La siguiente historia está basada en hechos reales. Por esa razón, los nombres a continuación utilizados han sido modificados con la intención de proteger la privacidad de sus protagonistas.

Ya tenía tiempo que no le veía; para ser un trabajo tan demandante de tiempo como lo es una tienda era raro no encontrarme con ella. A fin de cuentas, Camila era floja, sí, pero no por ello era irresponsable, tenía que ver por su hijo así que no era común que ella faltase; aunque claro, siempre cabía la posibilidad que no hubiera encontrado quien le cuidara al pequeño. La vida de madre soltera a veces no es fácil.

La conocí en el trabajo, una chica agradable con quien podía reírme y platicar largo y tendido en esas tediosas horas matutinas en las que ni el trabajo de limpieza y acomodar hacían que la jornada fuera más llevadera. Es lo que sucede en este tipo de lugares, la convivencia obligada de sus empleados hace que los lazos que se generan sean fuertes y rápidos, es gracioso pensar que pasábamos más tiempo interactuando entre nosotros que con nuestra familia.

Siempre tratábamos de hacernos la vida más fácil, sobre todo cuando los jefes andaban de malas. Que si las ventas iban mal, que si había un producto que no se movía tan rápido, que si los clientes andaban especialmente susceptibles a ponerse de malas aun con la más ligera interacción.

«Solamente estoy viendo, gracias» con un tono que más bien era una cachetada cuando lo que uno decía era «bienvenido».

Irónico, muchas veces dimos la bienvenida a gente que honestamente hacía que uno se sintiera incómodo; ese estatus semidivino al que se sentían con derecho algunas personas y solamente porque nos encontrábamos del otro lado del mostrador. Qué diferencia tan grande es a veces una caja registradora, nosotros con el poder de negarles el servicio y ellos creyendo que podían aplastarnos con el peso de sus deudas, perdón, de su cartera.

¿Quién estaba equivocado? Creo que es algo que nunca sabré.

Fue entonces que apareció, con su figura ligeramente rechoncha y su andar decidido y fastidiado a la vez; todo esto porque la señorita quería guardar todo el estilo presente. Prefería sufrir de pies hinchados y doloridos antes que dejar las zapatillas y perder el estilo, por lo que ya se imaginarán que a veces la plática rondaba como tema principal el hecho que nos tuvieran de pie todo el día, pero eso sí: «Antes muerta que sencilla».

«¡Hola David! Tantos años sin vernos, no andaba muerta, solamente estaba de parranda, jajaja».

Era la primera vez que escuchaba la voz de Camila en casi una semana; dado que la gente aquí suele desaparecer sin decir más, pensé que ella se había unido a ese no tan selecto club de los que abandonan el trabajo.

«Como eres Camila, hasta suerte tienes que no te hayan corrido luego de los tres días que no te presentaste; ni siquiera tu gerente sabía de ti, seguro te dio algo por andar de tragona, jajaja».

En ese momento supe que algo no estaba bien, mientras esperaba lo que suponía era una respuesta oportunamente pensada como era su estilo, ella solamente sonrió. Lo hizo como quien prueba una amarga cucharada de ironía; esa es la palabra, ironía.

De principio no entendí a que se debía esa sombría mueca que intentaba convertirse en risa, cuando simplemente atinó a decir: «Me dices cuando salgas a comer».

Cabe mencionar que pese a que nos llevábamos bien, nunca se nos dio salir a comer juntos, de hecho esas dos horas me gustaba pasarlas para disfrutar de la soledad que podían conferirme los audífonos en la zona de comida de una plaza comercial; lo último que deseaba en ese momento era tratar con más personas y, sin embargo, sabía que algo no estaba bien con Camila, andaba rara.