No estás acostumbrada, por eso al principio ni cuenta te diste. Luego, no era que no te dieras cuenta, simplemente no dabas crédito. ¿Cuándo en la vida le habías gustado al guapo del salón? Pero, sí. Ahí está y te está esperando. El quarterback del equipo de fútbol americano se recarga en el marco de la puerta y te sonríe. Es una media sonrisa, un poco tímida, que se acompaña de un ligero rubor. No te hagas la tonta. Deja ya de estar buscando cosas en el fondo de la bolsa. Sabes bien que no se irá. Se va a quedar parado, hasta que salgas, como lo ha estado haciendo cada vez que se acaba la clase. Y, tal como lo ha hecho últimamente, te preguntará una simpleza, o te inventará una bobería para entretenerse y platicar contigo. Te cargará los libros y te acompañará hasta el auto. Esta vez tiene intenciones de darte un beso de despedida. Tal vez se atreva.

Está nervioso y está decidido. Las clases del semestre están a punto de acabar y él no ha encontrado la forma de decirte cómo se siente. Sabe que el reloj de arena no está a su favor, piensa que una vez que se agoten los granitos no te volverá a ver. Se desespera. Ninguna estrategia le ha salido. Contigo, todo le resulta más difícil. No encuentra la forma de acercarse y hacerte entender.

Y tú ¿qué crees, que les pide a todas que lo vayan a ver a la práctica de americano? Eso lo hace para lucirse contigo. Para impresionarte. Para que lo veas hacer todas esas lagartijas. Para que creas que es un descuido eso de quitarse el jersey. Pero no, es parte del plan para que le veas todos los músculos del pecho, lo bien trabajado que tiene el abdomen y las maravillas que el ejercicio ha hecho con sus brazos. Le dijiste que irías a verlo y no llegaste. Se te olvidó. No creíste que le diera tanta importancia. Anda desesperado. No encuentra la fórmula de enternecerte. No entiende por qué los trucos que usa con las chicas, contigo no funcionan. No sabe cómo sacarte una sonrisa. Y tú, con esa crueldad que da la indiferencia de quien no se da por aludido, lo torturas. Sin darte cuenta, lo fustigas.

Cree que te haces la interesante, que lo miras por la ventana de la biblioteca y luego finges regresar a la lectura. Ni se imagina que a ti sí te gusta la lectura y te puedes perder entre los renglones de un libro. No le pasa por la cabeza que un poema escrito hace más de un siglo te arrebata mil suspiros. Está seguro de que sí sabes. Cree que te diste cuenta del día que te estaba ayudando a recoger las cosas y lo sorprendió una erección. No te hagas. Te diste cuenta de que tenía los ojos clavados en el escote. ¿A quién se le ocurre agacharse de esa forma tan descuidada? Se le despertaron los sentidos. El bulto entre las piernas creció una enormidad, como el cauce de un río que se quiere desbordar. Intentó disimular, controlarse. Cerró los ojos y aspiró profundamente. Peor. El aroma de tu perfume le llegó al último rincón del cerebro. No lo pudo controlar. Con una gran explosión, como lanzando millones de estrellas, una mancha le mojó el pantalón. Siempre es pronto para hacer lo que no hacemos. Corrió al baño. Te dejó recogiendo los lápices y plumas que se resbalaron del escritorio. Ese día llevabas tanta prisa que saliste corriendo. El pobre creyó que te había asustado.

No, claro que no estás imaginando. Quítate eso de la cabeza. Le gustas y mucho. Sí, la primera vez que te rozó las nalgas fue sin querer, las siguientes no. En el mundo no hay tantas casualidades. Procura esa coincidente cercanía. Busca ese vértigo que le provoca el flujo de energía que se le aprieta, que lo proyecta a ese estado de ensoñación. Cierra el puño, jala la mano que desobediente quiere tocar esa redondez que tú no valoras. No lo creas tan inocente. Ya te imaginó debajo de sus sábanas, mordiéndote la nuca y haciéndote gritar. ¿Te lo puedes imaginar? Carne contra carne, en ese juego de sufrimiento y diversión.

Te cuesta tomar afecto. La memoria es una gran traidora. Si no fueras consciente de que jamás, jamás le has gustado al más guapo de la clase, verías lo que tu cuerpo ya percibió. Tanta represión y la voz de tu madre repitiendo que eres fea, que estás gorda, que te tapes. Hasta que eso, no se murió, se durmió. Crees que el paso del tiempo te ha quitado el brillo, te ha marchitado la belleza. Sigues sin querer ver la señal. Te lo digo y te lo vuelvo a repetir, le gustas y te espera. Se recarga en el marco de la puerta.

Menos mal que no te das cuenta. Menos mal que el rector llegó en el momento preciso para comentarte el problemón que hubo con otra maestra que sí se dio cuenta, que cruzó el umbral sin reflexionar y que ahora tiene un proceso judicial en su contra. Hay líneas que no se deben traspasar, especialmente las que marca la ley. Los alumnos van de un lado y los profesores de otro. ¡Qué suerte tuviste! Por distraída, te salvaste. Pero, ten cuidado. Eduardo es perseverante.