Cuando nadie me ve, me abandono a mil pensamientos que se empeñan en llevarme por senderos que no quiero recorrer.

Cuando nadie me ve, me reúno con mi soledad y lloramos las dos abrazadas. Mas es un llanto dulce y liberador.

A veces, cuando nadie me ve, me permito ser débil y me rindo ante las lágrimas que resbalan por mi cara, sin cerrarles el camino.

En la noche oscura, cuando nadie me ve… la sonrisa no acude a mis labios, y mi memoria me bombardea con realidades que disfrazo de pesadillas.

Cuando nadie me ve, me rindo y dejo de ser fuerte. Libre del peso de la cordura, mi pensamiento es más ligero y loco.

En los momentos de sombras desearía borrar mi huella del universo, eliminar de un plumazo mis fotografías, mis recuerdos, que nadie pudiera verme siquiera en su memoria. Desearía caminar hasta donde ni yo misma pudiera encontrarme.

Pero también a veces, necesito sentir que alguien se acuerda de mí, que alguien se alegra de escucharme, siquiera en sus pensamientos.

Cuando nadie me ve, dejo que mis dedos traduzcan en palabras ese instante que me emocionó, ese sentimiento que quiere liberarse de la tiranía de mi cordura. A veces, solo a veces, creo que pierdo la batalla y esas palabras traicionan.

En mi soledad me compadezco de mí misma, de mi torpeza, de los sueños que sé que jamás se harán realidad.

Cuando ya me he quedado vacía, cuando ya no tengo nada más por lo que llorar, me miro en el espejo y veo una imagen borrosa, difuminada… Reparo entonces en que olvidé mis gafas, y me río de mí misma. Y me burlo de mi despiste como si fuera mi mayor enemiga, y me río de mis ocurrencias, y sonrío recordando mis absurdas ocurrencias, y unas locuras impropias de la persona sería que parece que debo ser.

Cuando nadie me ve, mis lágrimas escapan de la tristeza y se ponen del lado de una dulce melancolía, y me hacen sonreír y recordar cada uno de los besos que di, cada una de las risas que compartí, cada uno de los abrazos que me han regalado.

Me paso entonces al bando enemigo de la realidad e imagino con deleite ese deseo inalcanzable, ese que mil veces viviré en mi pensamiento, y mil veces será perfecto.

A veces, cuando nadie me ve, me río de mis defectos, de mis miedos y de mis desvaríos.

Y al amanecer, cuando nadie me ve, me despiertan infinitas ilusiones que revolotean en mi estómago y me hacen soñar, siquiera por un instante, que va a ser un día especial.