Comencé este año con la ilusión de acometer todos esos propósitos que nos atacan, como una alocada epidemia, cuando estrenamos calendario. Pero todo ese ímpetu se topó con un inesperado obstáculo: la gripe.

Durante más de dos semanas estuve como alma en pena peregrinando de la cama al sofá y del sofá de nuevo a la cama. En ese penoso estado solo necesitaba, además del consabido paracetamol, cuidados y mimos, muchos mimos.

Al atardecer, un delirio febril me trajo un océano de imágenes que inundaron mi razón; vinieron a visitarme, como un disciplinado ejército, todos los besos que he dado, aquellos que escaparon de mis labios y los que me han robado. Besos… miles de besos, y podía ver con claridad cada momento y cada uno de ellos.

Recordé a mi madre agachada junto a mí, una tímida niña de apenas cinco años, que me besaba con ternura tras rescatarme del altillo de un armario donde mis hermanos mayores me habían dejado cautiva y olvidada. Siendo la quinta de seis hermanos, los besos de mi madre eran muy preciados, así que la espera mereció la pena.

Vino después a mi memoria el primer beso de amor, breve pero infinito…

Y cuando ese primer amor se hizo humo, también terminó con un beso dulce y en el que se condensaron miles de sentimientos contrarios: amor y arrepentimiento, pena y culpa. Pero al final quedó un sabor a sincero cariño. Desde aquella primera vez, mil besos he dado, siempre diferentes y mágicos.

Recordé también aquel tiempo en que creía que mi corazón estaba sanado de un antiguo amor, pero un beso rebelde se escapó de mis labios desoyendo a la razón. Atalantado esquivó su destino, la mejilla, para ir a parar a la comisura de los labios que ansiaba, quedando a medio camino. Curiosamente, comisura significa «lo que une». ¿Hay algo más dulce que besar en la comisura de los labios, en unirse con aquello que une?

Cuando los besos han habitado siempre en el mismo lugar, se resisten tozudos a mudarse a las mejillas. Reviví en mi delirio ese beso que se da con todo el cuerpo, ese beso que es como un abrazo; ese muy preciado y que pocas veces practicas. El beso de amistad añeja, de sincera fidelidad.

Reconocí también los besos que mis hijos adolescentes me niegan con su mirada cuando están con amigos, pero que en nuestro refugio me regalan: besos, besos y más besos envueltos en mil abrazos.

Creo que el año que viene repetiré gripe… o al menos la fingiré para volver a soñar.