Estoy solo en casa. Afuera llueve lentamente. Todo es silencio. Desgraciadamente, he terminado el libro que estaba leyendo. Durante el almuerzo, hablé con dos amigos que se trasladan a Cerdeña dentro de unos pocos días. Desde la ventana, a mi izquierda veo el viejo olivo que sacude sus ramas. Hace un poco de viento y pienso en mi soledad y mis cosas. Mañana parto de viaje y tengo que prepararme, pero tengo tiempo. Son las 17.45 y está aún claro afuera. Estos últimos días han sido primaverales. ¿Quizás como estará el tiempo en el norte de Europa? Pero no quiero pensar en esas cosas.

Durante el almuerzo hablamos de muchos temas. Uno fue la vida moderna. Mi amigo me contó de su padre: el en unos días cumple 100 años y van a celebrarlo en familia. Me habló de sus dos hermanas solteras que han vivido siempre en la misma casa y que cuidan al padre. De su tío que murió a los 102 años. La gente en Cerdeña es conocida por su longevidad y por el fabismo y las habas crudas. Son un manjar para mí y esta es la temporada de las habas. En realidad, estos últimos días he comido kilos de habas. ¿Quizás aún habrá habas frescas en el mercado cuando vuelva? Pero tampoco quiero pensar en las habas ni el fabismo, ni en la longevidad de la gente de Cerdeña. La isla estuvo en manos de los españoles por siglos y el dialecto del suroeste está lleno de hispanismos. En el norte, la lengua es parecida al catalán. Me han invitado a visitarlos y pienso que probablemente iré a verlos.

Ellos comieron de todo, mientras yo devoraba mi ensalada y verduras crudas. También comieron carne de cordero y sus comentarios fueron positivos. Especialmente en relación a la carne. Estas últimas semanas han nacidos decenas de corderitos. Los machos terminan en la carnicería y las hembras como ovejas de leche.

Saber que los corderos serán devorados antes de que cumplan diez semanas me hace imposible visitarlos. Antes lo hacía sin problemas y me alegraba al verlos jugar, correr y saltar llenos de vida. Pero desde hace unos meses no puedo soportar la idea. El otro día llamó una asociación animalista que quería comprar todos los corderos para que no sean descuartizados. Estaban dispuestos a pagar 5 euros al kilo para salvarlos. El precio no era bajo, considerando que compraban animales vivos. La sensibilidad de la gente está cambiando. Lu, la voluntaria francesa que está aquí desde hace unos diez días, es vegetariana. Ella cuida los corderos y las ovejas y sufre con la idea que de vez en cuando desaparecen 2 o 3. He presenciado ya algunas discusiones sobre la crueldad del lugar y ahora con esta oferta de comprarlos vivos todo se hace más difícil. Pienso en la contradicción de ser vegano en una granja donde se crían animales de carneo. El mundo está lleno de contradicciones, me digo.

Nicola siente la tensión y habla de dedicarse solamente a las ovejas para la leche y el queso y de vender los corderos machos vivos. Lo escucho sin decir nada. Al restaurante vienen muchas personas para comer carne. Comer carne de corderos de leche que han sido criados en un ambiente natural con leche de ovejas que se alimentan libremente en pastizales. Desde la otra ventana, detrás de mí, veo el cuero de unos diez corderos secándose. Nadie sabe por el momento que se hará con los cueros. Pero están allí y los veo todos los días como un emblema de un sacrificio cotidiano. La gente de la Cerdeña es conocida por sus habilidades en la preparación de la carne de cordero y en la producción de quesos de leche de oveja. Pensándolo bien, quizás no vaya a Cerdeña.

El otro día estuve leyendo algunos artículos sobre el queso de oveja hecho con leche de ovejas que se alimentan en pastizales al aire libre. La leche es particularmente grasa y contienen omega 3 y 6, que permiten reducir el colesterol con sus grasas no saturadas. Quizás la idea de producir exclusivamente leche y quesos no sea una mala idea. Lo podríamos proponer como un queso que hace bajar el colesterol y que además tiene un sabor exquisito. Explicaríamos a los clientes que los animales son tratados “humanamente” reduciendo el dolor y los sufrimientos al mínimo y que en esta granja no se produce carne. Los clientes pagarían un poco más por el queso, las ovejas estarían bien en el campo y yo podría dejar de pensar en los corderos que cuelgan cabeza abajo con un corte a la yugular y desangrándose.

Sé perfectamente que la soledad me hace mal, que fue un error leer el libro de un solo golpe y que tengo que pensar en otras cosas. Miro por la ventana nuevamente y ya está oscuro. Miro el reloj y son las 18.30. Nicola y Lu están dando de comer a las ovejas y yo tengo que prepararme para el viaje. Desgraciadamente el tiempo vuela.