Estaba camino al trabajo, esta vez a pies. Nunca perdí la costumbre de mirar mi entorno como niño, así he visto malezas que fingen ser flores exóticas, lodazales que se creen barros y se sueñan tinajas. De esa forma he visto las sonrisas que les conté en otros textos. Sin embargo, en ese momento en que dirigí la vista hacia mi derecha, vi esos dos árboles inmensos que están casi frente al edificio donde vivo. Era una nueva perspectiva la que tenía frente a mí. Los pocos pasos que me separaban de ese lugar a la puerta de la oficina se volvieron de repente un tiempo muy largo.

Desde esa mañana tengo pensamientos sentados como budas formando un círculo en mi cabeza. Esos dos árboles exhibían una exultante majestuosidad a la distancia. Sus ramas parecían manos gigantes que se abrían a las nubes que le hacían de techo. Ya sabía de sus troncos: múltiples y gruesos hilos de madera entretejida. No los veía desde la distancia en la que me encontraba, pero estaba sorprendida de esta nueva imagen, dominaban todo el ángulo de visión hasta el punto en que la calle se perdía en una curva.

Desde hace un largo tiempo los árboles me producen una fascinación tremenda. Meses atrás, mientras conducía, solía deleitarme con uno que se apoyaba en una pared que doblaba una esquina completa. Este árbol estaba completamente seco, así lucía; le conté once nidos. Una tarde me percaté de un extraño vació en mi trayecto habitual: lo habían cortado. Desde ese día, los árboles secos, pero sencillamente hermosos, me persiguen. Y es que en mi afán de ver mientras camino o en la luz roja, los veo, o bien ellos me silban para que les preste atención.

Los dos árboles de los que hablo lucen secos, pero así como están ofrecen sombra, belleza, adornan la entrada de una empresa que se dedica a la impresión y distribución de textos educativos. En una ocasión le dije al vigilante de la empresa, entre broma y advertencia: «¡no los corten…! Mira que son hermosos…». Él sonrió y me miró como si le hablara en mandarín. Poco después de ese día en que los vi a ambos desde una distancia nueva, pasó lo que imaginé: uno de ellos fue cortado.

No entendía las razones. Sentí pena y no pude evitar hacer un paralelo con nosotros, los seres humanos. La sociedad demanda de nosotros. Debemos producir, tributar, llegar temprano, e irnos tarde, hacer la compra, pagar facturas; Si no haces estas cosas, estas fuera de regla, y si además tienes cierta edad y «se te secan algunas hojas», es seguro que te cortan. Como cuando no puedes adquirir un seguro de salud porque estas viejo, o de repente la prima del que ya tienes aumenta su precio solo porque has cumplido 60 años, aunque le hayas dejado toda la ganancia al sistema de salud, ya que enfermaste poco, nunca fuiste ingresado, ni sufriste importantes cirugías. O cuando se te complica conseguir empleo porque superas los 45. Parece ser que los viejos son un problema.

¿Será? Insisto que no. Si hacemos un viraje veremos el problema del otro lado. Han diseñado el mundo para pensar en ganancias y nos asumen simplemente como entes de producción. Es por demás hasta estúpido, pues se subestiman muchas variables. Voy a ese árbol, aportaba belleza, daba sombra, muchos pajaritos hacían parada en sus ramas, y me servía para escribir y reflexionar ¡y esas eran apenas las cualidades que mis sentidos y mi ser podían captar! ¡Cómo justipreciar la sabiduría, habilidades y destrezas de una persona, si al conocer de sus años ya los estamos desechando! Es como si estuviéramos con los ojos vendados y lo que creemos saber no está del todo bien. Mi idealismo está seguro de ello.

Si acaso faltara algo más qué decir, los árboles crecen en la raíz, lo ves fuera, pero no sabes cómo se ha extendido su vida bajo tierra, en sus raíces; ¿qué nos asegura que un árbol está muerto? Si sigue moviéndose junto al viento, si los pajaritos le visitan, si insiste en la belleza… Por cierto, conozco uno que se seca completamente, ¡en serio!, lo veo a diario; pierde todas sus hojas, luego, se tupe de ellas y empieza a llenarse copiosamente de unas especies de bulbos florales. Cuando menos te lo esperas el árbol está repleto de flores de un rosado único, que más tarde caerán y formarán una hermosa alfombra en el suelo, esto ha pasado por años. He visto espacios enteros cubiertos por estas flores que parecen lanzarse boca abajo hacia el suelo. Una total belleza.

Hay opiniones que afirman que los árboles se comunican entre ellos; lo hacen, explican, por medio de sus raíces, de suerte que hay una especie de red bajo el suelo donde ellos se trasmiten energía y están conectados unos con otros. Algunos insisten en validar estas opiniones con alguna explicación científica, pero al menos yo no necesito tanta explicación, sobre todo cuando la naturaleza misma me grita ¡vida! en mi propio jardín. Mi planta de albahaca llegó a la propia senectud, diría yo. Prolongué su vida por mucho tiempo y llegó a tener una gran altura. A raíz de los fuertes vientos del ciclón María del año pasado, se quebró en varias partes, pero no murió. Un vecino reunió sus ramas de la mejor forma que pudo, pero ella continuó su camino de retirada. Yo solo lo supe, y la dejé ser, ya no le cortaba las flores antes de que aparecieran las semillas –esto evita que la albahaca seque y muera. Cuando el ciclo de florecimiento terminaba el viento esparcía las semillas, de manera que luego me encontré con más de quince retoños de albahaca en todo el estacionamiento del edificio, donde sea que había tierra.

Pero no solo eso, ella ya estaba completamente «calva» por decirlo de una forma, y le quedaban dos o tres solitarias hileras de flores. Yo le seguía hablando y le daba agua, cuando me di cuenta de que en dos frágiles ramas secas estaban surgiendo pequeñitas y olorosas hojas nuevas. La adoré y prometí darle todo el tiempo que necesite. De alguna forma sabré cuando cortarla. Lo sé. Mientras, toda su herencia está repartida entre amistades y en mi jardinera.

Yo sé que muchos vecinos pasan y ven unos palos secos y raros, y que se pueden contar con los dedos las hojas que tiene. Sin embargo yo veo mucho más. Imaginemos por un momento todo lo que podríamos ver en las personas que el sistema desecha, solo porque se salió del plan que han diseñado e impuesto dos o tres. Yo, que intento siempre ver un poco más, no dejo de sorprenderme, nunca.