y la plenitud. En Barcelona aprendí a vivir con menos y a llenar el vacío monetario con una serie de retos y satisfacciones personales.

Pero el cambio fue muy difícil, me sentí muy mal durante un par de años, como si decepcionara a todas las personas que habían apostado por mí e invertido en mí. Me había educado para alcanzar las metas que la sociedad impone en un joven ejecutivo y, desafortunadamente, ese no era el futuro que anhelaba. Muy pocas personas de mi entorno me entendieron al principio. Cuando miro hacia atrás me parece que la vida del ejecutivo la vivió otra persona: un muy buen sueldo, una vida más o menos solucionada, jefes implacables, una competencia permanente por un éxito que se mide solamente por la remuneración y la importancia del cargo. Mi vida hoy no es menos dura, sobrevivir en el mundo artístico es muy difícil, hacer dinero lo es más; la joyería es un oficio muy solitario y al principio se cuenta con muy pocos recursos. Pero esta fue mi elección, el futuro que elegí para mí, no el que me marcaron otros. Trabajar con las manos creando belleza es muy satisfactorio. También soy dueño de mi tiempo, y eso no tiene precio, aunque haya que trabajar mucho más duro y los resultados tarden mucho más en llegar.

La joyería me permite contar historias; por ejemplo, hay colecciones mías que cuentan historias de violencia y de guerra con el sufrimiento como protagonista; otras que hablan de leyendas precolombinas de cuando los hombres se maravillaban con los fenómenos naturales; unas hablan de amor, otras de decepción y las más nuevas narran el vacío. Estudié técnicas que me permitieran expresarme como joyero. Aunque no soy experto en nada, sí considero que sé un poquito de muchas cosas. Llegué tarde a un oficio en el que es mejor empezar desde muy temprano. Sin embargo, este conocimiento más general es el que me permite usar la herramienta o técnica adecuada en el momento preciso.

Me enriquece enormemente ver y experimentar lo cotidiano en diferentes partes del mundo. Ver qué tipo de problemas tiene la gente y cómo los resuelve, el lenguaje corporal, la forma de vestir, adornarse e interactuar, la belleza, el ruido, los olores y los sabores. Para mí viajar es la mejor y más divertida forma de enriquecerse.

He viajado a lugares remotos para estudiar técnicas que me han interesado. Por ejemplo, en Mompox, un pueblecito apartado en la costa atlántica colombiana, estudié filigrana, una técnica que llegó a Colombia en los tiempos coloniales desde España y África. También viví dos años en Idar-Oberstein, un pueblo perdido en el interior de Alemania donde estudié mi maestría en talla de piedras preciosas.

Comparo los diferentes mundos que fui conociendo y, por un lado, me gusta mucho la seguridad que ofrecen los países del norte europeo, que paradójicamente se traduce en una joyería muy arriesgada porque los artistas no temen explorar, experimentar o equivocarse; las escuelas los inducen a ello. Tratar los materiales preciosos sin miedo, como si fueran comunes. Me gusta el respeto que sienten los escandinavos por la naturaleza y como se plasma ese respeto en su trabajo. Por otro, admiro la nueva joyería que llega de Asia, me sorprende y me emociona la joyería que veo de Korea, China, Taiwan y Japón. Estados Unidos es siempre abundante y masivo, dentro de tanto y tanto que se produce allí hay lenguajes muy destacables.

Siempre busco plasmar mis experiencias y vivencias. En mi joyería cuento mis historias y por supuesto que el universo de nuestra literatura y de Macondo está siempre presente, es mi pasado, la tierra en la que nací y crecí, los conflictos que me tocó vivir y sufrir y que ahora puedo ver con otra perspectiva desde la infinita seguridad que ofrece el continente europeo. En Barcelona empecé a contar la historia de lo que viví en Medellín. Aquí encontré la tranquilidad para hacerlo.

Siento muy cercana la literatura colombiana y la latinoamericana en general, me parece que el continente centro y suramericano tiene una vivencia común muy interesante y una literatura fascinante de la que me inspiro constantemente. Entre mis escritores colombianos preferidos figuran Gabriel García Márquez, por supuesto, Fernando Vallejo, Álvaro Mútis, Laura Restrepo, Héctor Abad Faciolince, Jorge Franco, Germán Castro Caycedo, Santiago Gamboa, William Ospina y Juan Gabriel Vásquez.

Me siento joyero más que artista y con frecuencia encuentro el mundo artístico distante e incomprensible pero últimamente me han llenado de admiración, fascinación e inspiración las esculturas de Stephan Balkenhol, el estudio sobre Reparación de Kadder Attia, las pinturas en tiza de Tacita Dean, las instalaciones / performances de Tino Sehgal, el trabajo sobre la memoria de Ai Wei Wei, la monumentalidad de Anish Kapoor y el perfeccionismo de Ron Mueck y Jeff Koons.

En este momento, acabo de regresar a Barcelona después de pasar dos años y medio en Alemania haciendo una maestría en talla de piedras preciosas y joyería artística. Mis planes inmediatos son producir colecciones de joyería con piezas de gran colorido en las que las piedras preciosas empiecen a ser las protagonistas de nuevas historias. Quiero encontrar la forma para separar adecuadamente el lenguaje más personal y artístico del más comercial. A medio plazo está el lanzamiento del libro Collares para el próximo año. A largo plazo tal vez un par de libros más, el tiempo dirá.

Publicaciones:

Pendientes. 500 creaciones artísticas de todo el mundo (Promopress, publicado en varios idiomas)
Anillos: 500 creaciones artísticas de todo el mundo (Promopress, publicado en varios idiomas)
Collares. (Promopress, en preparación en varios idiomas)

Biografia:

Nicolás Estrada (Medellín, 1972) llegó a Barcelona para hacer un MBA pero unos estudios de joyería artística en la Escola Massana de esta ciudad le revelaron su verdadera vocación: hacer joyas que cuenten historias. A partir de ahí (en el 2000) colgó el traje para perseguir su sueño. Nicolás Estrada se ha formado en distintas áreas técnicas de la joyería, así como técnicas tradicionales, como la joyería bereber de la Kabylia, la talla de piedras y también la filigrana de Mompox, en Colombia. Sus joyas pueden encontrarse en galerías de todo el mundo, desde Glasgow, a Turín o Riga, y desde San Francisco a Medellín o Barcelona. Su trabajo es artesanal, personal y trasgresor: así, quien se interesa por una de sus piezas acabe identificándose con ella. Nicolás Estrada ha ganado múltiples premios en España, Alemania y Holanda.