Aprovechando la época estival, en esta ocasión os voy a contar la historia de una mujer, Guadalupe, que tiene el mérito de haber sido una de las primeras valientes que utilizó uno de los primeros ordenadores que llegaron a España (a principios de la década de 1950), cuando estos eran precisamente eso, unas máquinas cuya principal virtud era que ordenaban la información que previamente se había codificado a un lenguaje comprensible para ellas.

Pero empecemos por el principio. Guadalupe nació en el año 1931 y sus padres le animaron a que estudiara, algo no demasiado habitual en aquella época. Y así lo hizo. No había cumplido veinte años cuando se tituló como perito mercantil, tras estudiar una carrera casi exclusivamente cursada por hombres.

Después de colegiarse, comenzó a trabajar en el departamento de contabilidad de una compañía constructora. Ahora esto nos parece normal, pero no lo era tanto en aquella época, ya que las empresas reservaban para las mujeres los puestos de secretaria y otros de menor rango. Cuando los caballeros que trabajaban en la sección de contabilidad descubrieron que el anunciado nuevo compañero era una mujer se lanzaron a hacer todo tipo de pronósticos… poco halagüeños para el nuevo fichaje.

En fin, Guadalupe comenzó a trabajar realizando la tarea más sencilla posible: cerrar los libros de contabilidad; ella sabía que tarde o temprano tenía que ganarse la confianza de la empresa, de modo que trabajó como solo sabía, con rigor y seriedad. ¡Y vaya si lo consiguió! Se convirtió en la «guardiana» de los números; nada se escapaba a su control. Nada ni nadie, porque por su mesa pasaron todos los empleados del departamento para redimir sus errores contables. En apenas un año ya cobraba lo mismo que las secretarias más veteranas de la empresa.

Dos años transcurrieron en estas tareas hasta que la dirección decidió que había llegado la hora de modernizarse: compraron los primeros ordenadores que llegaron a España. Lo de subirse al carro de la modernidad estaba muy bien, pero los gestores de la empresa se toparon con un problema que no habían valorado. ¿Quién se encargaría de ellos? ¿Quién podría responsabilizarse de esta novísima y desconocida tarea?

En la oficina, metafóricamente, todos los empleados comenzaron a silbar y a hablar en sueco… ninguno estaba dispuesto a pelearse con aquellas máquinas infernales. De modo que todas las miradas se dirigieron a Guadalupe. Si ella había conseguido hacerse con una tarea de responsabilidad en el campo contable, seguro que sería capaz de «domesticar» a aquel artilugio.

Y así fue. Guadalupe aprendió el manejo básico de manos del técnico de la casa comercial IBM que les había vendido el ordenador.

El «equipo informático» de entonces estaba formado por tres máquinas, que funcionaban, grosso modo, de la siguiente manera: en primer lugar, había que teclear todos los datos en una especie de máquina de escribir (perforadora) que traducía toda la información en perforaciones en una ficha. Cada documento tenía su correspondiente ficha perforada. Para obtener la información ordenada por diversos criterios, se habían de meter todas las fichas en una máquima clasificadora, que por métodos mecánicos era capaz de extraer la información solicitada. Finalmente, era la máquina tabuladora la encargada de traducir los datos en texto inteligible.

No sin algún que otro percance con aquel artilugio, Guadalupe fue pionera en su manejo. Su reconocimiento como «domadora de la máquina» hizo que fuera reclamada por algunas empresas para ayudarles con la implantación de sus ordenadores. Incluso una farmacéutica le extendió un cheque en blanco en pago de su inefable ayuda.

Como en los cuentos, el amor llegó a su vida y contrajo matrimonio con uno de sus compañeros, Francisco. Para desgracia de muchas mujeres de entonces, tuvo que dejar de trabajar. Sin embargo, ella nunca ha dejado de aprender, leer y llevar su contabilidad con una preciosa caligrafía inglesa, aunque nunca más volvió a manejar un ordenador.

Guadalupe fue una rara avis en su tiempo y ahora, con 86 años, lo sigue siendo. En su 84 cumpleaños sus hijos le regalaron una tablet… que ella no aceptó de muy buena gana. De hecho, estuvo meses abandonada en un cajón, hasta que un día decidió enfrentarse a aquella máquina y dominarla, igual que había hecho allá por los años cincuenta.

La tarea no ha sido fácil, pero, como afirma Mario Alonso Puig, muchos de nuestros logros no se deben a los conocimientos teóricos, sino a que ponemos el corazón para alcanzarlos. Y ese es precisamente el secreto de Guadalupe: poner el corazón en todo lo que hace.

Guadalupe es, sin duda, una mujer muy especial por muchos motivos.

No puedo terminar estas líneas sin confesar que me siento muy orgullosa de ser uno de esos siete hijos a los que educó para que fueran libres e independientes.